Cordiales saludos amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el evangelio según Juan. En esta oportunidad veremos una vez más al Señor Jesús manifestando su igualdad con Dios, lo cual generó una feroz reacción de los judíos, al punto de intentar apedrearlo.
Abramos nuestras Biblias en Juan 8:48-59. Para entrar en el contexto, recuerde que lo último que dijo el Señor Jesús a los judíos que le escuchaban, es lo que tenemos en Juan 8:47. La Biblia dice: El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.
El principio inviolable es que aquel que es de Dios, oye y entiende lo que Dios dice. Por tanto, los judíos no deben ser de Dios, porque simple y llanamente, no estaban oyendo y entendiendo lo que Dios les estaba diciendo. Esto exasperó a los judíos y al no tener argumento válido, recurrieron a la agresión en contra de la persona del Señor Jesús. Note como lo hicieron. Juan 8:48 dice: Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?
Al oír las palabras del Señor Jesús, los judíos, de común acuerdo, concluyeron que el Señor Jesús debe ser samaritano y además debe estar endemoniado. Estas son ofensas graves en el contexto judío de aquel tiempo. Al tildarlo de samaritano, estaban identificándolo con las personas odiadas y despreciadas por los judíos. Esto no debe haber causado ninguna molestia al Señor Jesús porque entre él y los samaritanos no había ninguna hostilidad, como lo demostró al hablar con la mujer samaritana en Juan capítulo cuatro. Pero al tildarlo de estar endemoniado, los judíos estaban deshonrándole, porque el Señor Jesús es Dios en forma humana. Ponga atención a la respuesta que formuló el Señor Jesús a estos judíos. Juan 8:49-51 dice: Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis.
Joh 8:50 Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga.
Joh 8:51 De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte.
El Señor Jesús simplemente niega la aseveración de los judíos. Yo no tengo demonio. Pero además señala que honra a su Padre celestial, mientras, por contraste, los judíos deshonraban al Padre celestial al deshonrar al Señor Jesús. Según Juan 5:23, el Señor Jesús dijo: El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.
Sin embargo de esto, el Señor Jesús no buscaba su propia gloria, pero por contraste, los judíos que le acosaban, ellos buscaban su propia gloria, es decir añoraban los aplausos y la admiración de la gente y eso les movía a juzgar erróneamente al Señor Jesús. En este punto, el Señor Jesús introduce otro principio contundente con las conocidas palabras: De cierto, de cierto os digo. En este caso, que el que guarda su palabra, nunca verá muerte. Esto significa que aquel que reconoce al Señor Jesús como el Cristo, el Mesías, el Rey de Israel y en consecuencia lo recibe como su único Salvador personal, nunca verá muerte. El Señor Jesús no se estaba refiriendo a la muerte física, sino a algo mucho más serio que eso, a la muerte eterna. Los que hemos recibido al Señor Jesús como nuestro personal Salvador, jamás experimentaremos la muerte eterna, lo cual está reservado para todos aquellos que salen de este mundo, mediante la muerte física, sin haber recibido a Cristo como Salvador. Algo digno de notar es que guardar la palabra del Señor Jesús, significa recibirlo como Salvador, lo cual implica obedecer todo lo que el Señor Jesús dice. Esto último es el fruto de la verdadera fe en el Señor Jesús como Salvador. Somos salvos por fe, pero la fe que salva se manifiesta en buenas obras, dentro de esto, la obediencia al Señor Jesús. Al oír que el que guarda la palabra del Señor Jesús nunca verá muerte, los judíos se encendieron en ira y para ellos era una ratificación de lo que antes dijeron, en el sentido que el Señor Jesús tenía demonio. Note lo que dice Juan 8:52-53. Entonces los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte.
Joh 8:53 ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo?
Ciegos en su incredulidad, los judíos razonaron muy humanamente, pero muy erradamente. Jeremías 17:9 dice: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?
