Crucifixión del Señor

Hola mi amiga, mi amigo. Soy David Araya dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Mateo, en la serie titulada: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. Inmediatamente después de la pausa musical, estará con nosotros David Logacho para hablarnos sobre la crucifixión del Señor Jesucristo.

Saludos amable oyente. Qué bendición es contar con su sintonía. En nuestro último estudio bíblico, dejamos al Señor Jesús, totalmente maltrecho por el castigo, espiritual, emocional y físico, caminando con dificultad junto a Simón de Cirene, quien fue obligado por los soldados romanos a llevar la cruz. El trayecto se inició en el pretorio, la residencia temporal de Poncio Pilato, ubicada en la fortaleza Antonia, muy cerca del templo y el destino final era un lugar llamado Gólgota. Con esto en mente, si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Mateo 27 a partir del versículo 33. Permítame leer el texto en Mateo 27:33-37. La Biblia dice: Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera, le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo. Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y sentados le guardaban allí. Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.
La distancia que tenía que recorrer el Señor Jesús no era mucha, pero en las condiciones físicas en que estaba, debe haber sido toda una odisea para él. En algún momento llegaron a un lugar llamado Gólgota. Esta es una palabra aramea que significa “lugar de la Calavera” El nombre hace alusión tal vez a la apariencia del sitio, parecido a un cráneo, o tal vez a la cantidad de cráneos de los reos que habrían sido crucificados en ese preciso lugar. Al llegar allí, se trató de hacer con el Señor Jesús, lo que se acostumbraba hacer con los reos que estaban por ser crucificados, me refiero a darle de beber vinagre mezclado con hiel. La hiel era una sustancia amarga. Según el Evangelio de Marcos se trataba de mirra. Se supone que esta sustancia tenía efectos narcotizantes. Era una forma de aliviar en algo el intenso dolor que padecían los reos al ser crucificados. El Señor Jesús probó esta bebida, pero no quiso tomarla. ¿Por qué? La razón es porque el Señor Jesús, quería tener todos sus sentidos alerta para recibir el castigo por el pecado del mundo. En este momento, el Señor Jesús debe haber sido despojado de su ropa y clavado de pies y manos a la cruz. Una vez hecho eso, la cruz debe haber sido izada y fijada en el suelo. Según otro Evangelio, era la hora tercera del día, alrededor de las nueve de la mañana. Los soldados romanos entonces procedieron a echar suertes sobre los vestidos del Señor Jesús. En esto se cumplió otra profecía. Como mil años antes, en el libro de Salmos se profetizó que se iba a echar suertes sobre los vestidos del Cristo, del Mesías, del Rey de Israel. Note lo que dice Salmo 22:18. Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes.
Con el botín, los soldados romanos se sentaron como espectadores del indescriptible dolor del Señor Jesús, asegurándose de mantener el orden público. Mateo se ocupa de hacer notar que sobre la cabeza del Señor Jesús, se colocó una placa en la cual se había escrito el motivo o la causa por la cual el Señor Jesús estaba siendo crucificado. La placa decía: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. La leyenda tiene ligeras variaciones en cada uno de los evangelios. Según Marcos, decía simplemente: EL REY DE LOS JUDÍOS. Según Lucas, decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS y estaba escrito en Griego, Latín y Hebreo. Según Juan, decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Los principales sacerdotes protestaron por la leyenda y pidieron a Poncio Pilato que la modifique para que diga: El que dijo: Soy Rey de los judíos, pero Poncio Pilato no accedió al pedido, diciendo: Lo que he escrito, he escrito. Así, quedó sin cambios una realidad ineludible: el Señor Jesús es en realidad el Rey de los judíos, pero por amor al pecador estaba muriendo en lugar del pecador. Pero en Gólgota, o el lugar de la Calavera, no había sólo una cruz, sino tres. Veamos de qué se trata. Voy a leer el texto en Mateo 27:38. La Biblia dice: Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda.
¡Qué ironía! El perfecto, santo y puro Hijo de Dios rodeado de ladrones. Era el cumplimiento de la profecía realizada como 700 años atrás por Isaías. Observe lo que dice Isaías 53:12 Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.
