La bajeza del pecado y de la necesidad del arrepentimiento

Saludos cordiales amigo oyente. Es un gozo compartir con Ud. estos momentos. Bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el tema de la santidad y lo último que vimos fue que no es sencillo para el creyente vivir en santidad porque aunque ha sido liberado del poder de su vieja naturaleza, esta vieja naturaleza sigue presente en su vida y además porque el creyente tiene que vivir en un medio hostil, un medio que no es idóneo para él, nos referimos al reino del mundo, que de diversas maneras trata de arrastrar al creyente a sus costumbres caracterizadas por un antagonismo a Cristo. En el estudio bíblico de hoy, David Logacho nos hablará acerca de la bajeza del pecado y de la necesidad del arrepentimiento.

Ningún creyente logrará amar la santidad sin antes odiar el pecado. Para odiar el pecado es necesario reconocer su bajeza. Pero, ¿qué es pecado antes de nada? Bueno, pecado es todo acto, palabra o actitud que queda corto de la perfección de Dios. Pecado es cualquier violación de la voluntad de Dios. Pecado no es solamente hacer lo malo, sino también dejar de hacer lo bueno. Pecado es hacer cualquier cosa sobre la cual tenemos duda. Pecado es trasgresión de la ley, esto es permitir que la voluntad del hombre prevalezca sobre la voluntad de Dios. La Biblia, amigo oyente nos da lo que podríamos llamar la radiografía del pecado, con el solo propósito de que Ud. y yo lo miremos al desnudo, privado del encanto que manifiesta por fuera y al reconocer su bajeza lo odiemos con cada fibra de nuestro ser. El pecado es universal, nadie está libre de él. Eclesiastés 7:20 dice: «Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque» El pecado es innato en el hombre. Todos nacimos manchados con él. Salmo 51.5 dice: «He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre» El pecado es contaminante. Echa a perder todo lo que entra en contacto con él. El pecado es algo muy serio porque ofende a Dios. La seriedad del pecado se hace manifiesta en el sufrimiento de la humanidad, en el sufrimiento de Cristo para limpiamos de pecado y en el sufrimiento de todos los incrédulos en el infierno. El pecado esclaviza. Ata a sus víctimas con cadenas de pasiones desordenadas, avaricia y todo tipo de vicios. El pecado es engañoso. Ofrece felicidad pero dura solo unos instantes y después viene una eternidad de consecuencias desastrosas. Ofrece impunidad pero hace pagar con creces en algún momento. Se muestra como algo muy atractivo pero por dentro es carroña. El pecado enceguece. Hace que lo veamos en otros pero no lo veamos en nosotros mismos. Hace que en nosotros parezca respetable, pero despreciable en otros. El pecado endurece la conciencia. La primera vez que lo cometemos nuestra conciencia arma un escándalo mayúsculo, pero la segunda vez que lo cometemos, la conciencia se molesta algo, pero no tanto. La tercera vez que lo cometemos, la conciencia no nos dice nada. La conciencia se ha endurecido por echó la culpa a Dios y a la serpiente. El hombre pecador echa la culpa a cualquier cosa. El pecado siempre sale a la luz. Pecado secreto en la tierra es escándalo público en el cielo. El pecado crece como la levadura. Una mentira necesita de otra mentira para cubrirla. Ya se habrá cometido dos mentiras. Para cubrir estas dos mentiras se necesitará dos mentiras más. Ya se habrá cometido cuatro mentiras. Así por el estilo, el pecado crece en progresión geométrica. El pecado trae consecuencias desastrosas sobre personas inocentes. Afecta aún a las futuras generaciones. Veamos ahora como obró el pecado en la vida del rey David. David tenía todo a sus pies. Buena presencia, riqueza, fama, poder, prestigio, familia y amigos. David ciertamente disfrutó del favor de Dios y el futuro se le presentaba promisorio. Pero David se dio el lujo de entrar a un período de ocio y descuido. Cuando los reyes normalmente iban a la guerra, David se quedó en su palacio disfrutando del lujo y la comodidad. Si hubiera estado ocupado en algo no se hubiera expuesto al peligro que le acechaba. Pero