La enseñanza del Señor Jesús acerca de la avaricia

Que grato saludarle amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy en el Evangelio según Lucas. En esta ocasión vamos a estudiar la enseñanza del Señor Jesús acerca de la avaricia.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 12:13-21. En este pasaje bíblico tenemos una de las más impactantes enseñanzas bíblicas sobre la avaricia. El maestro es nada más y nada menos que el Señor Jesús. La avaricia es el afán o deseo desordenado y excesivo de poseer riquezas para atesorarlas. Se parece mucho a la codicia, con la diferencia que codicia es el afán excesivo de riquezas, sin necesidad de querer atesorarlas. Ambas cosas son pecado. En cuanto a la avaricia. Lo primero que vamos a notar es la presencia de los avaros. Lucas 12: 13 dice: Le dijo uno de la multitud: Maestro, dí a mi hermano que parta conmigo la herencia.
El Señor Jesús y sus discípulos estaban camino hacia Jerusalén. Les acompañaba una multitud. Entre la multitud había dos hermanos que entre ellos tenían un grave problema de repartición de herencias. Las herencias suelen ser motivo de mucho conflicto entre los herederos, tanto en el pasado como en el presente y ciertamente también lo serán en el futuro. Uno de estos hermanos quiso aprovechar la presencia del Señor Jesús para resolver el problema de herencias con su hermano y por eso se dirigió al Señor Jesús diciendo: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Fue un pedido atrevido. Básicamente está ordenando al Señor Jesús, que pida a su hermano que le dé la parte de la herencia que consideraba como suya. Según los que conocen la historia, los rabinos de la época en que el Señor Jesús estaba en esta tierra, acostumbraban a hacer de jueces en casos como este. ¿Cuál fue la respuesta del Señor Jesús? En segundo lugar considere la respuesta a los avaros. Lucas 12:14 dice: Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
El Señor Jesús rehusó involucrarse en este asunto. ¿Por qué? Pues porque cualquiera que fuera su decisión, no iba a resolver el verdadero problema que había en el corazón de estos dos hermanos. El problema de estos dos hermanos era la avaricia. Por eso hizo la pregunta: ¿Quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Acto seguido, el Señor Jesús hizo una advertencia a los avaros. Lucas 12:15 dice: Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.
Mirad y guardaos conlleva la idea de estar muy atentos con el propósito de evitar de cualquier forma algo que reviste un gran peligro. Lo que reviste gran peligro es la avaricia. Ese afán o deseo desordenado y excesivo por obtener riqueza para atesorarla o para guardarla. La avaricia es peligrosa porque engaña al avaro. Le hace pensar que mientras más bienes acumula, más satisfecho o más feliz será. Se cuenta de un anciano cuáquero que, queriendo dar una lección a sus vecinos, puso un anuncio en un campo de su propiedad, que decía: “Se lo regalo a cualquiera que se sienta satisfecho” Un granjero rico pasó por allí, leyó el anuncio y pensó: Dado que mi vecino y amigo va a regalar este campo, yo tengo tanto derecho de recibirlo como cualquiera. Soy rico y tengo todo lo que necesito, estoy satisfecho, así que cumplo con el requisito para recibir el regalo. Se acercó a la casa de su vecino y cuando el anciano abrió la puerta, le explicó la razón de su visita. ¿Se siente usted satisfecho? Preguntó el propietario del terreno. Sin duda que sí, respondió el granjero. Tengo todo lo que necesito y estoy plenamente satisfecho. Mi amigo, contestó el anciano, si usted está de verdad satisfecho, ¿por qué quiere mi campo? La pregunta del anciano hizo evidente al granjero que la avaricia estaba oculta en su corazón. El problema básico con las riquezas materiales es que nunca satisfacen del todo, siempre se quiere más. Así es la avaricia. El Señor Jesús puso las cosas en su lugar cuando dijo: Porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. En otras palabras, el disfrutar de la vida sintiéndose satisfecho y feliz, no depende de cuánto dinero tenemos guardado en el banco, o en el bolsillo o en acciones en la bolsa de valores, o en bienes muebles o bienes inmuebles. Los bienes materiales tienen una especie de fuerza de gravedad que atrae a los que confían en ellos, así como la fuerza de gravedad atrae todo cuerpo hacia el centro de la tierra. Pero existe una manera de librarse de esta fuerza de gravedad. Es por medio de vivir austeramente e invertir todo lo demás en la obra del Señor. Esto justamente es la idea central de Mateo 6:19-21 donde dice: No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,(F) y donde ladrones minan y hurtan;
