Las palabras pueden ser usadas para bien o para mal

Es muy grato contar con su sintonía, amiga, amigo oyente, bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Las palabras pueden tornarse en afilados dardos para ofender a otros, pero en el estudio bíblico de hoy, David Logacho nos mostrará que las palabras también pueden ofender grandemente a Dios. Todo esto dentro de la serie que lleva por título: Malaquías, un llamado a vivir piadosamente en medio de un mundo de impiedad.

Las palabras pueden ser usadas para bien o para mal. Un mal uso de palabras no sólo puede ofender a personas sino también a Dios.

Esto último estaba aconteciendo entre el pueblo judío en la época de Malaquías, hace más de cuatrocientos años antes de Cristo. De modo que Dios va a hacer formal reclamo por esta situación.

Abramos nuestras Biblias en Malaquías, capítulo 3 versículos 13 a 18. Varias cosas se hacen evidentes en este pasaje bíblico.

En primer lugar, el reclamo de Dios. Malaquías 3:13 en su primera parte dice: “Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová.”

El reclamo de Dios tenía que ver con algo que estaban diciendo los judíos. Lo que decían era algo en contra de Dios. Los dardos de sus palabras estaban dirigidos hacia Dios. Dios ha calificado a estas palabras como violentas.

Esta palabra es la traducción de una palabra hebrea que literalmente significa duro, áspero, grosero. Dios estaba recibiendo maltrato verbal por parte de los judíos.

Cuando los judíos oyeron este reclamo de Dios, deben haberse sentido muy confundidos y por eso es que en segundo lugar tenemos la respuesta del pueblo. En la segunda parte de Malaquías 2:13 leemos: “Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti?

Aquí se hace notoria una característica del pecado. Antes de cometerlo no se toma conciencia de todo el impacto que puede causar. Casi siempre se piensa que es algo inofensivo, que no va a producir ningún resultado lamentable, pero después de cometerlo, se toma conciencia de lo devastador de su resultado.

Lamentablemente ya será tarde para dar marcha atrás. Los judíos estaban hablando mal de Dios, pero no estaban concientes de todo el daño que esto estaba causando. Por eso preguntan a Dios: ¿Qué hemos hablado contra ti?

De modo que Dios, en tercer lugar va a dar las razones de su reclamo a los judíos. Malaquías 3:14-15 dice: “Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon.”

Estas son las palabras violentas, o duras o groseras. Son palabras irreverentes, impropias para la Deidad.

Los judíos estaban dialogando entre ellos acerca del servicio o adoración a Dios. La conclusión a la que llegaron es que no vale la pena servir o adorar a Dios. No vale la pena vivir en santidad, no vale la pena someterse a los preceptos divinos, no vale la pena humillarse delante de Dios. Más ofensivo todavía, los judíos estaban exaltando o haciendo una apología de la impiedad: Bienaventurados, o dichosos o muy felices son los soberbios.

En otras palabras: ¡Viva el pecado! ¡Arriba la impiedad! A esta conclusión llegaron porque estaban viendo que los impíos alcanzan la prosperidad y ni siquiera Dios podía evitarlo. Pensaban que los impíos tentaron a Dios y escaparon. Mire como se mofaron de la persona de Dios, de los propósitos de Dios, y de la palabra de Dios, y para colmo, no se detuvieron a pensar que Dios podría ofenderse por esto.

Estas palabras fueron catalogadas por Dios como palabras violentas, o groseras, o ásperas. Dios no puede tolerar este tipo de ataque. Bueno… es fácil ver el pecado en otros y difícil ver el pecado en nosotros mismos. Pero ¿no le parece que nosotros hacemos lo mismo cantidad de veces? ¿Cuándo? Pues cuando vemos la prosperidad de los impíos y con ligereza llegamos a la conclusión que no vale la pena esforzarnos por seguir a Cristo, no vale la pena vivir en santidad y no vale la pena agradar a Dios en todos nuestros actos. Total, los que ofenden a Dios en todo sentido tienen éxito en todo lo que emprenden, parece que disfrutan de la vida, mientras nosotros que procuramos respetar los principios divinos nos hallamos rodeados de escasez, tristeza y una cantidad de pruebas.

