Gracias damos a Dios por el privilegio que nos brinda amiga, amigo oyente al estar junto a nosotros a través de esta emisora amiga. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy con David Logacho. Seguimos estudiando el libro de Gálatas en esta serie que lleva por título Gálatas: La Carta Magna de Emancipación de la Iglesia. En reiteradas ocasiones, hemos señalado que nadie se puede salvar por medio de cumplir con los preceptos de la ley de Moisés. Siendo este el caso, entonces ¿Para qué sirve la ley? Ese será el tema del estudio bíblico de hoy.
La existencia de la ley de Moisés ha sido motivo de bastante confusión para muchas personas. De hecho, los judaizantes llegaron a pensar que el cumplimiento de los preceptos de la ley es indispensable, además de la fe, para la salvación de una persona. Para algunas personas, la salvación depende del cumplimiento de al menos los diez mandamientos de la ley de Moisés. Pero para contrarrestar estas imprecisiones, siempre se levanta airoso el testimonio de la palabra de Dios cuando por ejemplo en Gálatas 3:11 leemos lo siguiente: “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá” Es obvio entonces que la justificación, o el acto de Dios de declarar justo a un pecador no es el resultado de guardar la ley de Moisés sino de recibir por fe a Cristo Jesús como Salvador. Siendo este el caso, entonces: ¿Para qué fue dada la ley? Esta es una pregunta muy válida. En el pasaje bíblico que nos corresponde estudiar encontraremos la respuesta a esta trascendental pregunta. Le invito a abrir su Biblia en Gálatas 3:19-22. En esta porción bíblica encontramos dos preguntas, la primera tiene que ver con la razón para la existencia de la ley y la segunda con la relación de la ley con la promesa. Vayamos pues a lo primero. La pregunta aparece en la primera parte del versículo 19. Dice así: Entonces, ¿para qué sirve la ley? Pablo ha sido muy enfático al señalar que la justificación no es resultado de guardar la ley de Moisés sino el resultado de tener fe en la persona y obra de Cristo Jesús. La pregunta lógica e inevitable y que seguramente estaban haciendo los judaizantes es: Entonces, ¿para qué sirve la ley? Es la misma pregunta que una cantidad de personas está haciendo también hoy en día. ¿Para qué sirve la ley? La respuesta magistralmente inspirada por el Espíritu Santo se encuentra en lo que resta del versículo 19 y el versículo 20 donde dice: “Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno.” Muy interesante. La ley de Moisés fue añadida hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa. Usted recordará de nuestro último estudio bíblico, que la simiente a quien fue hecha la promesa es la persona de Cristo Jesús. Es decir que la ley fue temporal. Tuvo su vigencia desde cuando fue dada en el monte Sinaí, hasta cuando Cristo Jesús consumó su obra en la tierra, muriendo por el pecador, resucitando por el pecador y ascendiendo a la gloria por el pecador. Una vez que todo esto pasó, la ley de Moisés ha perdido totalmente su vigencia, porque tenía un carácter temporal. Pero todavía no se ha respondido la pregunta ¿para qué sirve la ley? La respuesta está en la frase que dice: A causa de las transgresiones. Permítame explicarlo de esta manera. La ley fue añadida con el propósito de que el hombre tome conciencia de las transgresiones, de modo que pueda reconocer su lamentable estado espiritual y pueda volver sus ojos a Dios para alcanzar la salvación que Dios da por gracia y que se recibe mediante la fe. Al hombre le es muy difícil reconocer que está en bancarrota espiritual. Todo hombre se considera a sí mismo como una buen persona. Se compara con la escoria de la humanidad y llega a la conclusión que en comparación con ellos, él es una gran persona. Dice: yo no soy como aquel borracho que amanece tirado en una acera. Yo no soy como aquel asesino que privó de la vida a su prójimo. Yo no soy como aquel que purga su condena en la cárcel por violar a su propia hija, etc., etc. Y dándose él mismo palmaditas en la espalda llega a la conclusión que él es buena persona. Le hace falta algo en lo cual mirarse y verse tal cual como Dios lo ve. Pues ese algo es justamente la ley. La ley dice al hombre lo que debe hacer y lo que no debe hacer para ser justificado por Dios. El momento que el hombre haga algo que no debe hacer o deje de hacer algo que debe hacer, ese momento, el hombre se ha constituido en un trangresor de la ley y por tanto está sujeto al castigo que la misma ley determina. El castigo es la muerte. Ahora pongámonos la mano en el pecho y seamos honestos. ¿Quién