Lo horrendo que es a los ojos de Dios el pecado de fornicación

Qué grato saludarle amiga, amigo oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. La primera epístola de Pablo a los Corintios nos sirve de base para esta serie de mensajes la cual lleva por título: Un mensaje oportuno para una iglesia en crisis. En esta ocasión, David Logacho nos hablará de lo horrendo que es a los ojos de Dios el pecado de fornicación.

Si nos acompañó en el estudio bíblico anterior, recordará que Pablo hizo mucho énfasis en el hecho que los creyentes hemos sido lavados, santificados y justificados.

Siendo así, es de esperarse que los creyentes vivamos de acuerdo con esta realidad espiritual.

Desgraciadamente, los creyentes corintios o no estaban conscientes de esto o si lo estaban, no querían someterse a ello. Por eso es que entre ellos había discordia, divisiones, enemistades, celos e inmoralidad. Inclusive, las disputas entre ellos estaban siendo llevadas a los tribunales mundanos. Encima de todo este cuadro desalentador estaban confundiendo la libertad que los creyentes tenemos en Cristo con el libertinaje.

Observe lo que dice 1 Corintios 6:12 «Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.»

Este es un de los principios bíblicos que se deben tomar muy en cuenta cuando estamos por hacer algo que no ha sido específicamente legislado en la Biblia. Siempre será pecado mentir, robar, adulterar, etc., pero ¿qué tal con cosas como ir al cine? Algo como esto no está específicamente legislado en la Biblia. Cuando se escribió el Nuevo Testamento ni siquiera existía el cine.

En casos así, entra en juego el principio de la libertad que tenemos en Cristo. Ciertas cosas son lícitas, pero eso no me da licencia para hacerlas inmediatamente.

Antes de hacerlas debo formularme la pregunta: ¿Es conveniente que lo haga? La palabra conveniente significa algo que es útil, algo que es oportuno, algo que es provechoso, algo que es decente. Si la respuesta es afirmativa, entonces lo podría hacer, siempre y cuando se tome en cuenta lo demás que dice el texto. Sí… ciertas cosas son lícitas, pero eso no me da licencia para hacerlas inmediatamente.

Antes de hacerlas debo formularme la pregunta: ¿Es algo que tiende a dominarme? Mas yo no me dejaré dominar de ninguna, dice el texto. Si algo que pretendo hacer, lo cual no está específicamente legislado en la Biblia, tiende a dominarme de tal manera que no puedo vivir sin hacerlo, entonces será mejor que no lo haga porque tarde o temprano, aquello terminará dominándome.

En otros pasajes del Nuevo Testamento existen principios adicionales que rigen lo que podemos o no podemos hacer en la libertad que tenemos en Cristo. Esto es lo que Pablo practicaba en su vida personal y también enseñaba en las iglesias, pero los creyentes de Corinto no comprendieron bien este asunto y tomando solamente la parte que dice: Todo me es lícito, se dedicaron a satisfacer cualquier apetito de su carne, es decir, se abandonaron a un total libertinaje.

Convencidos de que todo les era lícito, entre otras cosas, se dedicaron a la fornicación. Pablo por tanto va a mostrar que la fornicación atenta contra el Padre, contra el Hijo y contra el Espíritu Santo. Veamos cómo afecta al Padre. 1 Corintios 6:13-14 dice: «Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios que levantó al Señor, también a nosotros nos levantará con su poder.»

En la iglesia de Corinto estaba de moda un dicho que servía de base para todo desenfreno moral. El dicho rezaba más o menos de esta manera: Así como los alimentos son para el estómago, y el estómago para los alimentos, también la fornicación es para el cuerpo y el cuerpo para la fornicación.

Pablo por tanto va a corregir esta distorsionada manera de pensar. Dice: Efectivamente, los alimentos son para el estómago, y el estómago para los alimentos, pero esta relación en algún momento va a ser destruida por Dios.

En cambio, el cuerpo no es para la fornicación y la fornicación no es para el cuerpo, porque el cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo. Esta relación jamás va a ser destruida por Dios. Tan es así que ni la muerte destruirá para siempre los cuerpos de los creyentes, por cuanto Dios, quien levantó al Señor de los muertos, también levantará de la tumba los cuerpos de los creyentes que han muerto.

De modo que a la luz de que Dios creó nuestros cuerpos y algún día Dios los va a resucitar en gloria, ¿cómo es posible que los contaminemos con la fornicación?

Los corintios estaban tratando al sexo como un apetito que debe ser satisfecho de cualquier manera, mas no como un regalo precioso que debe ser tratado con sumo cuidado. La fornicación es al sexo como la glotonería es al comer. Fornicación y glotonería son pecado y ambas cosas producen consecuencias desastrosas. Sexo fuera del matrimonio es destructivo, mientras que sexo dentro del matrimonio es constructivo y hermoso. El sexo fuera del matrimonio es como cuando un hombre roba un banco. Obtiene algo, pero eso no es suyo y algún día tendrá que pagar por ello.

