Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores

Qué grato es saludarle amable oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Nuestro tema de estudio es la oración modelo que el Señor Jesús enseñó a sus discípulos cuando le pidieron que les enseñe a orar. El Señor Jesús les enseñó que la oración se debe dirigir a Dios, sobre la base de la relación que tenemos con él como nuestro Padre, por cuando hemos recibido al Señor Jesús como nuestro Salvador. La oración contiene siete pedidos divididos en dos grupos. El primer grupo comprende tres pedidos, todos ellos relacionados con los asuntos que a Dios le interesa. Santificado sea tu nombre, venga tu reino y hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El segundo grupo comprende cuatro pedidos, todos ellos relacionados con los asuntos que al hombre le interesa. En nuestro último estudio bíblico estudiamos el primero de estos cuatro pedidos: El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. En esta ocasión vamos a estudiar el segundo de estos cuatro pedidos: Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo 6:9-13. El versículo en particular que vamos a estudiar ahora, es el 12, donde dice: Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esta petición resulta de dar una mirada hacia el interior del creyente y reconocer que allí, muy adentro, no todo luce perfecto. Si somos honestos con Dios y con nosotros mismos, inevitablemente llegaremos a la conclusión que llegó el rey David cuando se examinó a sí mismo y lo resumió en Salmo 51 cuando dijo: Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Crea en mí,  oh Dios,  un corazón limpio,
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú,  oh Dios.

En el pedido notamos que quien hace esta oración está plenamente consciente de su pecado. Esta petición se la dirige a Dios como Padre, quien envió a su Hijo para que sea nuestro Salvador, por cuya sangre derramada en la cruz fuimos redimidos. Es al Padre a quien hemos ofendido con nuestro pecado, cualquiera que sea. Por eso le decimos: Perdónanos nuestras deudas. Cuando el hijo de Dios peca, lastima el corazón de Dios y lo entristece y al reconocerlo, lo menos que puede hacer el hijo de Dios es postrarse con su rostro a tierra en humillación máxima y decir: Padre, perdónanos nuestras deudas. ¿Está consciente de su pecado, amable oyente? Estamos tan satisfechos por el hecho que como dijo Pablo: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, y también por el hecho que hemos sido revestidos con la justicia del Señor Jesús, pero no debemos olvidar jamás que todavía vivimos en estos cuerpos sujetos al pecado y que de tanto en tanto nos rendimos a las insinuaciones de nuestra vieja naturaleza y lastimamos al Padre con nuestro pecado, bien sea de pensamiento o de obra, bien sea de acción o de omisión. El pecado en el incrédulo es algo muy serio, pero mucho más serio es el pecado en el creyente, pero actuamos como si no fuera así y pretendemos vivir cómodamente atesorando el pecado en nuestras vidas, a pesar de ser hijos de Dios. Cuando oramos al Padre diciendo: Perdónanos nuestras deudas, estamos admitiendo la gravedad del pecado en nuestras vidas a pesar de ser ya hijos de Dios. El pecado amable oyente afecta nuestra comunión con Dios. El hombre que nunca jamás ha probado la gracia redentora de Dios podrá ser feliz hasta cierto punto, pero el hombre que habiendo nacido de nuevo, nunca busca de su Padre celestial el perdón de su pecado no será feliz en absoluto. Observe que esta petición por el perdón de nuestras deudas, comienza con la conjunción “y”, lo cual significa que está íntimamente relacionada a la petición de que el Padre nos dé nuestro pan de cada día. Esto significa que así como estamos conscientes que necesitamos de la fortaleza de Dios cada día para hacer frente a las diferentes circunstancias de la vida ese día, también necesitamos el perdón de Dios cada día para que nuestra comunión con Él no se vea afectada. No tomemos el pecado ligeramente, amable oyente, por más insignificante que nos parezca. No piense que como todos lo hacen no debe ser tan malo. No diga eso que muchos creyentes dicen: Jesús ya derramó su sangre en la cruz para perdonarme de todo mi pecado, así que no importa si sigo pecando. Que Dios nos libre de pensar así. Pablo dice en Romanos 6:2 Porque los que hemos muerto al pecado,  ¿cómo viviremos aún en él?

