Es un gozo saludarle amiga, amigo oyente y darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando la primera carta de Pedro. En nuestro estudio bíblico último hicimos una introducción a esta carta y llegamos a la conclusión que fue escrita por el apóstol Pedro a una comunidad de creyentes, principalmente judíos que vivían fuera de Palestina en la dispersión. La carta fue escrita alrededor del año 63 DC desde Roma con el propósito de dar testimonio de la verdadera gracia de Dios. En el estudio bíblico de hoy, David Logacho nos hablará del saludo de la carta.
El apóstol Pedro ha escrito su primera carta con la finalidad de dar testimonio de la verdadera gracia de Dios. Así como cuando la luz del sol se refracta a través de las gotas de lluvia y da como resultado un hermoso arco iris, la verdadera gracia de Dios también se refracta en las gotas de una investigación seria de la palabra de Dios y da como resultado algo muy hermoso, algo que Pedro llama la multiforme gracia de Dios. Vamos a comenzar a admirar lo que trae aparejado la verdadera gracia de Dios. Le invito pues a abrir su Biblia en 1ª Pedro 1:1-2. En estos versículos encontramos el saludo de la carta. No es un saludo cualquiera, porque en él encontramos ya la primera manifestación de la verdadera gracia de Dios. Dice así: «Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas» Lo que encontramos aquí, es el autor del saludo, los receptores del saludo, y el contenido del saludo. En primer lugar, el autor del saludo. La primera parte de 1ª Pedro 1:1 dice: Pedro, apóstol de Jesucristo. Quien hace el saludo, y por tanto es el autor de la carta es Pedro, el apóstol de Jesucristo. De Pedro se puede decir tanto. Pero por ahora, bástenos con saber que fue un pescador transformado por el poder del Espíritu Santo en pescador de hombres. Por lo que de él relatan los evangelios podemos decir que fue uno de los discípulos de Jesucristo, llamado a ser apóstol junto con once más que recibieron también ese llamado. Apóstol significa uno que es enviado por alguien con una comisión especial. Pedro fue enviado por Jesucristo con la comisión de apacentar sus ovejas. Pedro cumplió a cabalidad con esta comisión y esta carta es justamente parte de esa gran empresa. Es necesario también notar el nombre que tenemos aquí para la segunda persona de la Trinidad. Jesucristo es un nombre compuesto. Jesús que denota la humanidad del Hijo de Dios y Cristo que denota la deidad del Hijo de Dios. En Jesucristo se confunde la humanidad con la deidad. Jesucristo nos hace pensar en nuestro Salvador quien es 100% hombre y a la vez 100% Dios. Así es amigo oyente, aquel humilde hombre de Galilea, llamado Jesús, nacido de la virgen María es el Mesías de Israel, el Ungido de Dios, el Cristo, quien en su debido tiempo se ofreció a si mismo en el altar de la cruz como el perfecto y único sacrificio que quita el pecado del mundo. Como apóstol de Jesucristo, todo lo que dice Pedro en esta carta tiene la marca de autenticidad y autoridad. En segundo lugar, consideremos los receptores del saludo. La segunda parte del versículo 1 y la primera parte del versículo 2 dice: a los expatriados de la dispersión, en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo. En cuanto a los receptores del saludo, Pedro nos da dos características. Primero, eran los expatriados de la dispersión en los diferentes lugares allí mencionados. Esto se refiere principalmente a los judíos que por alguna razón moraban fuera de Palestina. La razón más probable para la expatriación era el dominio, a veces violento, que Roma ejercía sobre Palestina, el hogar de los judíos. Estos judíos oyeron las Buenas Nuevas de salvación y recibieron a Jesús como su Mesías y Salvador y por tanto eran hermanos en Cristo. Ahora, en un sentido muy real, todos los creyentes somos expatriados de la dispersión, espiritualmente hablando, porque simplemente vivimos en este mundo que no es nuestro hogar. Nuestro verdadero hogar