Saludos cordiales, amigo oyente. Bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando acerca de la santidad y lo último que vimos es que para vivir en santidad delante de Dios es indispensable tener una sana doctrina, porque una mala doctrina, inevitablemente conduce a una mala práctica. Dentro de esto, vimos también algunos principios importantes sobre los cuales debe descansar nuestro esfuerzo por vivir vidas santas. Tales como, primero, reconocer que dentro de todo creyente existen dos naturalezas, la una vieja y la otra nueva que luchan entre ellas a la manera que luchaban entre sí los gemelos, Jacob y Esaú en el vientre de Rebeca antes que nacieran. Segundo, reconocer que el creyente tiene la última palabra en cuanto a ceder a la insinuación de la vieja naturaleza o ceder a la insinuación de la nueva naturaleza. Por tanto el creyente no puede echar la culpa a su vieja naturaleza por las cosas malas que hace. Tercero, reconocer que existe una diferencia entre cometer actos de pecado y practicar el pecado. Un verdadero creyente, desafortunadamente cae en pecado de vez en cuando, pero un verdadero creyente no practica el pecado en el sentido de estar dominado por el pecado o en el sentido de hacer del pecado un hábito en su vida. En el estudio bíblico de hoy, David Logacho proseguirá con este mismo asunto, mostrándonos otros principios bíblicos importantes que deben ser tomados en cuenta si deseamos vivir vidas santas delante de Dios.
Otro principio bíblico importante sobre la santidad es reconocer que no es posible obtener la santidad perfecta mientras moremos en nuestros cuerpos actuales. Sabemos que existen creyentes que sostienen lo contrario, es decir que creen que es perfectamente posible que un creyente pueda vivir una vida de total santidad en la tierra. Según esta manera de pensar, este estado de perfecta santidad es el resultado de una crisis producida por el Espíritu Santo, la cual acontece después de la conversión y como consecuencia hace que la naturaleza vieja sea erradicada del creyente. Sin naturaleza vieja, entonces ese creyente ya no peca nunca más. Las personas que piensan así parece que no tienen un concepto claro de lo que es el pecado. Recordemos que pecado es todo acto, pensamiento o palabra que queda corto de la perfección de Dios. Pecado es infracción de la ley, esto es, la determinación de hacer nuestra propia voluntad. Pecado no es solamente hacer lo malo, sino dejar de hacer lo bueno. Pecado es hacer cualquier cosa que vaya en contra de nuestra conciencia. Visto así, el pecado contamina cualquier cosa que haga el creyente por más buena que sea. El pecado echa a perder el arrepentimiento del creyente. Hablando de lo mismo se ha dicho que el pecado pone suciedad en las lágrimas del creyente e incredulidad en la fe del creyente. El pecado es algo muy serio amigo oyente. El verdadero creyente no es aquel que ha perdido la facultad de pecar, sino aquel que ha perdido el deseo o la disposición a pecar. Por eso, el creyente odia el pecado y cuando peca se siente avergonzado y golpeado por ese sentimiento de suciedad. Pero, de pronto, alguien puede cuestionar diciendo: Si el creyente no puede llegar a la perfecta santidad en la tierra, entonces por qué Juan dice lo siguiente en 1ª Juan 2:1: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis» La respuesta es que el standard de Dios es siempre la perfección absoluta. Si no fuera así, Dios dejaría de ser Dios. Dios no puede tolerar la más mínima mancha de pecado. Sería absurdo que Dios nos dijera: Procuren pecar lo menos posible. Por eso, la demanda de Dios es la perfecta santidad, pero a la vez, note que en el mismo versículo, 1ª Juan 2:1 Dios hace provisión para el creyente que ha pecado por vivir en un cuerpo que tristemente tira hacia el pecado. Lo que resta de 1ª Juan 2:1 dice: «y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» Ciertamente que en la Biblia existen algunos textos que parecen indicar que el creyente no puede pecar, por ejemplo Romanos 6:2 dice que el creyente ha muerto al pecado, pero textos así se refieren a la posición que tiene el creyente en Cristo. El viejo hombre o la vieja naturaleza del creyente fue crucificada con Cristo, pero en el versículo 11 del mismo capítulo, Pablo dice que el creyente debe considerarse muerto al pecado, esto se refiere a nuestra práctica. Si el versículo 2 estaría diciendo que el creyente es perfectamente santo, entonces estaría por demás la exhortación del versículo 11 a considerarnos muertos al pecado. De modo que, amigo oyente, la meta del creyente mientras está en la tierra es alcanzar la