La falta de pedir perdón por nuestro pecado a Dios diariamente hace que nuestro testimonio sea insípido, que nuestro corazón esté frío hacia el Señor, y que sea evidente la falta de gracia divina en nuestra vida. Pero, ¿qué es pecado? Note que en la oración modelo se habla de: Perdónanos nuestras deudas. En otras palabras, el pecado es una deuda. Es algo que debo a mi Padre celestial y que no he pagado. ¿Le debo algo? ¿Qué le debo? ¿Acaso cuando recibí a Cristo como mi Salvador no quedó saldada por gracia toda mi deuda por el pecado? Por supuesto que sí. Pero al mismo tiempo, la gracia es como el gran maestro que nos guía hacia una vida de santidad. Uno de los ministerios de santificación más grandes de la gracia de Dios es enseñarnos a odiar el pecado que antes amábamos y amar la santidad que antes odiábamos. Jamás pensemos que el hijo de Dios puede vivir como le venga en gana porque ya no está bajo la ley sino bajo la gracia. ¿Cuáles serían algunas cosas que me hacen deudor ante el Padre celestial? Por ejemplo cuando hago algo que no agrada a Dios con mi cuerpo. 1Corintios 6:19-20 dice: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,  el cual está en vosotros,  el cual tenéis de Dios,  y que no sois vuestros?

1Co 6:20  Porque habéis sido comprados por precio;  glorificad,  pues,  a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu,  los cuales son de Dios.
El cuerpo es templo del Espíritu Santo y si yo hago cualquier cosa que deshonra a Dios por medio de mi cuerpo, quedo en deuda con el Padre. No importa si se trata de algo que haga con mi mente o con los ojos, o con los oídos o con las manos, o con los pies, o con la lengua. En general, los hijos de Dios quedamos como deudores ante Dios por cada cosa que hagamos y que está fuera de la voluntad de Dios. La vida cristiana consiste en una constante lucha contra los deseos de mi carne, los deseos del mundo y los deseos de Satanás. Cada vez que cedo a cualquiera de estos deseos quedo en deuda con el Padre celestial y lo propio es que en una base diaria clame al Padre diciendo: Perdónanos nuestras deudas. Por otro lado, el pedido que venimos estudiando se complementa con la frase: como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esto no significa que como mérito o premio por perdonar las ofensas de otros, Dios va a perdonar nuestras ofensas hacia Él. El perdón de pecados no es algo que uno merece sino algo que Dios lo hace por pura gracia a los que confían en Cristo como Salvador. La idea de este pedido, cuando dice: como nosotros perdonamos a nuestros deudores es la necesidad de tener un carácter perdonador, porque ese es el ejemplo que tenemos de nuestro Salvador, quien cuando padecía en extremo en manos de sus verdugos, no buscó venganza contra ellos sino que dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. El hijo de Dios que se siente perdonado por Dios no debería resistirse a perdonar a otros, no para obtener algún mérito de parte de Dios, sino simplemente como resultado de ya ser hijo de Dios, y de tener todo su pecado perdonado. ¿Cómo podemos pedir con limpia conciencia al Padre que perdone nuestras deudas, si nosotros nos resistimos a perdonar a otros, por faltas que ni de lejos se comparan con la falta que nosotros cometimos contra Dios? De manera que, amable oyente, antes de clamar a Dios por perdón de nuestras deudas, examine su corazón para mirar si existe alguna ofensa de otros que todavía no ha perdonado. Si no hay nada, entonces tendrá la conciencia limpia para pedir al Padre que le perdone sus deudas. No es fácil perdonar, porque implica humillarse ante el ofensor, pero el perdón es el mejor favor que nosotros podemos hacernos a nosotros mismos cuando somos ofendidos, porque de otra manera, a más del agravio recibido, tendremos que sufrir las consecuencias de vivir con rencor, amargura, resentimiento. Que por la gracia de Dios, mi amigo, mi amiga, tome conciencia de la gravedad de su pecado, aun a pesar de ser ya un hijo de Dios y que esto le motive a caer de rodillas delante del Padre clamando: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Amén.

Deja una respuesta