El divorcio

Con mucho gusto damos la bienvenida a todos nuestros amables oyentes. Juntos vamos a proseguir con el estudio de la familia auténticamente cristiana. Con la ayuda del Señor continuaremos analizando lo que enseña la Biblia en cuanto al divorcio. En instantes más estará junto a nosotros David Logacho para guiarnos en el análisis de lo que el Señor Jesucristo enseñó en cuanto al divorcio.

Antes de terminar nuestra serie sobre la familia auténticamente cristiana, hemos tomado el tiempo suficiente para tratar el asunto del divorcio. Sobre la base de lo que enseña la palabra de Dios, hemos visto ya que el divorcio fue objeto del abuso por parte de los fariseos. También hemos considerado que el divorcio jamás fue ordenado o instituido por Dios. Señalamos también que el divorcio es el resultado del pecado del hombre. La Biblia enseña también que el divorcio es aborrecido por Dios. Adicionalmente vimos que el divorcio debe ser evitado de cualquier manera. En esta ocasión vamos a considerar la enseñanza del Señor Jesucristo sobre el divorcio. Le invito por tanto a abrir su Biblia en el Evangelio de Mateo, capítulo 5, versículos 31 y 32. La Biblia dice… “También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada comete adulterio” Estas palabras fueron dichas por Jesús en lo que se conoce como el Sermón del Monte. Para entender su significado, es necesario señalar que el Sermón del Monte es la carta magna o la constitución del reino Mesiánico. En el Sermón del Monte, el Rey, el Señor Jesucristo comunicó las leyes que rigen en su reino para sus súbditos. El Sermón del Monte, fue dirigido por Jesús a sus discípulos. Siendo así, es aplicable a todos los que voluntariamente hemos decidido que Jesucristo sea el Rey o el Señor de nuestras vidas. En el Sermón del Monte, Jesús también confrontó y corrigió algunas enseñanzas que llegaron a ser populares en la época que Jesús estuvo en este mundo en forma humana. Por siglos, los maestros de la Ley habían interpretado incorrectamente ciertos aspectos de la Ley y sus interpretaciones erradas habían sido tomadas como la misma Ley. El resultado fue que los judíos estaban cumpliendo con mandamientos de hombres como si éstos fueran mandamientos de Dios, con el agravante que estas interpretaciones erróneas y antojadizas, lo único que hacían es encubrir el pecado del hombre. Por eso, el pasaje que leímos hace poco comienza con: También fue dicho… Esto es lo que decían los fariseos y los intérpretes de la Ley. Esto era la interpretación incorrecta de algo que Dios alguna vez dijo. En este caso específico, los maestros de la Ley decían: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. El error de los fariseos fue malinterpretar el pasaje de Deuteronomio 24:1-4 donde dice: “Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre. Pero si la aborreciere este último, y le escribiere carta de divorcio, y se la entregare en su mano, y la despidiere de su casa; o si hubiere muerto el postrer hombre que la tomó por mujer, no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer, después que fue envilecida; porque es abominación delante de Jehová, y no has de pervertir la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad” Los rabinos judíos interpretaron a su conveniencia este pasaje para que suene a un mandato de divorcio. Según ellos, si un hombre casado encontraba en su esposa alguna indecencia o impureza, era motivo más que suficiente para el divorcio. Por esto los escribas y fariseos preguntaron a Jesús en Mateo 19:7 “¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?” Los rabinos judíos malinterpretaron Deuteronomio 24 al decir que Moisés mandó, o que por lo menos abiertamente aprobó el divorcio. Pero tal interpretación no concuerda con el texto en Deuteronomio 24. Si Deuteronomio 24 no enseña el divorcio por cualquier causa, ¿qué es entonces lo que enseña? Para empezar necesitamos notar que este pasaje aunque no condena el divorcio, lo reconoce como una realidad. Dios reconoce la existencia del divorcio pero nunca lo ordena ni lo aprueba. Esto no debe causar sorpresa porque es el mismo tratamiento que da Dios al pecado. Aunque no lo ordena ni lo aprueba, lo reconoce. Es más, tanto lo reconoce que dio a su Hijo el Señor Jesucristo para que muera en la cruz y el hombre esté en capacidad de arreglar el problema del pecado. Igual es con el divorcio. Dios nunca le da su bendición, pero reconoce que es un mal que está en medio de la humanidad. En