La necesidad de no sentirnos superiores a los demás

Es muy grato saludarle amiga, amigo oyente. La Biblia Dice… le extiende cordial bienvenida al estudio bíblico de hoy. Nuestro tema de estudio es el libro de Romanos, en la serie que lleva por título: Romanos, la salvación por gracia por medio de la fe en Cristo Jesús. En esta oportunidad, David Logacho nos hablará acerca de la necesidad de no sentirnos superiores a los demás y de la necesidad de funcionar armónicamente en la iglesia.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Romanos 12. Pablo está tratando el tema de cómo debe vivir un genuino creyente, a la luz de las grandiosas misericordias que Dios ha derramado sobre él al perdonar su pecado y otorgarle la salvación. Este estilo de vida contempla una presentación del cuerpo, o la vida del creyente, en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, lo cual es su culto racional. Esta entrega o consagración a Dios implica una no conformación a la forma de pensar y actuar de este mundo y una transformación por medio de la renovación del entendimiento. Todo esto resulta en una comprobación de la buena voluntad de Dios, la cual es agradable y perfecta. Mirando esta responsabilidad, se nota que tiene que ver con algo entre creyente y Dios. Pero esto no es todo lo que demanda Dios en su palabra. También habla de una responsabilidad del creyente hacia sí mismo y de una responsabilidad del creyente hacia la comunidad de creyentes. Sobre estas dos responsabilidades trata el estudio bíblico de hoy. En cuanto a la responsabilidad del creyente hacia sí mismo, Romanos 12:3 dice: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.” Pablo está hablando a los creyentes en Roma y lo hace por la gracia que le ha sido dada. Esto es una referencia a su oficio como apóstol de Jesucristo. Se trata de una gracia porque Pablo reconoció siempre que no lo merecía de ninguna manera. En otras palabras, Pablo está apelando a su autoridad como apóstol, para exhortar a cada uno de los creyentes en Roma. La exhortación tiene que ver con esa tendencia muy propia de nuestra carne, según la cual nos sentimos más importantes que los demás. Se dice que aunque no lo veamos, cada uno de nosotros, aun siendo creyentes, llevamos colgado del cuello un letrero donde se puede leer la frase: Soy el más importante. Esta es la razón por la cual nos enojamos malamente cuando no nos tratan como al más importante. Nos molesta que no nos saluden, nos fastidia que no nos elijan para alguna dignidad, nos incomoda realmente cuando no somos el centro de atención de los demás. Alguien decía que nuestro complejo de superioridad nos conduce a desear ser la novia en una boda y hasta el muerto en un funeral. Qué lamentable. Para confrontar esto es que Pablo dice: Que nadie tenga más alto concepto de sí mismo que el que debe tener. Esto significa que debemos ejercitar nuestro buen juicio para reconocer que no somos nada en nosotros mismos. Todo lo que somos y hacemos se lo debemos a Cristo Jesús, nuestro Salvador, de modo que no tiene sentido sacar pecho y hacer que se hinche nuestro ego. Lo que Pablo está pidiendo a los creyentes de Roma es humildad. Cierta vez, el príncipe heredero de la corona de Inglaterra se rebeló contra su maestra. Enfadada ella, le exigió un poco más de respeto. Entonces descontrolado por la ira, el muchacho rompió un hermoso adorno de cristal de un puntapié. La maestra salió de la habitación y fue a presentar el caso al padre del príncipe, quien vino al momento y ordenó al joven que pidiese perdón a la maestra. El príncipe puesto en pie exclamó: ¿Olvidáis señor, que yo he de ser un día el rey de Inglaterra? No lo olvido… dijo el padre, por eso te ordeno por segunda vez que pidas perdón a la maestra. El que va a mandar mañana debe aprender a someterse hoy. Hermosa lección para todos los creyentes, quienes también somos hijos del Rey. El creyente no debe tener un más alto concepto de sí mismo que el que debe tener. Más bien, debe pensar de sí con cordura. ¿De qué manera? El texto dice: conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Por lo que vamos a mirar a continuación esto significa simplemente conforme a los dones espirituales o a las capacidades sobrenaturales dadas por el Espíritu Santo, a cada uno de los creyentes. De modo que nuestra responsabilidad como creyentes, hacia nosotros mismos, es desechar cualquier complejo de superioridad y reconocer que todo lo que somos y lo que hacemos se lo debemos a Cristo Jesús quien nos redimió. Dicho esto, prosigamos examinando cuál es la responsabilidad de un creyente, ya no en lo que tiene que ver con su relación con Dios ni en lo que tiene que ver