Pero el sexo dentro del matrimonio es como cuando una persona pone dinero en un banco. El dinero estará seguro y a medida que pasa el tiempo irá recibiendo cuantiosos dividendos. Cuidado amable oyente con atentar contra Dios el Padre por medio de una vida de desenfreno moral.

Pero la fornicación no atenta solamente contra el Padre sino también contra el Hijo, el Señor Jesucristo. 1 Corintios 6:15-18 dice: «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.»

Pablo está aseverando algo que los corintios ya lo sabían. El cuerpo del creyente es miembro de Cristo. ¿Cómo entonces podemos pensar que es posible estar unidos a Cristo y unidos al pecado al mismo tiempo?

Sin embargo, algunos creyentes de la iglesia en Corinto no se hacían problema con eso e iban a buscar favores sexuales de algunas de las más de 1000 rameras que aparentemente había en el templo pagano dedicado a la adoración a Afrodita, la diosa del amor.

Jesucristo nos compró al elevado precio de su propia vida y por eso nuestros cuerpos le pertenecen a él. Somos un espíritu con el Señor y por tanto debemos presentar nuestros cuerpos a él en sacrificio vivo. Si usted comienza cada día poniendo su cuerpo en sumisión a Cristo, esto hará una gran diferencia en lo que hará con su cuerpo durante el día.

Pablo hace referencia al relato de la creación para explicar lo serio que es el pecado sexual. Cuando un hombre y una mujer unen sus cuerpos en el acto sexual, se produce una unión de la personalidad entera. Es una experiencia muy profunda, una unidad que produce profundas y duraderas consecuencias.

Pablo advierte por tanto que el pecado sexual es el pecado más grave que un hombre puede cometer contra su propio cuerpo, debido a que está involucrada la personalidad entera. El sexo no es sólo una parte del cuerpo. Ser hombre y mujer involucra a la persona total. Por eso, la experiencia sexual afecta la personalidad toda.

Pablo no está diciendo que el unirse con una ramera es equivalente a casarse con ella, porque el matrimonio también demanda compromiso. El hombre y la mujer dejan el hogar paterno para comenzar un nuevo hogar. Esto ayuda a comprender por qué el sexo dentro del matrimonio llega a ser una experiencia enriquecedora de crecimiento, porque se fundamenta en un compromiso.

Cuando una pareja se promete amor y fidelidad mutua esta colocando un sólido fundamento sobre el cual edificar todo lo demás. El pecado de fornicación entonces atenta contra el Hijo.

Por último, el pecado de fornicación atenta contra el Espíritu Santo. 1 Corintios 6:19-20 dice: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.»

Dios el Padre creó nuestros cuerpos, Dios el Hijo los redimió y los hizo parte de su cuerpo, y Dios el Espíritu Santo mora en nuestros cuerpos y los hace el templo de Dios.

¿Cómo podemos entonces contaminar el templo de Dios al entregar nuestros cuerpos a la inmoralidad sexual? El mandato de Pablo es: Glorificad a Dios en vuestro cuerpo.

El Espíritu Santo ha sido dado con el propósito de glorificar a Cristo Jesús. El Espíritu Santo desea por tanto usar nuestros cuerpos para exaltar y magnificar a Cristo Jesús.

Así que, Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo tienen parte en todo lo que hacemos con nuestros cuerpos. Es algo muy serio atentar contra la Deidad completa cuando presentamos nuestros cuerpos al pecado sexual.

Viviendo en una sociedad saturada de laxitud moral, no es difícil ser arrastrados por esa poderosa corriente y pensar que no hay problema con que un creyente haga uso del sexo fuera del matrimonio, bien sea en relaciones sexuales prematrimoniales, o extramatrimoniales, o lesbianismo, u homosexualidad, o prostitución, o pornografía y tantas otras desviaciones sexuales más, pero cuidado amable oyente.

Si usted es un genuino creyente, debe tener siempre en mente que el pecado sexual atenta contra el Padre, contra el Hijo, contra el Espíritu Santo y contra usted mismo. Las consecuencias pueden ser muy funestas.

Antes de concluir nuestra edición de hoy, le invito a visitar nuestra página Web y conocer la respuesta a la PREGUNTA DEL DÍA ¿Quienes fueron los Anabautistas? Nuestra dirección es: labibliadice.org Además puede hacernos llegar sus consultas y sugerencias y por supuesto escuchar nuevamente el programa de hoy. Le recuerdo nuestra dirección: labibliadice.org Hasta la próxima y que Dios le bendiga grandemente.

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