Última advertencia que hace el autor de Hebreos en su libro

Es grato estar nuevamente junto a usted, amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. El tema central del libro de Hebreos es “La preeminencia de Jesucristo” En esta ocasión, David Logacho nos hablará acerca de la última advertencia que hace el autor de Hebreos en su libro.

A lo largo del libro de Hebreos, su autor ha incluido varios pasajes de advertencia para animar a sus lectores a poner en práctica la verdad que ha presentado. Esta práctica del autor de Hebreos es digna de ser imitada por todos los que tenemos el privilegio de anunciar la palabra de Dios. Una vez que la palabra de Dios ha sido expuesta, debemos animar al oyente a aplicarla a su vida. Es hora ya de dejar de considerar a la palabra de Dios como mero alimento para el intelecto.

Por eso Santiago 1:22 dice: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” Veamos pues como el autor de Hebreos hace su última advertencia. Abramos nuestras Biblias en Hebreos 12, versículos 18 a 29. Para nuestro análisis vamos a dividir este pasaje bíblico en dos secciones. La advertencia preparada, versículos 18 a 24 y la advertencia presentada, versículos 25 a 29. Al preparar a sus lectores para la advertencia, el autor de Hebreos contrasta el antiguo pacto con el nuevo pacto. El antiguo pacto está representando por el monte Sinaí, lugar en el cual Moisés recibió la ley. El nuevo pacto está representado por el monte de Sión. Sinaí representa ley y Sión representa gracia.

Veamos como fue dado el antiguo pacto. Hebreos 12:18-21 dice: “Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando” Aquellos judíos que estaban tentados a regresar a la ley debían recordar las terribles circunstancias que rodearon la entrega de la ley para sacar lecciones espirituales.

El lugar de los hechos fue el monte Sinaí, un monte literal, por eso el texto dice que se podía palpar. Cuando Dios se manifestó sobre este monte a Moisés, el monte ardía en fuego y una espesa nube lo cubría dando como resultado un espectáculo dantesco que erizaba los cabellos del más valiente de los espectadores. Para empeorar el panorama, una violenta tempestad ponía la nota lúgubre en la escena. Además de estos desórdenes naturales, hubo una terrible manifestación de poderes sobrenaturales. Una trompeta hería los oídos de los presentes y se escuchaba una voz tan estruendosa que los testigos rogaban no seguir oyendo.

Los israelitas quedaron petrificados porque había una advertencia que decía que si aun una bestia tocara el monte, sería apedreada o traspasada con dardo. Los israelitas sabían que si había tan terrible castigo para un torpe animal, cuánto más terrible sería el castigo para una persona que a sabiendas se atrevía tocar el monte. Todo el escenario fue tan terrorífico que aún Moisés quedo espantado y temblando. Todo esto habla de una manera elocuente de la naturaleza del ministerio de la ley.
Lo que sucedió fue el fiel reflejo de cómo un Dios santo reacciona ante el pecado del hombre. El propósito de la ley no era proveer conocimiento sobre la salvación sino proveer conocimiento sobre cuan abominable es el pecado delante de Dios. La ley habla de la distancia entre Dios y el hombre a causa del pecado. La ley fue un ministerio de condenación, oscuridad y pánico. Como contraste a todo esto, tenemos el monte Sión, que representa el ministerio de la gracia.

Hebreos 12:22-24 dice: “sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.” Los creyentes no tenemos que acercarnos a los terrores del Sinaí, sino a la hermosura de Sión.

Nosotros no nos acercamos a un monte que podemos palpar en la tierra, sino que tenemos el privilegio de entrar a un santuario en el cielo. Por fe nos acercamos a Dios para confesión, alabanza y oración. No estamos limitados a un día al año, como en el antiguo pacto, sino que podemos entrar al lugar santísimo en cualquier momento y con la plena seguridad que seremos bien recibidos siempre. La ley tiene su monte, Sinaí. La gracia tiene su monte, Sinaí. El monte Sión simboliza las bendiciones de la gracia o todo lo que es nuestro por obra perfecta de redención de Cristo. La ley tiene su Jerusalén terrenal y la gracia tiene también su Jerusalén celestial, la ciudad del Dios vivo, la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Cuando entramos en la presencia de Dios nos rodeamos de una gloriosa compañía.