al haber fallado en disciplinar el cuerpo, dejó que el diablo abriera una cabeza de playa en su vida. La tentación apareció cuando David tenía la guardia baja. Mientras caminaba por la azotea de su palacio, luego de haber dormido hasta muy tarde, miró alrededor y ¿qué tal? Allí estaba bañándose la mujer más hermosa que jamás haya visto. Que yo sepa nadie se baña con ropa. David por tanto lo vio todo en vivo y en directo. Su mente se saturó con las fantasías sexuales. El pulso lo tenía acelerado. La transpiración mojaba su frente. Su carne le pedía a gritos: Toma esa mujer. Después de todo, ¿acaso no eres dueño y señor de todo lo que hay en tu reino? Pero su conciencia gritó igualmente: No, No, No, No debes hacerlo. Detente, eso sería adulterio. David se encontró en medio del fuego cruzado entre los deseos de su carne y los deseos del Espíritu. Aun los siervos de David protestaron, diciendo que la mujer era esposa de uno de sus más leales generales. La batalla era ardua. David sabía que no debía hacerlo. Pero incomprensible e injustificadamente, David decidió comer el fruto prohibido y así cambió la primogenitura por el proverbial plato de lentejas. Todo razonamiento fue inútil. La pasión de la carne anuló el intelecto. No importó sacrificar su felicidad, su familia, su reputación, su país. Lo importante era satisfacer el animal que llevaba dentro. El pecado parecía tan atractivo, tan deslumbrante, antes de ser cometido, pero una vez cometido, el pecado se quitó el disfraz y se mostró en toda su magnitud degradante. Pero ya era tarde. David trató de ocultarlo por todos los medios. Loco por tapar su adulterio, inclusive se las ingenió para que el marido de la mujer muriera en un fabricado accidente. David pensó que nadie lo sabría. Pero Dios lo sabía y más aún, Dios estaba enojado. Dios amaba mucho a David como para dejar pasar por alto este asunto. Por más de un año, el Señor trajo a la memoria de David el adulterio y asesinato que había cometido, pero David estaba duro, reacio a reconocer, confesar y apartarse del pecado. Finalmente el Señor envió a su profeta Natán con una parábola. Tenía que ver con un hombre muy rico que robó a un hombre pobre la única oveja que poseía. Henchido de falsa piedad, David decretó la muerte del ofensor. Todo fue una trampa y el rey cayó en ella. Él mismo era el rico de la parábola Al condenar al hombre rico se condenó el mismo. Luego vino el quebrantamiento que Dios tanto había buscado. Lo tenemos en Salmo 51. Dice así: Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre. He aquí, tu amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame , y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti. Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia. Señor abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza. Porque no quieres sacrificio que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios. Haz bien con tu benevolencia a Sión; Edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda de todo quemada; Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar. En verdad que David está quebrantado por el pecado. Su confesión y deseo de apartarse del pecado son pruebas de su sinceridad. Ciertamente Dios perdonó el pecado de David. El mismo lo dice en Salmo 32:5 donde leemos: «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado» pero hay algo de lo cual no pudo librarse David. Fue la consecuencia del pecado. El hijo que concibió con Betsabé murió, la espada nunca se apartó de su casa y a la vuelta del tiempo, muchos de sus descendientes, no todos felizmente, deshonraron el nombre de Dios. Así de vil es el pecado amigo oyente. Ahora que hemos hecho una radiografía del pecado y lo hemos mostrado en toda su dimensión de maldad, quiera el Señor que todos lo odiemos con fuerza y que ese odio al pecado produzca un amor por la justicia. Si Ud. amigo oyente ha estado tolerando el pecado en su vida, en el nombre de Jesús le ruego que en un acto de quebrantamiento, como David, confiese y se aparte de aquel pecado.

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