Crucifixión de nuestro Señor Jesucristo

Es muy grato saludarle amable oyente y darle la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Mi nombre es David Araya y en instantes más se unirá a nosotros David Logacho, quien nos guiará en el estudio de la crucifixión de nuestro Señor Jesucristo. Este estudio bíblico es parte de la serie que lleva por título: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores y está basada en el Evangelio según Mateo.

Qué bendición es para mí saber que usted me está escuchando amable oyente. En nuestro último estudio en el Evangelio según Mateo, llegamos al instante cuando el pusilánime Poncio Pilato entregó al Señor Jesús para que sea crucificado, a pesar que sabía que el Señor Jesús era inocente de todos los cargos que le imputaban los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo de Israel. Poncio Pilato pensó que con lavarse las manos, iba a librarse de la culpa de tan horrendo crimen. Claro, él no sabía que en lo que atañe al Señor Jesús no se puede ser neutral. O estamos con él o estamos en contra de él. No hay lugar para la neutralidad. El tormento eterno que este mismo instante está sufriendo Poncio Pilato, es un permanente recordatorio de lo funesto de ser neutral en cuanto al Señor Jesús. El relato bíblico proporcionado por Mateo dice que entonces Poncio Pilato les soltó a Barrabás y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado. Leyendo deprisa se puede pasar por alto lo horrendo de esta acción. Ser azotado en aquellos tiempos era un suplicio terrible. El reo era atado desnudo a un poste enterrado en el suelo. Junto a él se ubicaban el o los verdugos. El azote era un látigo de tiras de cuero. Cada tira de cuero tenía atada a su extremo un garfio hecho de hueso o de metal. Cuando el látigo caía con fuerza sobre el cuerpo del reo, los garfios se incrustaban en la piel. Cuando el verdugo retiraba el látigo, los garfios desgarraban atrozmente la piel, prácticamente despellejando al reo. Esta forma cruel de martirio utilizada por los romanos estaba reservada para los homicidas y los traidores. Esto es lo que tuvo que soportar mi amado Salvador. En este punto retomemos el relato de Mateo. Si tiene una Biblia ábrala en Mateo 27 a partir del versículo 27. Lo primero que vamos a notar es el suplicio a manos de los soldados romanos. Permítame leer el pasaje bíblico en Mateo 27:27-30. La Biblia dice: Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza.
Los soldados de Poncio Pilato tenían órdenes de entregar al Señor Jesús para que sea crucificado, pero ellos también querían descargar su furia sobre nuestro bendito Señor. Por eso fue que llevaron al Señor Jesús al pretorio. El pretorio era la residencia temporal de Poncio Pilato en Jerusalén. Recuerde que su residencia permanente estaba en Cesarea. El pretorio estaba situado probablemente en la fortaleza Antonia, cerca del templo del Jerusalén. Poncio Pilato tenía allí a una compañía de soldados romanos bajo sus órdenes. Una compañía era la décima parte de una legión. Es decir que la formaban entre 300 a 600 soldados. Los soldados romanos que llevaron al Señor Jesús lo pusieron en el centro de un círculo formado por toda la compañía de soldados romanos. Para burlarse de él, le quitaron sus ropas y una vez desnudo le echaron un manto de escarlata. Otro evangelio, el de Marcos habla de un manto púrpura. Se desprende entonces que se trataba de un manto viejo que usaba la realeza. Luego pusieron sobre su cabeza una corona de espinas y una caña en su mano derecha. En otras palabras, los soldados romanos disfrazaron al Señor Jesús de rey, para burlarse de él. Pero aún en esto se ve la mano de Dios. En sus horas de humillación, el Señor Jesús visitó ese manto escarlata, pero algún día él aparecerá vestido de gloria, de honra y de majestad. En sus horas de humillación, el Señor Jesús llevó una corona de espinas, pero está cercano el día cuando él aparecerá ciñendo una corona real. Las espinas simbolizan la maldición que pesa sobre la creación como consecuencia de la entrada del pecado. Una de las consecuencias de la entrada del pecado en la creación, fue que la tierra producirá espinas y cardos. La corona de espinas que el Señor Jesús llevó poco antes de ser crucificado, nos habla de que mediante su sacrificio, el Señor Jesús llevó la maldición y algún día, todavía futuro, los que somos redimidos por él viviremos eternamente en una creación donde no habrá más maldición. En sus horas de humillación, el Señor