Saludos amiga, amigo oyente. Soy David Araya dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Nuestro tema de estudio es el Evangelio según Mateo en la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. Seguimos examinando las credenciales que manifestó Jesús para demostrar que él es el Cristo, o el Mesías de Israel. En esta oportunidad, David Logacho nos hablará acerca del poder de Jesús sobre la enfermedad y sobre la muerte.
Es una bendición para mí, saber que Usted me está escuchando a través de esta emisora amiga. Durante nuestros últimos estudios bíblicos, hemos estado examinando las credenciales que mostró Jesús para demostrar que él es el Cristo, o el Mesías de Israel. Antes de presentar otra de sus credenciales, acontece un episodio que tiene que ver con el ayuno. Jesús aprovecha esta situación para manifestar que lo que él está haciendo es algo inédito, algo totalmente distinto de todo aquello que los judíos estaban practicando. Veamos de qué se trata. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo 9:14-17. La Biblia dice: Entonces vinieron a él los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente. Notamos que Jesús no estaba en la mira de los escribas y fariseos solamente, sino también en la mira de los discípulos de Juan el Bautista. Por el relato de este mismo episodio en el Evangelio según Lucas, parece que fueron los escribas y fariseos juntamente con los discípulos de Juan, quienes hicieron a Jesús la pregunta: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? La pregunta era tal vez sincera y ciertamente muy válida. Era conocido que los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista ayunaban al menos dos veces por semana, aparte de los ayunos que la Ley de Moisés establecía. Si ellos actuaban así, para mostrar a la gente cuan maduros espiritualmente eran, ¿por qué los discípulos de Jesús actuaban de manera diferente con respecto al ayuno? La respuesta de Jesús explica las razones para esto. Primero, Jesús afirma que su presencia personal entre sus discípulos era la fuente de supremo gozo para ellos y por tanto no hay razón para expresar tristeza mediante el ayuno. Sería como estar de luto en una fiesta de bodas. Algo inadmisible, porque en una fiesta de bodas hay tanta alegría que no hay lugar para la tristeza. Sin embargo, Jesús anuncia que no iba a estar personalmente con sus discípulos para siempre, algún día será quitado de ellos, y cuando ello ocurra, entonces los discípulos tendrán razón justificada para ayunar. Inmediatamente después, por medio de dos analogías, Jesús ilustra que lo que está por hacer es algo totalmente diferente a lo que era hasta ese momento y las dos cosas no se pueden mezclar. La primera analogía es la de poner remiendo de paño nuevo en vestido viejo, porque tal remiendo tira del vestido viejo y se hace peor la rotura. El mismo efecto se produciría si se tratara de tomar algo de lo que Jesús estaba haciendo y se lo insertara a la vieja manera de hacer las cosas, es decir la ley de Moisés que los escribas y fariseos se esforzaban tanto por cumplir. La segunda analogía es acerca de echar vino nuevo en odres viejos. Sucede que el vino nuevo se fermenta rápidamente y la presión de los gases hace que se rompan los debilitados tejidos de los odres viejos. Lo sensato es poner el vino nuevo en odres nuevos y de esa manera lo uno y lo otro se conservan juntamente. Esto significa que en el cristianismo no tienen lugar las prácticas propias de la ley de Moisés y en la ley de Moisés no tienen lugar las prácticas propias del cristianismo. En ambas analogías Jesús estaba diciendo que lo que los escribas y fariseos, y también los discípulos de Juan, estaban haciendo al ayunar conforme a sus costumbres o conforme a cualquier otro rito propio de la ley de Moisés no tiene parte alguna en el cristianismo. Esta es una gran lección para todos aquellos que intentan introducir por fuerza algo propio de la ley de Moisés en la práctica cristiana, como guardar el séptimo día como día de reposo, como no comer alimentos que la ley de Moisés los consideraba como impuros, como por ejemplo la carne de cerdo. Hecha esta aclaración, Jesús manifiesta otra de sus credenciales. Me refiero al poder sobre la muerte. Permítame leer el pasaje bíblico que se encuentra en Mateo 9:18-26. La Biblia dice: Mientras él les decía estas cosas, vino un hombre principal y se postró ante él, diciendo: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos. Y he aquí una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su manto, seré salva. Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora. Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto, les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó. Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra. Ni bien Jesús terminó de responder a los escribas y fariseos y a los discípulos de Juan, se le acercó un hombre principal y se postró ante él. Este hombre principal se llamaba Jairo y era principal en una sinagoga judía. Esto lo sabemos por lo que Marcos y Lucas afirman en sus evangelios en cuanto a este mismo asunto. Es digno de mencionar la posición que adoptó Jairo. Al postrarse ante Jesús estaba demostrando que reconocía el poder y la autoridad de Jesús. Tal vez para Jairo no había ninguna duda en cuanto a que Jesús era el Cristo, el Mesías de Israel. En esta posición, Jairo abre su boca para expresar el profundo dolor que le embargaba. La muerte había arrebatado a su pequeña hija. Pero en medio del dolor, Jairo abrigaba una esperanza. Algo dentro de él le decía que Jesús era la única esperanza para que su hija vuelva a tener vida. Armado de una gran fe en la persona y poder de Jesús le dice: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Observe la fe de Jairo. Estaba absolutamente seguro que con el solo toque de la mano de Jesús, la vida retornaría al cuerpo inerte de su hija. Donde hay ese tipo de fe, normalmente Jesús satisface lo que se le pide. El texto dice que Jesús se levantó y junto con sus discípulos se dirigió hacia la casa de Jairo. Fue en estas circunstancias cuando se produce una especie de paréntesis en el cual Jesús ratifica su poder sobre la enfermedad y honra la fe de una mujer afligida por muchos años por un grave mal. Mateo relata que entre la multitud que acompañaba a Jesús había una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años. El evangelista Marcos dice que esta mujer había gastado toda su fortuna en tratamientos médicos sin ningún resultado. Debido al flujo de sangre, esta mujer era considerada inmunda bajo la ley de Moisés. Imagine la lamentable situación de esta pobre mujer amable oyente: Enferma, anémica a causa de la hemorragia, pobre y sobre eso proscrita de la sociedad. La desgracia nunca viene sola afirma el dicho. Es posible que todo esto haya estimulado a la mujer a hacer algo por su propia cuenta. Según el texto, se acercó a Jesús por atrás y solamente tocó el borde de su manto, absolutamente confiada de que eso sería más que suficiente para curarla por completo de su terrible mal. Con lo que no contaba la mujer es con que Jesús se vuelva hacia ella y la mire. Por ser Dios en persona, Jesús sabía exactamente lo que pasaba aunque no lo esté viendo con sus ojos. Al cruzarse las miradas, Jesús dijo a la mujer: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. No hubo reproche alguno, sino consuelo y recompensa maravillosa. Ese mismo instante, se detuvo la hemorragia. La mujer quedó totalmente sana. Jesús jamás va a defraudar a los que se acercan a él con una fe como la de esta mujer. Para todos los testigos debió haber sido obvio que Jesús tenía poder sobre cualquier enfermedad. Pero había algo peor que la enfermedad que Jesús estaba por enfrentar. Recuerde que Jesús y sus discípulos estaban camino a la casa de Jairo donde yacía el cadáver de una pequeña niña que había muerto hacía apenas un rato. Al entrar a la casa de Jairo, Jesús se encontró con un espectáculo deprimente. Antes que él llegara habían arribado a la casa de Jairo los encargados de tocar la marcha fúnebre con instrumentos de viento y los deudos estaban expresando su dolor a grandes voces. La muerte siempre es motivo de mucho dolor y angustia. Jesús entonces dio ordenes para que la gente se retire del lugar y luego dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Todos sabían que la niña había muerto y eso explica por qué la gente comenzó a burlarse de Jesús. El hecho es que desde la perspectiva de Jesús, devolver la vida a un muerto es tan fácil como fácil es a un ser humano hacer despertar a alguien que está dormido. Cuando la gente salió de donde estaba el cadáver de la niña, Jesús entró y simplemente tomó de la mano a la niña. Al instante la rigidez cadavérica desapareció del cuerpo de la niña, y se puso de pie como si nada hubiera pasado. Lo que habrá sucedido después es alimento para la imaginación. ¿Cómo habrán reaccionado los padres, los hermanos, los vecinos, los amigos? Debe haber sido algo maravilloso. Dice el texto que esto trajo mucha fama a Jesús en aquellos lugares. Jesús, el autor de la vida había demostrado su poder absoluto sobre la muerte. Era otra de sus credenciales que lo acreditan como el Cristo o el Mesías. Qué maravilloso es saber que nuestro Salvador, el Señor Jesucristo está por encima de la muerte, de la enfermedad, de la naturaleza, de los poderes malignos. Con alguien como él, no tenemos ninguna necesidad de andar en temor o con ansiedad. ¿Lo ha recibido como su Salvador?
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