Principios doctrinales muy importantes

Reciba cordiales saludos amigo oyente, al inicio del estudio bíblico de hoy. Es un gozo para nosotros saber que contamos con su amable sintonía. Desde hace algún tiempo atrás venimos estudiando el interesante tema de la santidad. En el estudio bíblico de hoy, David Logacho nos hablará acerca de algunos principios doctrinales muy importantes, que deben ser tomados muy en cuenta si deseamos tener victoria sobre el pecado que asedia nuestras vidas.

Si queremos vivir vidas santas delante de Dios es necesario primeramente conocer una buena doctrina para que sobre ello descanse una buena práctica. La mala doctrina invariablemente conduce a una mala práctica. Veamos pues algunas doctrinas vitales sobre las cuales debe descansar una vida de santidad. En primer lugar, debemos saber que la Biblia nos habla de que todo creyente posee dos naturalezas. Esto es evidente en pasajes como Romanos 7:14-25. La una es la vieja naturaleza, la cual es esencialmente mala y corrupta y con la cual todos hemos nacido. La otra es la nueva naturaleza, la cual es pura y santa y la adquirimos el momento de recibir a Cristo como nuestro Salvador. La perversidad de la vieja naturaleza queda en evidencia cuando Pablo dice en Romanos 7:18: «Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien» Esta es la razón por la cual no podemos esperar nada bueno de nuestra vieja naturaleza y jamás debemos alarmarnos por el hecho que esta vieja naturaleza sugiera que hagamos cosas que hasta nos da vergüenza mencionarlo. La vieja naturaleza no solamente es totalmente depravada sino que es incurablemente depravada. La vieja naturaleza no tiene remedio, amigo oyente, era mala cuando nacimos, era mala cuando recibimos a Cristo como Salvador, es mala ahora y seguirá siendo mala cuando muramos. En realidad, Dios jamás ha intentado mejorar o peor aún transformar nuestra vieja naturaleza para que se convierta en buena. Dios condenó a la vieja naturaleza en la Cruz del Calvario y desea que nosotros estemos muertos a sus insinuaciones a gobernar nuestras vidas. Pablo comparó a su vieja naturaleza con un cuerpo muerto atado a sus espaldas, un cuerpo en descomposición que despedía mal olor en cualquier lugar que se encontraba. Por eso justamente exclamó: ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La nueva naturaleza, por contraste, es la vida de Cristo y por consiguiente es totalmente buena y todo lo que proviene de ella es bueno en gran manera. Esta nueva naturaleza es pura, noble, justa, llena de amor y verdad. Todos sus pensamientos, deseos, motivaciones y acciones reflejan el carácter de Cristo. Ahora bien, no debería causamos sorpresa que siendo tan disímiles, estas dos naturalezas se opongan entre ellas. Esta lucha comienza el momento que la persona recibe a Cristo como Salvador, y eso explica la lucha interna que experimenta el nuevo creyente tan pronto nace de nuevo, una lucha que antes de recibir a Cristo no existía. La vieja naturaleza le tira hacia abajo, como la fuerza de gravedad, mientras que la nueva naturaleza le impulsa hacia arriba, hacia niveles más altos de santidad práctica. Esta lucha es tan intensa que inclusive arrastra al creyente a dudar si en verdad es salvo, pero no hay motivo para dudar, amigo oyente, porque en realidad, la presencia de esta lucha interior entre estas dos naturalezas es una de las evidencias que uno es salvo. Si no hubiera esta lucha sería para preocuparse, porque eso significaría que la nueva naturaleza no está presente, lo cual a su vez, significaría que la persona no es creyente. El conflicto entre las dos naturalezas ha sido comparado con la experiencia de Rebeca cuando los gemelos que llevaba en su seno luchaban entre ellos y ella exclamó en angustia: Si es así, ¿para qué vivo yo?. Lo que pasó en el seno de Rebeca pasa en el corazón de todo creyente que busca andar en santidad. Un escritor muy famoso, cuyo apellido es Barnhouse, ha dicho lo siguiente en cuanto a esto: Cuando tomamos conciencia de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, también tomamos conciencia de la presencia de un traidor dentro de nosotros. Entonces el nuevo creyente se ve impelido a exclamar: ¿por qué tiene que ser así?. El hermano mayor, o la carne, quiere salirse con la suya. El hermano menor, o el Espíritu, es calmado y tranquilo, parecería que no puede prevalecer. Pero tanto con nosotros como con los hijos de Rebeca es una realidad que el hermano mayor servirá al menor, porque Dios ha prometido toda bendición a todo lo que proviene del Espíritu y nada de bendición a todo lo que proviene de la carne. Hasta aquí la cita de este autor. De modo que la batalla entre las dos naturalezas comienza con la conversión y dura a lo largo de toda la vida del creyente. Esta es una guerra en la cual la vieja