santidad perfecta, hacia allá debe canalizar todo su esfuerzo, pero mientras viva en la tierra no podrá jamás llegar a esa meta. Muchos creyentes sinceros que se han esforzado más allá de lo que pueden dar, convencidos que podrían alcanzar la santidad perfecta en esta tierra, han terminado desilusionados y en muchos casos con severos estragos mentales y emocionales. En el libro titulado: Santidad, lo falso y lo verdadero, el autor Harry Ironside habla de esta lacerante realidad en su desesperada búsqueda de la santidad perfecta y de la paz que vino a su alma cuando comprendió la verdadera doctrina bíblica sobre la santidad. Otro principio que debemos considerar cuidadosamente, si queremos vivir en santidad delante de Dios, es que no podemos afirmar que la tentación es tan fuerte que nos obliga a cometer el pecado. Si decimos que hemos sido obligados a pecar, en realidad estamos diciendo que el Espíritu Santo no fue lo suficientemente fuerte como para capacitamos a resistir a la tentación, lo cual es totalmente absurdo. Si el creyente peca no es porque el Espíritu Santo no le ayudó, sino porque el creyente no se apropió del poder del Espíritu Santo. Es decir amigo oyente, que el creyente peca cuando quiere pecar. Ningún creyente es obligado a pecar. Alguien ha puesto esta situación en una forma muy apropiada. Dice así: Decir que fuimos obligados a pecar es equivalente a negar el fundamento mismo del cristianismo, porque Romanos 6:14 dice que el pecado no se enseñoreará de nosotros. Decir que no podemos pecar es engañamos a nosotros mismos, porque 1ª Juan 1:8 dice que si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos. Pero decir que no es necesario que pequemos es declarar un principio divino, porque Romanos 8:2 dice que la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Gracias a Dios quien nos ha dado la victoria. Otro principio sobre el cual debe descansar nuestra santidad práctica es aquel que afirma que existe una diferencia entre la relación con Dios y la comunión con Dios. Cuando un creyente peca, no pierde su salvación, lo que pierde es el gozo de su salvación. El pecado hace que se rompa la comunión en la familia de Dios, pero no hace que se rompa la relación con Dios. A través del nuevo nacimiento, el creyente llegó a ser hijo de Dios y nada ni nadie puede romper esta relación, pero cuando el creyente peca, se rompe su comunión con Dios porque según 1ª Juan 1:5 Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en él. El feliz espíritu familiar permanecerá roto hasta que el pecado sea confesado y desechado, según lo que dice 1ª Juan 1:9. Además de esto, otro principio que debe ser considerado es que el creyente puede ser liberado de cualquier pecado que se pueda imaginar. Todos nosotros, como creyentes, somos más sensibles a cierto tipo de tentaciones. Algunos quizá a algo que tiene que ver con el orgullo, otros, quizá algo que tiene que ver con el sexo, otros quizá algo que tiene que ver con la ira, o la envidia, etc. La tentación en el área de nuestra debilidad parece a veces inconquistable, pero no hay tal. El poder del Espíritu Santo es tal que nos permite conquistar aquella súper tentación en el área en la cual somos extremadamente sensibles. No hay excusa para ceder a la tentación. Otro principio que debemos saber es aquel que dice que la santidad en el diario vivir no es el resultado de alguna experiencia puntual sino el resultado de un proceso que toma mucho tiempo y no poco esfuerzo. No existen atajos fáciles hacia la santidad en el diario vivir amigo oyente. Muchos predicadores erramos muchas veces en este asunto cuando damos a entender a nuestros oyentes que con tal de hacer algún gesto, como pasar adelante, o ponerse de pie, o levantar la mano, etc. y por el cual estamos haciendo pública nuestra dedicación al Señor o nuestra consagración al Señor, ya vamos a obtener la santidad en la vida a partir del siguiente día. Pero no hay tal. La victoria sobre el pecado es un proceso lento y largo, que no está exento de caídas y épocas en las cuales parece que no hubiera mucho progreso. Efesios 5:18 dice: Sed llenos del Espíritu Santo. El sentido literal de este mandato es: Sean continuamente llenos del Espíritu Santo. El pecado hace que dejemos de estar llenos del Espíritu Santo, por tanto, es necesario confesar ese pecado y apartamos de él, para volver a estar llenos del Espíritu Santo. Estos principios bíblicos sobre la santidad son vitales si queremos vivir vidas santas. En nuestros próximos estudios bíblicos veremos como funcionan en la práctica.
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