Mat 6:20  sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
Mat 6:21  Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
La Biblia no condena atesorar, o guardar. Lo que la Biblia dice es que no debemos ser necios en cuanto al lugar donde atesoramos. Si lo hacemos en la tierra, algún día dejaremos esos tesoros, cuando muramos físicamente, o esos tesoros nos dejarán a nosotros por la acción de la polilla y el orín, o por la acción de los ladrones. Pero si hacemos los tesoros en el cielo, no existe el peligro de perderlos, porque en el cielo no existe ni polilla ni orín ni ladrones. Lo prudente por tanto es hacer tesoros en el cielo. El corazón sigue al lugar donde esté el tesoro. El corazón del avaro sigue a las cosas de la tierra, porque su tesoro está en la tierra, pero el corazón del que invierte bienes materiales en la obra del Señor, sigue a las cosas celestiales. Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón, dijo el Señor Jesús. Para ilustrar lo peligroso de la avaricia, el Señor Jesús relató una parábola para los avaros. Se encuentra en Lucas 12:16-21. La Biblia dice: También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho.
Luk 12:17  Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos?
Luk 12:18  Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes;
Luk 12:19  y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate.
Luk 12:20  Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?
Luk 12:21  Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.
Se trata de un hombre muy próspero. La producción de su campo fue mucho más de lo que jamás había imaginado. Ante esto se puso a pensar. Sus opciones eran dos. La una, dejar arrastrarse por su avaricia y poner a buen recaudo la producción del campo. Para esto necesitaría hacer graneros más grandes, pero eso no sería problema porque estaba dispuesto a derribar los graneros pequeños y edificar graneros más grandes. Una vez que haya guardado su exuberante producción, podría disfrutar de felicidad absoluta. Podría dedicarse a descansar, comer, beber y hacer fiesta continua. La otra opción era mantener sus graneros pequeños, llenarlos hasta el tope, y todo el resto invertirlo en ayudar a otros o en ofrendar para la obra del Señor. La avaricia pudo más y el hombre escogió la primera opción. El mismo día que se hizo realidad su sueño de ver graneros enormes llenos de fruto, se acostó a dormir. El siguiente día esperaba comenzar su tiempo para descansar, comer, beber y regocijarse. Pero lo que no tomó en cuenta es que la avaricia engaña al avaro. Lo que sucedió es que esa misma noche, le visitó la muerte. Jamás llegó el día que tanto añoró, el día para descansar, comer bien, beber bien y regocijarse. La gran pregunta es: Todo lo que guardó con tanto esmero en esos enormes graneros, ¿de quién será? No importa en realidad de quien, lo que importa es que no será para el avaro. Así sucede a quien hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios. Esto es trágico amable oyente, pero es la condición de mucha gente en este mundo. Son ricos para ellos mismos, pero son pobres para con Dios. ¿Quiere ser rico para con Dios? Entonces su tesoro debe estar en el cielo. Algo digno de tomar en cuenta es que ninguno de nosotros puede llevar nada material de este mundo con nosotros al cielo. El momento que muramos físicamente, o que el Señor Jesús venga a buscarnos, dejaremos todo lo material en este mundo. Job 1:21 dice: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá.
Pero la buena noticia es que aunque no podemos sacar nada material de este mundo, podemos enviarlo al cielo por adelantado, mientras estamos vivos en este mundo. ¿De qué manera? Pues ofrendando a la iglesia, ofrendando a los necesitados, ofrendando a los ministerios cristianos. Todo lo que ofrendamos con sinceridad se va acumulando en nuestro tesoro en el cielo. Que el Señor nos ayude a guardarnos de la avaricia.

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