naturaleza no cede sino cuando el creyente muere o cuando el creyente sea arrebatado en el rapto. Dicho en otras palabras, el creyente será liberado de la vieja naturaleza únicamente cuando se presente ante el Señor ya sea mediante la muerte o mediante el rapto. También debemos notar que absolutamente todo creyente experimenta este conflicto. Pablo dice en 1ª Corintios 10:13 que no nos ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana. Los jóvenes que están batallando contra las pasiones juveniles piensan que los adultos o los pastores o los misioneros estamos libres de las pasiones tenebrosas y las tentaciones furiosas, pero no hay tal, amigo oyente, porque la vieja naturaleza no tiene ningún respeto por los viejos o los pastores o los misioneros, sino que todos somos víctimas de sus acechanzas. También debemos saber que la vieja naturaleza se alimenta de todo lo que es impuro, mientras que la nueva naturaleza tiene hambre de todo lo que es puro y santo. La vieja naturaleza se desespera por las escenas cargadas de inmoralidad y violencia que produce Hollywood y por los programas de la misma índole que se aprecia en mucho de nuestra televisión, mientras que la nueva naturaleza se desespera por la leche espiritual no adulterada, que es la palabra de Dios. La naturaleza que controla al creyente en un momento dado, es aquella que ha sido más alimentada. En segundo lugar, debemos saber que quien tiene la última palabra en cuanto a la lucha entre la vieja naturaleza y la nueva naturaleza es el creyente. El creyente jamás debe excusar su mala conducta aduciendo que fue culpa de su vieja naturaleza. Hacerlo sería una vulgar forma de echar la culpa a otro. La culpa de lo malo que hacemos lo tenemos nosotros, amigo oyente, no la vieja naturaleza. Dios nos tomará cuentas a nosotros como creyentes, no a la vieja naturaleza. Cuentan que una vez un conductor de automóvil fue detenido por un policía de tránsito por circular a una velocidad mayor que la permitida. Cuando fue llevado ante el Juez de tránsito, el infractor dijo: Su señoría, fue mi vieja naturaleza quien rebasó el límite de velocidad. A lo cual el Juez le contestó: Muy bien, siendo así, yo impongo una multa de cincuenta dólares a su vieja naturaleza y otra multa de cincuenta dólares a Ud. por ser cómplice. De modo que, mi amigo, mi amiga, no tiene sentido esto de echar la culpa de nuestra mala conducta como creyentes a nuestra vieja naturaleza. Si un juez humano no lo admite, peor el juez divino. En tercer lugar, debemos diferenciar entre un acto pecaminoso y la práctica del pecado. Todo creyente comete actos de pecado, pero eso es muy distinto a ser dominado por el pecado. En su primera epístola, el apóstol Juan deja bien en claro que los creyentes caen en pecado de vez en cuando. 1ª Juan 1:8 dice: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros», pero un poco más tarde en la misma epístola, capítulo 3:8 dice: «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio» Más adelante en el versículo 9 del mismo capítulo dice: «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede pecar porque es nacido de Dios». Juan hace una distinción entre pecar, o cometer actos de pecado y practicar el pecado. Un genuino creyente podría caer en pecado esporádicamente, pero un genuino creyente jamás puede vivir dominado por el pecado o como dice Juan, practicar el pecado, porque alguien que practica el pecado es del diablo, no de Dios. Este razonamiento a lo mejor levanta la curiosidad en cuanto a saber cuando el cometer un pecado se transforma en practicar el pecado. Sobre esto, la Biblia no da una respuesta y pensándolo bien, es mejor que así sea, porque si supiéramos cuando el cometer un pecado se transforma en practicar el pecado es seguro que nuestra vieja naturaleza nos impulsaría a llegar hasta el mayor límite permitido de pecado. De modo que el silencio de la Palabra de Dios en cuanto a esto sirve de llamado de alerta en contra de todo pecado en nuestras vidas. Si queremos vivir vidas santas, es necesario tener una buena doctrina sobre la santidad. En el estudio bíblico de hoy hemos visto que todo creyente tiene dos naturalezas, una vieja que es en esencia corrupta y una nueva que es en esencia buena. Hemos visto también que no es correcto echar la culpa de nuestra mala conducta a nuestra vieja naturaleza, porque el creyente es quien tiene la última palabra en cuanto a someterse a cualquiera de las dos naturalezas. Por último vimos que existe una diferencia entre cometer actos de pecado y practicar el pecado. Es posible que un creyente cometa actos de pecado pero es imposible que un creyente practique o tenga como un hábito el pecado. En nuestro próximo estudio bíblico vamos a hablar de algunos otros conceptos importantes.

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