Una vez un joven creyente tenía que rendir un examen en el colegio. Se preparó lo mejor que pudo para rendir ese examen. Se quedó estudiando hasta muy tarde en la noche y se despertó muy temprano en la mañana para terminar de estudiar. Llegó el momento del examen. El profesor hizo las preguntas y se sentó en una silla a leer una revista. El joven creyente comenzó a usar la información que tenía en su mente para responder las preguntas del examen, pero pronto se dio cuenta que aprovechando el descuido del profesor, todos los demás estaban dándose modos para sacar sus libros y copiar las respuestas. El joven creyente se sintió tentado a copiar, pero reconoció que eso no agradaría al Señor y decidió no hacerlo. Un par de semanas más tarde, el profesor entregó las calificaciones. Casi todos tenían la máxima nota, claro, porque copiaron las respuestas, no así el joven creyente que decidió no copiar ninguna respuesta. Desanimado, este joven creyente pensó y dijo: No vale la pena ser honesto. Si hubiera copiado como los demás hubiera tenido buena calificación. El domingo siguiente habló con el pastor de su iglesia sobre este asunto. El pastor le dijo: Hijo, no te preocupes por eso. Habrás sacado una nota no muy buena en el examen, pero te garantizo que sacaste la máxima nota en el examen que rendiste ante Dios. Después de todo eso es lo más importante. Lo otro es secundario.

Así es amable oyente. Muchas veces nos sentimos perplejos por la prosperidad de los impíos y pensamos que no vale la pena ser íntegros. Esto puede ejercer gran presión para aflojar nuestras normas morales.

Este problema no es nuevo, ya lo vivió Job en el pasado. Job 21:7-15 dice: “¿Por qué viven los impíos, y se envejecen, y aun crecen en riquezas? Su descendencia se robustece a su vista, y sus renuevos están delante de sus ojos. Sus casas están a salvo de temor, ni viene azote de Dios sobre ellos. Sus toros engendran, y no fallan; paren sus vacas, y no malogran su cría. Salen sus pequeñuelos como manada, y sus hijos andan saltando. Al son de tamboril y de cítara saltan, y se regocijan al son de la flauta. Pasan sus días en prosperidad, y en paz descienden al Seol, Dicen, pues, a Dios: Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos. ¿Quién es el Todopoderoso, para que le sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a él”

Recuerde que Job dijo estas palabras cuando estaba atravesando por pruebas realmente dolorosas. Viéndose así, él siendo justo, y viendo la prosperidad de los impíos, es fácil ceder a la tentación de pensar que no vale la pena seguir al Señor.

Pero Job no cedió a esa tentación. Observe lo que dijo según Job 21:16-18. “He aquí que su bien no está en mano de ellos; el consejo de los impíos lejos esté de mí. ¡Oh, cuántas veces la lámpara de los impíos es apagada, y viene sobre ellos su quebranto, y Dios en su ira les reparte dolores! Serán como la paja delante del viento, y como tamo que arrebata el torbellino”

La preocupación por la prosperidad de los impíos se desvanece cuando se mira esta prosperidad a la luz de lo eterno. La única felicidad que los impíos pueden experimentar en su existencia es la que tendrán en este mundo, porque una vez que salgan de este mundo les espera tristeza y desolación eterna.

Pero volvamos a Malaquías. Después que Dios dio sus razones para reclamar al pueblo, algunos oyeron la palabra de Dios y rectificaron su conducta.

Consideremos pues la rectificación del pueblo. Malaquías 3:16 dice: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.”

Hubo algunos que reconocieron su error y honraron o reverenciaron o temieron a Jehová. Entre ellos se formó un grupo de adoración a Jehová. Dios escuchó y oyó, una forma de decir que a Dios le agradó en gran manera, y en consecuencia, hizo escribir un libro en el cual se recordaba a los que honran a Dios y lo toman en cuenta.

Si Dios escribiera un libro así hoy en día, ¿Estaría su nombre escrito en ese libro porque Usted es una persona que honra a Dios por medio de su obediencia a él?

Por último tenemos la recompensa de Dios a los que le honran. Malaquías 3:17-18 dice: “Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve.”

Servir y honrar a Dios tiene jugosas recompensas. Puede ser que no sean materiales, pero ¿eso qué importa? Más importante es que seamos considerados como un especial tesoro por parte de Dios. Más importante es saber que Dios nos ha perdonado de todos nuestros pecados, y que para él somos sus hijos, libres de cualquier condenación por nuestro pecado. Más importante es tener el discernimiento espiritual para saber que vale la pena servir o adorar a Dios, aun cuando las cosas parezcan que van mal en la vida, porque el tener comunión personal con Dios garantiza dicha y felicidad no sólo en este mundo sino por la eternidad.

Quizá en su desesperación, amigo oyente, Usted siendo creyente ha dicho también palabras violentas contra Dios, quizá cuando le sobrevino una prueba muy difícil, o cuando las cosas no salieron como Usted quería. Tal vez se quejó contra Dios y pensó que no vale la pena vivir en sumisión a sus preceptos.

Si ese es el caso, este es el momento para arrepentirse y como hicieron los judíos en el tiempo de Malaquías, dialogar con alguien para poner en alto a Dios y decir que confía total y absolutamente en él. Dios escuchará y oirá sus palabras. Dios escribirá su nombre en el libro de los que temen a Jehová, Dios le considerará como especial tesoro, Dios perdonará su pecado y le hará entender que realmente vale la pena servirle.

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