con su relación consigo mismo, sino en su relación con la comunidad de creyentes, básicamente con la iglesia. De una manera muy didáctica, Pablo va a usar una analogía para explicar este asunto. Primeramente miremos la analogía presentada. Romanos 12:4-5 dice: “Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.” Piense en su cuerpo amable oyente. Su cuerpo está compuesto de muchos miembros, algunos son visibles, como las manos, los pies, los ojos, las orejas, etc., otros no se los puede mirar a siempre vista, porque están al interior del cuerpo, como el cerebro, el corazón, el hígado, los riñones, etc. Son muchos los miembros y cada miembro tiene una función específica dentro del cuerpo. No todos los miembros del cuerpo tienen la misma función. Cuando cada miembro del cuerpo cumple con su función el cuerpo funciona bien. De otra manera, el cuerpo comienza a fallar. Imagine un cuerpo en el cual no funciona, las manos, o los ojos, o los pies, o el estómago, etc. Un cuerpo así, no funcionará adecuadamente. Además de que cada miembro del cuerpo tiene una función específica, entre los miembros del cuerpo existe una total armonía. Las manos no se sienten ni más ni menos que los pies. Los ojos no se sienten ni más ni menos que el cerebro. Simplemente cada miembro del cuerpo cumple con su función sin sentirse ni superior ni inferior a los otros miembros del cuerpo. Pues así también debería ser en la comunidad de creyentes, o en la iglesia. Ciertamente que somos muchos, pero todos somos un cuerpo en Cristo. Interesante lo que dice Pablo cuando afirma que todos los creyentes somos miembros los unos de los otros. Esto significa que cada creyente está unido a todos los demás creyentes, de modo que cada creyente es absolutamente necesario para que funcione bien el cuerpo. Lo que yo hago como creyente, no me afecta solamente a mí sino a la totalidad del cuerpo. Es lógico por tanto que cada miembro del cuerpo cumpla con la función específica que le ha sido asignada. Si un creyente no está cumpliendo con la función específica que le ha sido asignada, todo el cuerpo va a sufrir de alguna manera. Si por ejemplo, yo, soy negligente en cumplir con la función que tengo en el cuerpo, no solamente voy a sufrir yo las consecuencias de mi negligencia, sino que también haré sufrir a todo el cuerpo, porque por mi culpa, el cuerpo va a sufrir de alguna manera. Como miembros del cuerpo y por ser miembros los unos de los otros, es necesario que comprendamos que no todos los miembros vamos a tener la misma función dentro del cuerpo. No hay motivo alguno entonces para tener envidia de lo que están haciendo los otros miembros del cuerpo. El creyente no debe sentirse ni más importante que los otros miembros del cuerpo ni menos importante que los otros miembros del cuerpo. Lo único que debe hacer es entender bien cual es su función dentro del cuerpo y cumplir a cabalidad con esa función sin fijarse en lo que los otros miembros del cuerpo están haciendo. En nuestro próximo estudio bíblico vamos a mirar en detalle la aplicación de la analogía del cuerpo que nos ha presentado Pablo. Espero que nos acompañe. Mientras tanto, permítame hacerle una pregunta. Sabiendo que usted es un genuino creyente, ¿está teniendo un concepto de usted mismo más alto que el que debe tener? Quiera Dios que no. De otra forma llegará a ser como aquel pollino de asna sobre el cual cabalgó el Señor Jesús cuando hizo su entrada triunfal a Jerusalén. Dice una fábula que aquella noche, el pollino de asna llegó al establo delirante de felicidad. Un burro que estaba en el establo le preguntó: ¿Y cómo así que estás tan feliz? El pollino de asna dijo: Lo que pasa es que tuve un día espectacular. Venía entrando a Jerusalén por la mañana, y no sé por qué, pero la gente se volvió loca por mí tan pronto me vio. Comenzaron a aclamarme a gritos diciendo cosas que ni siquiera entendía, algo como: Hosana, Hosana, otros me saludaban con palmeras, e inclusive algunos ponían sus mantos en el suelo para que yo pase sobre ellos. Me sentía tan bien por la forma como fui recibido en Jerusalén. A todo esto un burro viejo echado en un rincón del establo meneaba la cabeza en desaprobación. Cuando el pollino de asna terminó de hablar, el burro viejo alzó su voz y dijo: Qué burro tan burro que eres. ¿Acaso no sabes que todas esas alabanzas no eran para ti sino para la persona que iba montada sobre ti? Así es amable oyente. No sea como el pollino de asna, no se sienta superior. Si algo de bueno hace para el Señor, no es porque usted es grandioso, sino porque el Señor está en usted. A él sea siempre la gloria y la honra.

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