de nosotros, seres humanos, puede decir que siempre, desde que tiene uso de razón, ha cumplido con todo lo que la ley determina? Absolutamente nadie. Puede ser que nunca haya matado a nadie, o robado un banco, o violado a alguien, pero ¿y la codicia? ¿y la envidia? ¿y la mentira? ¿y el orgullo? ¿y los malos pensamientos? ¿y el chisme? Estas cosas también son condenadas por la ley. ¿Quién puede decir: Yo nunca he codiciado nada, o nunca he tenido envidia, o nunca he mentido, o nunca he sentido orgullo, o nunca he tenido un mal pensamiento? Nadie. ¿Verdad? Por tanto, la ley nos muestra tal cual como somos a los ojos de Dios. Somos transgresores de la ley y merecedores del castigo establecido en la misma ley. No es cuestión de si alguien es más o menos transgresor de otro. A los ojos de Dios todo ser humano es transgresor de la ley. Supongamos que la entrada a un museo cuesta 1 dólar, y usted está con un amigo. Usted tiene solo un centavo en su bolsillo y su amigo tiene 99 centavos en su bolsillo. ¿Podrá Usted entrar al museo? No, porque le falta 99 centavos. ¿Podrá su amigo entrar al museo? Tampoco, porque a él le falta 1 centavo. A pesar que su amigo tiene mucho más que Usted, ninguno de los dos podrá entrar al museo porque ninguno de los dos tiene lo que hace falta para comprar una entrada. Así es con la ley. En ella se nos dice cuánto cuesta la entrada. Todos los seres humanos meten su mano al bolsillo y ninguno tiene lo suficiente. Por tanto todos se quedan afuera. Por eso es que Romanos 3:23 dice: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” La ley es entonces como un espejo espiritual en el cual todo hombre se ve tal como es espiritualmente. Lo que se ve, lamentablemente no es lo que Dios exige para obtener la salvación. Ese es el propósito de la ley. Pero además, la ley fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. El mediador fue Moisés. Es decir que la ley llegó al pueblo de tercera mano. Dios se la dio a los ángeles, los ángeles a Moisés y Moisés al pueblo. Por tanto la ley es inferior a la promesa. Porque la promesa fue dada a Abraham de primera mano. Dios a Abraham y punto. ¿Para qué sirve la ley? No para salvar a nadie, sino para que el hombre tome conciencia de que es un transgresor. Muy bien. Luego tenemos la segunda pregunta. Aparece en la primera parte del versículo 21 donde dice: ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? Esta es también una pregunta válida. Si la ley no está en capacidad de salvar a nadie, entonces ¿no será que la ley es contraria a las promesas de Dios? ¿No será que la ley y las promesas tienen propósitos opuestos? La respuesta de Pablo aparece en lo que resta del versículo 21 y el versículo 22 donde dice: “De ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.” Pablo comienza su respuesta diciendo que de ninguna manera la ley es contraria a las promesas de Dios. Por el hecho que ambas fueron dadas por Dios, y Dios no puede contradecirse, entonces la ley y las promesas funcionan en armonía. ¿De qué manera? Pues la ley revela la pecaminosidad del hombre y la necesidad que tiene el hombre de recibir la justicia ofrecida por la promesa. Si la ley pudiera otorgar vida eterna, entonces la justicia verdaderamente fuera por la ley y allí sí, la ley y las promesas de Dios estarían en conflicto, porque una de las dos, la ley o las promesas de Dios, estaría demás. Pero, y este pero es muy importante, la Escritura lo encerró todo bajo pecado. La ley no hace pecador al hombre. El hombre ya era pecador aun antes que la ley fuese dada. Lo único que hace la ley es mostrar de cuerpo entero al hombre en su estado de debacle espiritual. La ley es un espejo que nos ayuda a ver que nuestra cara está sucia, pero el espejo no puede lograr que una cara sucia se transforme en una cara limpia. Es la gracia de Dios lo que provee la limpieza a través de la sangre de Cristo. Por eso el texto termina diciendo: Para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. Terminando ya, mi amiga, mi amigo. ¿Se ha mirado Usted ya ante el espejo de la perfecta justicia de Dios expresada en la ley? Si no lo ha hecho todavía, hágalo hoy mismo y Usted encontrará que le hace mucha falta una limpieza espiritual profunda. El único que puede limpiarle espiritualmente es Cristo Jesús por medio de la sangre que él derramó en la cruz del Calvario. Recíbalo hoy mismo como su Salvador personal. Si lo hace, póngase en contacto con nosotros para enviarle gratuitamente material de crecimiento espiritual. Que el Señor le guíe a hacerlo.
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