En primer lugar, la compañía de muchos millares de ángeles quienes sin cesar alaban a Dios. Luego vemos a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos. Los primogénitos, se refiere a un título de honor que tenemos todos los que somos miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia. Allí en la Jerusalén celestial están todos los creyentes que han muerto desde el nacimiento de la iglesia. Los vemos gozando de la presencia del Señor y esperanto el día cuando sus cuerpos sean levantados de la tumba en forma glorificada para unirse nuevamente a sus espíritus. Por fe podemos ver a Dios el Juez de todos. Ya no está rodeado de fuego y truenos y oscuridad sino que por fe lo vemos en su trono de gloria.

Después tenemos a los santos del antiguo testamento. A estos se refiere la frase “los espíritus de los justos hechos perfectos” Justificados por fe, están de pie sin mancha delante de Dios porque la obra de Cristo les ha sido aplicada en su totalidad. Ellos también están esperando el momento cuando reciban cuerpos glorificados en la resurrección. A continuación tenemos algo espectacular. Se trata de Jesús, el Mediador del nuevo pacto. Para que Dios pueda hacer posible la vigencia del nuevo pacto, Jesús tenía que morir. Jesús tenía que sellar el nuevo pacto con su propia sangre y así darse en rescate por muchos.

Después de su obra de redención en la cruz, el Señor Jesús fue exaltado y allí lo tenemos, llevando las heridas del Calvario pero en una posición de gloria y de honra sin igual. Finalmente tenemos la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. Cuando Cristo ascendió presentó ante Dios la ofrenda de su sangre derramada en la cruz. Su preciosa sangre se contrasta con la sangre de Abel. La sangre del sacrificio que presentó Abel hablaba de que su pecado estaba cubierto temporalmente, la sangre de Cristo nos habla de que el pecado ha sido perdonado para siempre. Hemos visto entonces la preparación de la advertencia. Veamos ahora la presentación de la advertencia.

Hebreos 12:25-29 dice: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz el cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aun una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor.”

La advertencia se presenta como un contraste entre la revelación de dios en el Sinaí y la revelación de Dios a través de Cristo. Los incomparables privilegios y glorias de la fe en Cristo no deben tratarse ligeramente. Dios está hablando, invitando, rogando. Rechazarle es perecer. Los que desobedecieron la voz de Dios que fue oída en la ley fueron castigados severamente. Cuando el privilegio es mayor, la responsabilidad también es mayor. En Cristo, Dios ha dado su mejor y final revelación, los que rechazan su voz venida del cielo como el evangelio de Dios, son más responsables que los que quebrantaron la ley.

Escapar del castigo es imposible. En el Sinaí, la voz de Dios causó un terremoto, pero cuando él hable en el futuro, su voz hará que se sacuda todo el universo. Esto fue profetizado por el profeta Hageo en Hageo 2:6 donde dice: “Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca” Este remezón tendrá lugar en el período durante el rapto y el final del reino milenial de Cristo sobre la tierra. Antes de la segunda venida de Cristo, habrá violentas convulsiones de la naturaleza, tanto en los cielos como en la tierra. Los planetas saldrán de sus órbitas causando increíbles desórdenes en la naturaleza.

Luego, al final del reino milenial de Cristo, según 2 Pedro 3:10, los cielos pasarán con grande estruendo y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Cuando Dios dice: Aún una vez, está anticipando una remoción completa y final de los cielos y la tierra, quedando solamente aquellas cosas que son inconmovibles. Aquellos que se ocupan solamente de lo tangible y visible, como el ritualismo judaico, están por tanto aferrados a cosas movibles que están condenadas a ser reemplazadas por las cosas inamovibles, la persona y obra de Cristo.

Los verdaderos creyentes tenemos un reino inconmovible, lo cual debe inspirar la más ferviente adoración que se manifiesta en servicio. Dios es fuego consumidor para todos los que rehúsan escucharle. ¿Cómo está su vida, amigo oyente? A lo mejor usted es uno de aquellos que ya ha escuchado el mensaje del evangelio con anterioridad, pero hasta ahora no ha recibido a Cristo como su Salvador. Recuerde que Dios es fuego consumidor. No se exponga innecesariamente, hoy mismo reciba a Cristo como su personal Salvador.

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