El Señor Jesús habla de la manera como glorifica a su Padre

Saludos cordiales amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el evangelio según Juan. En esta ocasión vamos a terminar con el estudio del capítulo 13, en el cual el Señor Jesús habla de la manera como glorifica a su Padre y del gran mandamiento a sus discípulos de amarse los unos a los otros.

Abramos nuestras Biblia en Juan 13:31-38. En nuestro último estudio bíblico vimos que una vez que Judas Iscariote tomó el pan remojado de mano del Señor Jesús, salió del recinto donde estaban cenando y muy probablemente fue a ultimar los detalles con los principales sacerdotes para concretar el acuerdo que ya había hecho con ellos de entregar al Señor Jesús por 30 piezas de plata. Juan dice en su evangelio que cuando Judas Iscariote salió, era ya de noche. Las tinieblas describen muy bien lo horrendo de la traición y lo horrendo de lo que estaba por pasar. Digo horrendo, desde el punto de vista humano, porque como vamos a ver inmediatamente, para el Señor Jesús, desde el punto de vista divino, no fue horrendo, sino glorioso. El pasaje bíblico que tenemos para nuestro estudio se divide en cuatro partes. La primera parte tiene que ver con glorificación. Juan 13:31-32 dice: Entonces, cuando hubo salido, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él.
Joh 13:32  Si Dios es glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará.
En este par de versículos aparece por cinco veces el verbo glorificar. El verbo glorificar describe la acción de ensalzar o alabar a una persona o cosa. En otras palabras, hacer digno de honor, prestigio o fama a una persona o cosa. Judas Iscariote había salido del recinto donde el Señor Jesús y los suyos estaban cenando, esto fue como el detonante de todos los eventos que iban a ocurrir aquella noche y el siguiente día, con la crucifixión después con la resurrección y más tarde con la ascensión. Por tanto, el Señor Jesús dijo: que había llegado el momento para que el Hijo del Hombre entre en su gloria y por causa de él, Dios el Padre sea glorificado, y por el hecho que Dios recibe gloria a causa del Hijo, pronto también le dará gloria al Hijo. Interesante que para referirse a sí mismo, el Señor Jesús usó el título Hijo del Hombre, título que se remonta al libro del profeta Daniel, en el capítulo 7, cuando Daniel en visión ve que con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, el cual vino hasta el Anciano de días, Dios Padre, y le hicieron acercarse delante de él, y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. Todo esto que vio Daniel en visión se refiere al Señor Jesús. Describe su exaltación, pero para que esto acontezca, era necesario que primeramente descienda al profundo valle de la humillación, es decir la crucifixión. Algo digno de notar es que el Señor Jesús obedeció en todo a su Padre y por tanto le glorificó. La gente habla mucho de glorificar a Dios, pero pocos saben que para glorificar a Dios tienen que obedecer todo lo que Dios dice en su palabra. La segunda parte del pasaje bíblico que estamos estudiando tiene que ver con la imposibilidad que los discípulos vayan a donde el Señor Jesús iba. Juan 13:33 dice: Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir.
Como Judas Iscariote ya no estaba con los discípulos, el Señor Jesús trató a los que eran realmente suyos con especial ternura. Les trata como a hijitos. Sus palabras tienen un sabor de tristeza. Suenan a despedida. No iba a estar mucho tiempo más con ellos. Dentro de poco, cuando sea entregado por Judas Iscariote, iniciaría su camino hacia la cruz, mientras los discípulos serían dispersados. El camino tenía que hacerlo solo. A donde yo voy, vosotros no podéis ir, les dijo. Estas son las mismas palabras que en algún momento dijo también a los judíos, a los líderes de Israel, aunque en el caso de ellos el sentido fue que no pueden ir a la gloria celestial. Pedro entendió muy bien a lo que se refería el Señor Jesús con lo que acabó de decir y por eso, un poco más adelante en el texto, va a decir: Mi vida pondré por ti. En tercer lugar, tenemos el nuevo mandamiento. Juan 13:34-35 dice: Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros;(F) como yo os he amado, que también os améis unos a otros.
Joh 13:35  En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.
El Señor Jesús estaba por irse a donde sus discípulos no podían ir, pero mientras tanto, el Señor Jesús entrega a sus discípulos un mandamiento nuevo. El mandamiento es: Que os améis unos a otros. Este mandamiento no es nuevo porque aparece en el Antiguo Testamento en varias partes, como por ejemplo en Levítico 19:18 donde dice: No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo.(M) Yo Jehová.
