Es motivo de mucho gozo saludarle amable oyente y darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Daniel. En nuestro último estudio bíblico concluimos el análisis del capítulo 8. Hoy nos corresponde estudiar el capítulo 9. El capítulo 9 de Daniel contiene una de las profecías más impactantes de toda la Biblia. Con mucha razón se ha dicho que el capítulo 9 de Daniel es la columna vertebral de toda la profecía bíblica. En esta ocasión vamos a dar inicio a su estudio.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Daniel capítulo 9. Una rápida mirada del contenido de este capítulo mostrará que tiene dos partes claramente distinguibles. La primera parte es una oración y la segunda parte es una profecía. Vayamos a la primera parte, la oración. Lo primero que vamos a notar es el antecedente de la oración. Daniel 9:1-2 dice: En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos,
Dan 9:2 en el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años.
Admiro mucho la meticulosidad de Daniel. Aquí lo tenemos fijando en el tiempo lo que se apresta a relatar. Dice que aconteció en el año primero del reinado de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos. Por la historia podemos saber que la caída de Babilonia en manos de los medo-persas ocurrió en el año 539 AC. Los detalles de este episodio, de victoria para los medos y de derrota para los caldeos, aparece en el capítulo 5 de Daniel. La misma noche que murió el último rey de Babilonia, Belsasar, vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, Darío, hijo de Asuero, de la nación de los medos. De modo que cuando Daniel hizo la oración que registra en el capítulo 9 debe haber sido el año 538 AC. Cabe señalar que el Asuero que aparece en este capítulo de Daniel es distinto del Asuero que aparece en el libro de Ester. El rey mencionado en Ester 1:1 reinó entre los años 485 AC a 465 AC. Por la caída de un imperio y el surgimiento de otro en su lugar, debe haber habido bastante confusión en el reino, pero Daniel se refugió en la palabra de Dios. El texto dice que en el primer año del reinado de Darío, Daniel miró con atención lo que Dios había comunicado en su palabra. Cualquier tiempo es buen tiempo para escudriñar la palabra de Dios, pero en especial cuando las cosas se ponen difíciles. La palabra de Dios es como un bálsamo en los momentos de confusión y agitación. Dice el texto que Daniel miró atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. Seguramente los ojos de Daniel se fijaron en pasajes bíblicos como Jeremías 25:11-12 donde dice: Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta años.
Jer 25:12 Y cuando sean cumplidos los setenta años, castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación por su maldad, ha dicho Jehová, y a la tierra de los caldeos; y la convertiré en desiertos para siempre.
Daniel también habrá leído lo que dice Jeremías 29:10 donde leemos: Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar.
A causa del pecado de Israel, Dios les castigó conforme a su palabra y por ese motivo, la tierra de Israel fue puesta en ruinas y en espanto. Además, Israel fue entregado al rey de Babilonia por setenta años. Pero a pesar del pecado, Dios iba a hacer uso de su misericordia para Israel, de modo que cuando sean cumplidos los setenta años, Dios iba a castigar al rey de Babilonia y a su reino por su maldad e iba a permitir que el pueblo de Israel retorne a su tierra. Tal vez Daniel comenzó a hacer cuentas en su mente y recordó que los setenta años de cautiverio comenzaron en el año 605 AC cuando él y otros judíos más fueron llevados como esclavos a Babilonia. Como estaba ya en el año 538 AC Daniel sabía que habían transcurrido ya 67 de los setenta años que habló Jehová y que faltaban solamente 3 años para que se cumpla la palabra de Jehová, por la cual Jehová mismo iba a hacer volver a su pueblo a su amada tierra. Este pensamiento debe haber traído mucha expectativa a la vida de Daniel y fue justamente esto lo que movió a Daniel a caer de rodillas y clamar a Dios en oración. En segundo lugar tenemos el fervor de Daniel al orar. Daniel 9:3 dice: Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza.
Daniel era un hombre de oración. Lo vimos en el relato de Daniel 6, cuando a pesar de que su vida estaba en peligro si oraba a Dios, sin embargo, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios como lo solía hacer antes. No debe haber sido extraño para él, mirar con los ojos de su fe a Dios el Señor en oración y ruego. En momentos de duda, confusión, incertidumbre no hay nada mejor que poner los ojos de la fe en la persona de Dios, quien está en control de todo lo que pasa alrededor de nosotros. Pero algo que me llamó poderosamente la atención es el fervor con que Daniel oraba a Dios. Dice el texto que Daniel oraba y rogaba en ayuno, cilicio y ceniza. El ayuno es una disciplina voluntaria por la cual cedemos momentáneamente nuestro legítimo derecho a alimentarnos, para dedicar ese tiempo a la oración. Es poner lo mío por debajo de lo del Señor. El vestirse de cilicio, era una forma de ceder, voluntaria y momentáneamente nuestro legítimo derecho a sentirnos cómodos con nuestro vestido para adoptar un vestido que denota humillación extrema. Una forma de humillarse delante de Dios. La ceniza sobre su cabeza era una forma de expresar profundo dolor y pesar por alguna situación. De esta manera, Daniel manifiesta su fervor para orar. No estoy diciendo que cada vez que oramos debemos hacerlo en ayuno, cilicio y ceniza, pero me temo que nos hace mucha falta ser más fervorosos en nuestra oración. En tercer lugar tenemos el contenido de la oración de Daniel. Se trata de una oración de confesión. Consideremos la confesión en al oración. Daniel 9: 4-6 dice: Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos;
Dan 9:5 hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas.
Dan 9:6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
En oración, Daniel está confesando a Dios. Confesar significa ponerse de acuerdo. Daniel está poniéndose de acuerdo con Dios en cuanto al pecado. Humillado totalmente delante de Dios, Daniel se dirige a Dios llamándolo Señor, título para Dios que significa Amo, Dueño, luego dice que es Dios grande. Expresión que pone a Dios aparte de todo lo que el hombre puede reverenciar. Por su grandeza, Dios es digno de ser temido. Temido, tanto en el sentido de ser reverenciado, como en el sentido de tener temor de hacer algo contrario a su voluntad. Después Daniel reconoce algo maravilloso en Dios. Dice que Dios guarda el pacto y la misericordia con los que le aman y guardan sus mandamientos. Dios honra a los que le honran amable oyente. El estilo de vida de Daniel, en sumisión a lo que dice Dios en su palabra, permitió que Daniel ore tan fervorosamente. Acto seguido, Daniel dice a Dios algo que a todos nosotros nos es muy difícil hacer, me refiero a reconocer y confesar el pecado. A pesar que la vida personal de Daniel era intachable, sin embargo, Daniel se identifica con su pueblo para confesar a Dios el pecado de la nación. Luego Daniel declara con su propia boca las seis cosas que hicieron para ofender a Dios. Número uno. Hemos pecado. Número dos, hemos cometido iniquidad. Número tres, hemos hecho impíamente. Número cuatro, hemos sido rebeldes. Número cinco, nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. Número seis, no hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres, y a todo el pueblo de la tierra. Esto es confesar, amable oyente. En ningún momento Daniel está justificando sus hechos. Simplemente está reconociendo todo lo malo que él y su pueblo hicieron contra Dios. El reconocimiento del pecado es el paso indispensable para que Dios atienda nuestra oración. En Salmo 66:18 el salmista dice lo siguiente: Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad,
El Señor no me habría escuchado.
No tiene sentido pretender ocultar el pecado de alguien como Dios quien conoce todo. Lo prudente es reconocer y confesar el pecado y luego proseguir con la oración. Que el Señor le bendiga.
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