Jesús tenía una caña en su mano derecha, pero está cercano el día cuando él aparecerá tal cual como se lo describe en Apocalipsis 12:5 con vara de hierro para regir a todas las naciones. Aun el suplicio que sufrió nuestro amado Salvador, tiene su significado, aunque los rudos soldados romanos ni siquiera lo sospechaban. Así que, en medio de una compañía de soldados romanos, el Señor Jesús está de pie, disfrazado como rey. La sangre debe haber estado brotando de las heridas en su cabeza a causa de las espinas y de las heridas por todo su cuerpo a causa de los azotes. Allí se inició otra faceta de su suplicio. Los soldados romanos, uno a uno comenzaron a ponerse frente a él, y en son de burla hincaban la rodilla y exclamaban: ¡Salve, Rey de los judíos! El saludo que normalmente recibían los reyes. Pero para que nadie vaya a pensar que estaban rindiendo honores al Señor Jesús, luego le escupían, tomaban la caña que el Señor Jesús tenía en su mano derecha y le golpeaban la cabeza. Cuántos soldados romanos habrán participado en este macabro ritual, no lo sabemos. Cuando los soldados romanos se cansaron de atormentar de esta manera al Señor Jesús, le llevaron para ser crucificado. Esto es lo que muestra Mateo 27:31 donde dice: Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle.
Los soldados romanos le quitaron el disfraz de rey, le pusieron sus vestidos y se dispusieron a conducir al Señor Jesús al lugar donde iba a ser crucificado. La costumbre era que el mismo reo lleve a hombros la cruz, o al menos el madero vertical. Al Señor Jesús deben haberle entregado por tanto el madero en el cual iba a ser crucificado. El madero pesaba como unas 200 libras, unos 90 kilos. El reo llevaba colgado al cuello la causa por la cual estaba siendo sentenciado a muerte. Una cuadrilla de cuatro soldados romanos acompañaba al reo hasta el sitio donde iba a ser crucificado. Miremos lo que aconteció después. Leo en Mateo 27:32. La Biblia dice: Cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a éste obligaron a que llevase la cruz.
El Señor Jesús debe haber estado tan débil por el castigo recibido y por la hemorragia, que era imposible que él mismo lleve el madero. Por eso, al salir del pretorio, los soldados romanos hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón. Cirene es una ciudad al norte de África. Los soldados romanos obligaron a Simón a que llevase la cruz. El Señor Jesús estaba en camino hacia su crucifixión. La crucifixión era una forma de ejecución que los Persas, Fenicios y Cartagineses pasaron a los romanos. La crucifixión era una ejecución por muerte lenta. Los romanos perfeccionaron esta forma de ejecución, de modo que se convierta en la máxima tortura, manteniendo al reo vivo la mayor cantidad de tiempo posible. Algunos reos tardaban tanto en morir, que eran comidos vivos por las aves de rapiña o por los animales salvajes. La mayoría de los reos quedaban colgados de la cruz por días, antes de morir por sofocación, deshidratación, fiebre o más probablemente, por un paro respiratorio. Cuando las piernas de los reos ya no podían soportar el peso del cuerpo, el diafragma se estrechaba de tal manera que hacía imposible la respiración. Por eso es que en algunos casos, para acelerar la muerte de los reos, se les quebraban las piernas, como aparece en Juan 19:31-33. Esto no hizo falta en el caso del Señor Jesús. Las manos eran clavadas por las muñecas, y los pies por el empeine. Normalmente se usaba un solo clavo muy largo para sostener ambos pies. Ninguna de estas heridas era fatal, pero el dolor que producían era insoportable y se iba incrementando con el paso del tiempo. Además de eso está la deshonra de morir de esta manera, porque solamente los malditos morían de esta forma. Yo no sé como se sentirá usted al escuchar todo esto, pero a mí me produce tanto pesar, tanto dolor, no porque tenga lástima de lo que tuvo que sufrir mi Salvador, sino porque yo soy culpable de todo ese sufrimiento, porque ese sufrimiento lo merezco yo, porque yo soy pecador. Él ningún mal hizo. Es el precio que él tuvo que pagar para que yo pueda ser perdonado de mi pecado, para que pueda ser librado del castigo que merezco. ¿Cómo no recibirlo como mi Salvador? ¿Lo ha hecho usted? Si no, este es el momento indicado para hacerlo. Solamente hable con Dios, allí donde se encuentra este momento reconociendo que el Señor Jesús murió por usted y recíbalo como su único y personal Salvador.

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