¿Qué es entonces lo que hace nuevo al mandamiento que estaba dando el Señor Jesús a sus discípulos? Lo que hace nuevo a este mandamiento es la calidad del amor que debemos tener los unos para con los otros. Como yo os he amado, dijo el Señor Jesús. Es un amor que debe imitar el ejemplo del Señor Jesús. Es un amor sacrificial. Es un amor que no busca su propio bien sino el bien de los demás. Es un amor que no impone condiciones. Es un amor que da sin esperar recibir nada, es un amor a personas que de ninguna manera merecen ser amadas. Amar de esta manera, no es una opción para los creyentes. Si no estamos amando así, estamos en desobediencia delante de Dios. Amar de esta forma es una especie de credencial que demuestra que somos discípulos del Señor Jesús. La única manera que el mundo puede saber que somos discípulos del Señor Jesús es por medio de amarnos los unos a los otros de la manera que el Señor Jesús nos amó a nosotros. Es fácil enunciar este mandato, pero es tan difícil cumplirlo. Tal vez alguna vez escuchó la historia que en algún momento llegó a mis manos y que ilustra muy bien lo difícil que es amarnos los unos a los otros sin imponer condiciones, como el Señor Jesús nos pide. El soldado, quien finalmente regresaba a casa después de la guerra, llamó a sus padres desde San Francisco y les dijo:
– «Mamá y Papá, voy de regreso a casa, pero tengo un favor que pedirles. Tengo un amigo que quisiera llevar conmigo.»
– «Claro hijo, respondieron sus padres, nos encantaría conocerlo.»
– «Pero hay algo que deben de saber, dijo el soldado, mi amigo fue herido gravemente durante la guerra. Pisó una mina y perdió un brazo y una pierna. No tiene a donde ir, y yo quiero que se venga a vivir con nosotros.»
– «Lamento escuchar eso hijo, dijo el padre. Tal vez lo podamos ayudar a encontrar un lugar donde vivir.»
– «No, Mamá y Papá, dijo el hijo, yo quiero que viva con nosotros.»
– «Hijo, dijo el papá, tú no sabes lo que estás pidiendo. Alguien con semejantes limitaciones sería una terrible carga para nosotros. Nosotros tenemos nuestras propias vidas y no podemos permitir que algo así nos interfiera. Yo creo que tú solo deberías venir a casa y olvidarte de ese muchacho. Él encontrará alguna forma de vivir por sí solo.»
En ese punto, el hijo colgó el teléfono. Los padres no escucharon nada más de su hijo. Días después, recibieron una llamada del departamento de policía de San Francisco. Su hijo había muerto después de caer de la azotea de un edificio. Según la policía fue un suicidio. Los devastados padres volaron hasta San Francisco y llegaron a la morgue para identificar el cuerpo de su hijo. Lo reconocieron, ciertamente era su hijo, pero para su horror, también descubrieron algo que no sabían, su hijo sólo tenía un brazo y una pierna.
No apuntemos el dedo acusador a estos padres, porque todos nosotros tenemos serias dificultades para amar unos a otros sin condiciones, como el Señor Jesús nos ordena. Por último, en el pasaje bíblico que estamos estudiando, tenemos el anuncio de la negación de Pedro. Juan 13:36-38 dice: Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después.
Joh 13:37  Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti.
Joh 13:38  Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces.
Parece que Pedro no puso mucha atención al mandato que acabó de hacer el Señor Jesús a sus discípulos, porque en su mente estaba dando vueltas las palabras del Señor Jesús cuando dijo: A donde yo voy, vosotros no podéis ir. Por eso hizo la pregunta: Señor, ¿a dónde vas? La respuesta del Señor Jesús fue: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Esta declaración se puede interpretar en dos posibles maneras, en el sentido que el Señor Jesús estaba hablando de su muerte, o en el sentido que el Señor Jesús estaba hablando de la gloria celestial, pues en ambos casos, Pedro siguió al Señor Jesús en algún momento. Cuando murió como mártir, según la tradición, o cuando entró a la gloria celestial, una vez que murió. Fue en este punto cuando el siempre impulsivo Pedro, revestido de absoluta confianza en sí mismo, respondió al Señor Jesús diciendo: ¿Por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. ¿Cuál fue la respuesta del Señor Jesús ante esta explosión de auto confianza? Dijo a Pedro: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces. Pocas horas después, en aquella misma noche, Pedro comprobaría lo vano que es confiar en uno mismo, pero eso será tema de un estudio bíblico próximo.

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