El moralista también es culpable ante Dios

Saludos cordiales amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le da la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Romanos en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta ocasión, David Logacho nos mostrará que el moralista también es culpable ante Dios y por tanto necesita del perdón de sus pecados.

Antes de entrar en los detalles finos del evangelio, Pablo toma su tiempo para mostrar que todo ser humano es culpable ante Dios y por tanto está en necesidad de obtener perdón de sus pecados. Para demostrar que todo ser humano es culpable, Pablo dividió a la humanidad en tres grupos, los paganos, los moralistas, y los judíos. En nuestros últimos estudios bíblicos vimos ya que el pagano es culpable delante de Dios. Hoy, vamos a quitar nuestra mirada de los paganos y vamos a colocarla sobre los moralistas. Permítame por tanto presentar al señor moralista. El señor moralista es la típica persona que mira por debajo del hombro a todos aquellos que según él, no viven conforme a sus elevados principios morales. El señor moralista disfruta de una buena reputación entre sus conocidos debido a que jamás aparecerá ebrio en las calles, o traicionando a su esposa, o tomando lo que no es suyo. El señor moralista está convencido que es bueno porque no hace mal a nadie. Ahora que tenemos una idea de quien es el señor moralista, veamos como Dios por medio de Pablo le sienta en el banquillo de los acusados y le arrebata la máscara de falsa piedad para mostrarlo tal como es a los ojos de Dios. Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Romanos 2:1-16. En este pasaje bíblico encontramos la manera de juzgar del moralista y la manera de juzgar de Dios. En cuanto a lo primero, la manera de juzgar del moralista, note lo que dice Romanos 2:1 “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, porque tú que juzgas haces lo mismo.” ¡Vaya! esto es como arrojar un balde de agua fría sobre el señor moralista. Claro, porque según él, es una buena persona. Tal vez inclusive pensaba que Dios estaría orgulloso de él. No puede creer lo que Dios le está diciendo por medio de Pablo. Eres inexcusable, oh hombre. En otras palabras: Eres culpable. La reacción del señor moralista es comprensible aunque no justificable. ¿Por qué? Se pregunta. Yo no he hecho mal a nadie, no soy un degenerado como el señor pagano. Pablo se ve obligado a dar una repuesta convincente al señor moralista. Lo que pasa es que el señor moralista tiene la manía de juzgar los pecados de los demás. Por el hecho que él se cree superior a los demás, no deja pasar una sola oportunidad para emitir su veredicto sobre los pecados de los demás. Esto de por sí ya es muy cuestionable en el señor moralista, pero el problema más grave con el señor moralista es que en lo que juzga a otros se condena a sí mismo. ¿Por qué? Pablo dice: Porque tú que juzgas, haces lo mismo. El hecho que el señor moralista juzga los pecados de otros muestra que sabe la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, pero sabiéndolo, él mismo comete los pecados que condena en otros. Cuando alguien comete los mismos pecados que condena en otros se queda sin excusa ante Dios. Algunos fariseos en el tiempo de Jesús tenían justamente este problema. Jesús les dijo que eran hipócritas, sepulcros blanqueados. Escondían la bajeza de su carácter detrás de una máscara de piedad. Siempre será más fácil mirar los pecados en otros que en nosotros mismos. Somos prestos para mirar la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en nuestro propio ojo. Este es el gran problema del señor moralista. Condena el asesinato, pero no se da cuenta que él también con sus palabras atenta contra el carácter de otras personas. Condena el adulterio, pero no se da cuenta que él también adultera en su corazón cuando codicia la mujer del prójimo. Por esto, el señor moralista es declarado culpable ante Dios. Habiendo tratado el asunto de la manera de juzgar del moralista, Pablo pasa a explicar la manera de juzgar de Dios. En primer lugar, la manera de juzgar de Dios es según verdad. Romanos 2:2 dice: “Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad.” El juicio de Dios no descansa sobre evidencia incompleta o circunstancial o errada. El juicio de Dios descansa sobre la verdad absoluta. En segundo lugar, nadie que comete lo mismo que condena en otros escapa del juicio de Dios. Romanos 2:3 dice: “¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?” Se trata de una pregunta retórica. La respuesta a esta pregunta retórica es un rotundo: No. No se puede escapar del juicio de Dios que sobreviene sobre los que cometen el mismo pecado que condenan en otros. En tercer lugar, el juicio de Dios no siempre ocurre justo después de que se comete el pecado. Romanos 2:4 dice: “¿O menospreciáis las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” El pecador no debe menospreciar las riquezas de la benignidad de Dios. Benignidad