está en el cielo. Los creyentes somos ciudadanos del cielo. La enseñanza de Pedro, por tanto, se aplican directamente a todos los que hemos recibido a Cristo como nuestro personal Salvador. La segunda característica de los receptores del saludo es que son elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo. No es sencillo introducirse en la magnificencia de esta declaración. Vemos una obra conjunta de la Deidad en favor de todos los que somos creyentes. El Dios Padre nos ha elegido según su presciencia. El Espíritu Santo nos ha santificado y el Hijo nos ha rociado con su sangre preciosa. Permítame expresarlo de otra manera. Los creyentes no llegamos a ser salvos así por así. Nuestra salvación comenzó en la eternidad pasada, cuando nosotros aún no existíamos. Fue allí cuando el Dios Padre, según su presciencia, nos eligió para salvación. Quizá esto le sorprenda amigo oyente, pero eso es lo que enseña la Biblia. Efesios 1:4 dice «según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él» En algún momento nosotros llegamos a este mundo. Como cualquier ser humano, llegamos a este mundo, separados de Dios a causa del pecado. Muertos espiritualmente hablando como dice el apóstol Pablo. Pero Dios en su gracia, por medio del Espíritu Santo, hizo una obra sobrenatural en cada creyente, haciéndonos renacer para una esperanza viva. Tito 3:4-5 dice «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo». A esto se refiere el apóstol Pedro cuando dice que hemos sido santificados en el Espíritu Santo. Pero alguien tuvo que pagar para que pecadores condenados como nosotros seamos salvos del castigo de Dios por el pecado. Quien pagó el precio fue el Señor Jesucristo. Cuando Jesucristo fue colgado en el madero, derramó sangre. Esa sangre fue rociada sobre todos aquellos que por fe hemos reconocido que Cristo tomó nuestro lugar para morir por nosotros. Por eso el apóstol Pedro dice que los creyentes hemos obedecido a la fe y por tanto hemos sido rociados con la sangre de Jesucristo. De esta manera se cumple el propósito de Dios al habernos elegido en la eternidad pasada según su presciencia. Toda la deidad ha participado en la salvación de cada pecador. El Dios Padre eligiendo según su presciencia, el Dios Espíritu Santo, santificándonos o separándonos del mundo al hacernos nacer de nuevo espiritualmente y el Dios Hijo pagando el precio para que seamos salvos y rociándonos con su preciosa sangre. Todo por pura gracia. Nada de esto es resultado de algún mérito en el hombre pecador. En tercer lugar, consideremos el contenido del saludo. Al final de 1ª Pedro 1:2 leemos: «Gracia y Paz os sean multiplicadas». Hermoso saludo. Gracia significa favor no merecido. Por gracia somos salvos. Paz es el resultado de la obra de gracia. Por gracia tenemos paz con Dios. De enemigos de Dios, la gracia de Dios nos hace no solo amigos de Dios sino Hijos de Dios. Pero ¿Por qué dice gracia y paz os sean multiplicadas? Pues porque lo que aquí hemos visto es solo el comienzo de la verdadera gracia de Dios. Es la primera faceta. Pero la gracia de Dios es mucho más que esto y Pedro quiere que sus lectores lo conozcan, por eso dice que la gracia y la paz os sean multiplicadas. En resumen, amigo oyente, en el saludo de la carta podemos apreciar que la verdadera gracia de Dios se manifiesta en salvación. Esa salvación no ocurrió de la noche a la mañana, sino que primeramente fuimos elegidos por Dios Padre según su presciencia, luego el Espíritu Santo nos santificó y entonces el Señor Jesucristo nos roció con su sangre haciéndonos salvos por la eternidad. Cómo no decir un sonoro Amen ante esta faceta hermosa de la verdadera gracia de Dios. ¿Se ha beneficiado Ud. de esta faceta de la gracia de Dios? Si lo ha hecho, le felicito, pero si no lo ha hecho, hoy mismo reconozca su necesidad de salvación y en un acto de fe, aprópiese de la obra que Cristo hizo por Ud. en la cruz del calvario.
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