Según el razonamiento de los judíos, el Señor Jesús debía estar endemoniado, para afirmar que el que guarda su palabra nunca verá muerte. ¿Entonces personajes como Abraham y los profetas, no creyeron? Porque todos ellos murieron. Por eso preguntaron al Señor Jesús: ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? Además, tal vez levantando la voz por la admiración, los judíos dijeron al Señor Jesús ¡Y los profetas murieron! ¿Qué te crees cuando dices que los que guardan tu palabra nunca verán muerte? El problema básico de estos judíos es que por su incredulidad estaban ciegos a la verdad que proclamaba el Señor Jesús. Al hablar de muerte, el Señor Jesús no se estaba refiriendo a la muerte física sino a la muerte eterna. Abraham y los profetas murieron físicamente, pero no murieron eternamente, porque pusieron su fe en la persona y obra del Señor Jesús. Esto parece extraño porque el Señor Jesús vivió cientos o miles de años después de Abraham y de los profetas. Dejemos que el Señor Jesús mismo lo explique de la manera que explicó a los judíos incrédulos que le escuchaban. Juan 8:54-56 dice: Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios.
Joh 8:55 Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra.
Joh 8:56 Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó.
Si el Señor Jesús se glorificara a sí mismo, su gloria sería hueca o vacía. Quien le glorifica es el Padre celestial. El problema de fondo era que los judíos se resistían a creer lo que decía el Padre celestial, muy a pesar que de labios para afuera confesaban que era su Dios. Interesante amigo oyente. Los judíos decían que creían en Dios, pero se negaban a aceptar lo que decía Dios, como por ejemplo, que el Señor Jesús es su Hijo, el Cristo, el Mesías. Hoy en día también, existe mucha gente que sin detenerse a pensar confiesa creer en Dios, pero al mismo tiempo se niega a recibir al Señor Jesús como Salvador, a pesar que es Dios mismo quien ha dicho que su voluntad es que el hombre reciba a su Hijo como su Salvador. Juan 6:40 dice: Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.
Por esto se ha dicho muy bien que una cosa es creer en Dios y otra muy diferente es creer a Dios. Muchos creen en Dios, pero pocos creen a Dios y en consecuencia reciben a su Hijo como su Salvador. ¿Y usted amable oyente? ¿Cree en Dios? Casi puedo percibir que responde afirmativamente. Siendo así, dé un paso más adelante. ¿Cree a Dios? Si su respuesta es afirmativa, debe recibir al Señor Jesús como su Salvador si todavía no lo ha hecho. En realidad los judíos no conocían a Dios, en cambio el Señor Jesús conocía a Dios. Si el Señor Jesús dijera que no conoce a Dios sería mentiroso como los judíos. Pero la realidad era que le conocía y en consecuencia guardaba su palabra. Los que conocen a Dios guardan su palabra. Dicho esto, el Señor Jesús dijo algo que dejó atónitos a los incrédulos judíos. Les dijo que Abraham, el gran patriarca de los judíos, se gozó de que había de ver el día del Señor Jesús, y lo vio, y se gozó. ¿De qué manera? Pues en eventos como cuando estaba a punto de sacrificar a su hijo Isaac y en el momento preciso Dios proveyó un carnero para ser sacrificado en lugar de su hijo. Ese carnero fue un símbolo del Cordero de Dios, el Señor Jesucristo, quien fue dado por el Padre para que sea sacrificado en la cruz en lugar del pecador. Viendo esto en el futuro con los ojos de la fe, Abraham se gozó. Esto confundió totalmente a los judíos. Note cuál fue su reacción. Juan 8:57 dice: Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?
El Señor Jesús no tenía ni cincuenta años, ¿Cómo puede decir entonces que fue visto por Abraham, que tenía siglos de estar muerto? Note la respuesta del Señor Jesús. Juan 8:58 dice: Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.
Una vez más un principio impactante introducido con la célebre frase: De cierto, de cierto os digo. En este caso: Antes que Abraham fuese, yo soy. Esto denota que el Señor Jesús es Dios. Como tal simplemente existe por la eternidad. La expresión: Yo soy, es justamente el significado del nombre Jehová. Yo soy el que soy. Esta vez, los judíos comprendieron muy bien lo que estaba diciendo el Señor Jesús, pero su incredulidad les condujo a catalogarlo como una blasfemia. Ellos sabían muy bien como se debía castigar la blasfemia. Eso explica lo que dice Juan 8:59. Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue.
La blasfemia se castigaba con la muerte por apedreamiento. El Señor Jesús se escondió y de esa manera salió del templo, atravesando por en medio de ellos y se fue. Todavía no había llegado el tiempo para que sea arrestado y entregado a muerte.
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