habla de la disposición favorable de Dios hacia el pecador, aunque condena el pecado. El pecador no debe menospreciar las riquezas de la paciencia de Dios. La paciencia habla de la disposición de Dios a retardar su castigo por maldad y la rebelión del pecador. El pecador no debe menospreciar las riquezas de la longanimidad de Dios. La longanimidad habla de la disposición de Dios de soportar las incesantes provocaciones del pecador. ¿Por qué todo esto de parte de Dios? Pues su benignidad tiene el propósito de llevar al pecador al arrepentimiento. Arrepentimiento significa un cambio de mente con relación a Dios y con relación al pecado. En lo que tiene que ver con el cambio de mente con relación a Dios, se trata de reconocer que Dios es santo y por tanto aborrece el pecado. En lo que tiene que ver con el cambio de mente con relación al pecado, se trata de reconocer que todo lo que no se ajusta a la perfección de Dios es pecado y ofende gravemente a Dios porque él es santo. Bien se ha dicho por tanto que arrepentirse es dar la espalda al pecado y caminar en la dirección opuesta. En cuarto lugar, el juicio de Dios está en relación directa a la maldad del pecador. Romanos 2: 5-10 dice: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego; pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego” La benignidad de Dios tiene el propósito de que el pecador venga al arrepentimiento, pero cuando el pecador voluntariamente rehúsa arrepentirse, su corazón se endurece. El verbo endurecerse está relacionado con la palabra griega “sclerosis” la cual forma parte del término médico “arterosclerosis” que significa endurecimiento de las arterias, una condición que reviste serio peligro para la salud de la persona. Pero en el sentido espiritual, el peligro es mucho más serio, es el endurecimiento del corazón que resulta en un corazón no arrepentido y que eventualmente, si jamás se da el arrepentimiento, conduce al castigo eterno en el infierno. Mientras más se tarda en arrepentirse, más obras malas se harán y la cuenta se irá haciendo cada vez más grande, y en consecuencia el castigo por el pecado también se irá haciendo más grande. Dios ha anticipado que llegará un día conocido como el día de la ira, cuando se revelará el justo juicio de Dios sobre el pecador que ha rehusado arrepentirse. Si todavía no ha recibido a Cristo como Salvador, no retarde más la decisión. Hágalo este mismo instante, porque de otra manera, mientras está esperando, está atesorando para usted mismo ira para el día de la ira. Este es un peligro muy serio. Dios por medio de Pablo nos muestra lo que sucederá con el pecador que no se ha arrepentido de su pecado y con el pecador que se ha arrepentido de su pecado. En cuanto al primero, recibirá castigo conforme a sus obras. Mientras más malas, mayor castigo. Los que por su egoísmo rechazan la verdad para aferrarse a la maldad, recibirán el gran castigo de Dios. Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen el mal, para los judíos primeramente, porque primeramente a ellos llegaron las buenas nuevas de salvación pero las rechazaron, y también a los gentiles, porque posteriormente también a ellos llegaron las buenas nuevas de salvación, pero ellos también lo rechazaron. En cuanto a los que se arrepintieron de su pecado, el panorama es absolutamente diferente. Dice el texto que Dios les dará vida eterna porque perseverando en las buenas obras buscan gloria, honor e inmortalidad. Leído superficialmente parecería que este testo está enseñando salvación por buenas obras. Pero la evidencia a favor de la salvación por gracia por medio de la fe, aparte totalmente de las buenas obras, es abrumadora. ¿Cómo debemos entonces entender el texto cuando dice que Dios dará vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad? La manera de entender que es esas buenas obras son el resultado de un corazón arrepentido de su pecado, de un corazón que ha recibido a Cristo como Salvador y por tanto se ha producido el nuevo nacimiento. No olvide amable oyente que somos salvos no por buenas obras, pero para buenas obras. Las buenas obras son el fruto visible de una persona que por fe ha recibido a Cristo como Salvador y en consecuencia ha nacido de nuevo. Dice el texto que Dios dará gloria y honra y paz a todo aquel que hace lo bueno, al judío primeramente y también al gentil. En nuestro próximo estudio bíblico continuaremos mirando la manera de juzgar de Dios. Por ahora, ¿Ha respondido positivamente a la benignidad de Dios que todavía le está dando la oportunidad de arrepentirse de su pecado? Si lo ha hecho, y en consecuencia ha recibido a Cristo como su Salvador, usted tiene vida eterna, pero si no lo ha hecho todavía, usted está en serio peligro de que su corazón se endurezca y desaproveche su oportunidad para ser salvo. No juegue con fuego. El destino eterno de su alma está en peligro. Hoy mismo reciba a Cristo como su personal Salvador.

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