Así es amable oyente, el unigénito Hijo de Dios tuvo que ser contado con los pecadores. Más aún, el unigénito Hijo de Dios tuvo que morir de la misma manera que estaban muriendo aquellos hombres que toda su vida la dedicaron a la maldad. El santo se hizo pecado para que podamos ser librados del pecado. A pesar de estar pagando las consecuencias de sus fechorías, los ladrones no cesaban de injuriar al Señor Jesús. Permítame leer Mateo 27:44. La Biblia dice: Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él.
Pero en algún momento, uno de los ladrones cambió radicalmente. Mateo no lo registra, pero Lucas sí. Voy a leer Lucas 23:39-42. La Biblia dice: Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Uno de los malhechores seguía injuriando al Señor Jesús. Su injuria manifestaba la incredulidad absoluta en cuanto a que el Señor Jesús es el Cristo. Lo único que le interesaba era librarse del terrible tormento que estaba padeciendo. Pero fue reprendido por el otro malhechor, quien le increpó porque era absurdo que estando cara a cara con la muerte, el malhechor que injuriaba persista en su rebeldía contra Dios. Luego reconoció que lo que tanto él como el otro malhechor estaban sufriendo era la justa retribución por su vida de pecado, en cambio, el Señor Jesús no había hecho ningún mal. En esencia el malhechor estaba reconociendo que el Señor Jesús estaba muriendo injustamente, o más aún, reconoció que el Señor Jesús estaba muriendo en lugar de los que son culpables. Por eso fue que dirigiéndose al Señor Jesús, le dijo: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. ¿Ve? El malhechor estaba seguro que el Señor Jesús es el Rey, el Cristo, que iba a morir, pero iba a resucitar para reinar. Al oír esta confesión, el Señor Jesús dijo a este malhechor arrepentido: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Un regalo inmerecido, reservado para todos aquellos que depositan su fe en Cristo Jesús y lo reciben como Salvador. La gracia de Dios llegó a este malhechor al borde mismo de su existencia en este mundo. El malhechor no tuvo tiempo para hacer alguna buena obra, ni para bautizarse, ni para asistir a una iglesia, pero aún así fue salvo, porque la salvación depende únicamente de la fe depositada en el Salvador. Con esto no estoy diciendo que no es necesario hacer buenas obras, o bautizarse o asistir a la iglesia. Todo esto es un mandato para los que somos del Señor, pero nuestra salvación y nuestra seguridad de salvación no depende de esto sino de la fe en la bendita persona del Señor Jesucristo. Volviendo a Mateo, note cuál fue la reacción de la gente que miraba el sufrimiento del Salvador. Voy a leer en Mateo 27:39-43. La Biblia dice: Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.
En medio de su sufrimiento atroz, el Señor Jesús tuvo que soportar la injuria de los que pasaban, de los principales sacerdotes, de los escribas, de los fariseos y de los ancianos del pueblo, es decir del sanedrín. Todos meneaban la cabeza en señal de desprecio y decían: Tú, que derribas el templo y en tres días lo reedificas, muestra un poco de tu poder salvándote a ti mismo, desciende de la cruz. Esta gente jamás entendió lo que el Señor Jesús enseñó. Gracias a Dios que el Señor Jesús no hizo lo que la turba pedía, porque de haberlo hecho, no habría esperanza de vida eterna para nosotros. Subiendo el tono de su desprecio, la turba encolerizada decía: A otros salvó y a sí mismo no se puede salvar. Al menos reconocían el poder sobrenatural que demostró el Señor Jesús. Pero su incredulidad se manifestaba en aquellas palabras: Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz y creeremos en él. Falso, el Señor Jesús hizo cantidad de obras milagrosas en las narices de los principales sacerdotes y de los escribas y de los fariseos y aún así no creyeron en él. Más bien creyeron que el Señor Jesús tenía poder satánico. En el colmo del desprecio, la turba decía: Confió en Dios, veamos si lo libra, porque según él, él es el Hijo de Dios. Estas palabras deben haber penetrado como un filo puñal al corazón del amado Salvador. Lo que la turba no sabía, porque no quería saber, es que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, y si estaba en esas condiciones era porque no había otra forma de salvar a pecadores como ellos, como usted y como yo.

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