Deuteronomio 24 Moisés también reconoció que el divorcio fue el resultado de que un esposo había hallado algo indecente en su esposa. Lo indecente en la esposa es cualquier tipo de conducta indecorosa o vergonzosa que sería muy impropia en una mujer y traería bochorno para su esposo. La indecencia que habla este texto no puede referirse al adulterio, porque el castigo por el pecado de adulterio no fue jamás el divorcio sino la muerte. Levítico 20:10 dice: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” El texto en Deuteronomio 24 apunta a que si una mujer que ha cometido algo indecente y por esa razón ha sido repudiada de su marido y se casaba de nuevo con otro hombre, y ocurría un segundo divorcio, o el nuevo marido moría, esta mujer no podía casarse otra vez con el primer marido, por cuanto, según la Biblia, esta mujer había sido envilecida. ¿Cómo había sido envilecida? La palabra hebrea que se ha traducido por envilecida, según los entendidos en ese idioma, significa descalificada. La mujer había quedado descalificada o envilecida cuando cometió algo indecente, por lo cual fue repudiada de su primer marido. Pero si no había indecencia de por medio y aún así se producía el divorcio, lo que sucedía es que se estaba fomentando el adulterio. Por eso Jesús dijo en Mateo 5:32 “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada adultera” En otras palabras, si un hombre se divorcia sin tener una causa justificada, agrega al pecado de divorcio el pecado de adulterio, tanto de él mismo como de la mujer con quién el se vuelva a casar y de la esposa de quien se divorció y del hombre que se case con la divorciada. Es decir, se habrá producido una multiplicación de adulterio. Resumiendo diríamos, que Dios odia el divorcio, pero reconoce que será parte de la sociedad humana por causa del pecado y por eso cuidadosamente lo regula. Las autoridades religiosas judías habían pervertido esta regulación, por eso Jesús se encargó de clarificar el asunto. Ahora bien, han transcurrido casi 20 siglos desde que Jesús rechazó el divorcio por cualquier causa. Pero con tristeza debemos admitir que el divorcio por cualquier causa va en aumento a medida que avanza el tiempo. Si no lo ve así, considere estas estadísticas. En 1940, hubo un divorcio por cada seis casamientos. Veinte años más tarde, en 1960 el número de divorcios había crecido de uno por cada cuatro matrimonios. Para 1970 creció a un divorcio por cada tres matrimonios. Para 1990 creció a un divorcio por cada matrimonio. Es decir que había igual número de divorcios y matrimonios. Para el 2000 a lo mejor los divorcios habrán superado a los matrimonios. Más adelante, la gente se cansará de lo que según ellos es la farsa de casarse para vivir juntos y simplemente vivirán juntos sin casarse. De esta manera no tendrán siquiera que pensar en el divorcio cuando deseen acabar con una pareja y comenzar con otra. Existen lugares en el mundo donde la mayoría de las parejas no se han casado y la razón fundamental es porque en esos lugares no se reconoce el divorcio. La gente de esos lugares dice entonces: No vale la pena casarme porque después no me podré divorciar. Mejor vivo con mi pareja sin haberme casado. Pero volviendo al divorcio, ciertamente en algunos casos muy aislados puede ser que haya una razón válida para el divorcio, pero desgraciadamente en la mayoría de los casos, el motivo para el divorcio está muy cerca de lo que fue un motivo válido en el primer siglo. Conozco parejas de creyentes que cada vez que tienen una discusión familiar sacan a relucir esa tenebrosa arma llamada divorcio. Ah… si no estás contento conmigo, entonces será mejor que nos divorciemos. Como si el divorcio fuera una especie de divina pomada para resolver los conflictos domésticos. No, amigo oyente, el divorcio es pecado. El divorcio atenta contra la obra creativa de Dios. El divorcio ni siquiera debería ser mencionado en las familias auténticamente cristianas. Si en su familia ya se ha introducido la semilla mortal del divorcio y tanto Usted como su cónyuge están hablando seriamente de ello, en amor quiero exhortarle a desistir de esa descabellada idea. Busque otra solución, quebrante su espíritu para perdonar o pedir perdón. Dese una nueva oportunidad. Con la ayuda del Señor y el poder del Espíritu Santo, estoy seguro que podrá restaurar su matrimonio de las fauces de este terrible monstruo llamado divorcio.

 

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