La obediencia sin variación de Cristo al Padre

La Biblia Dice… les saluda cordialmente y les invita a su estudio bíblico del día de hoy. El tema de nuestros últimos estudios bíblicos ha sido la obediencia a Dios. En términos generales, obediencia es hacer lo que se nos pide hacer, sin variación, sin demora y sin reclamo. Obedecer a Dios de esta manera trae sentido o significado a nuestras vidas. Desobedecer a Dios produce desánimo, enfermedad y destrucción. La Palabra de Dios es muy sabia. Cada vez que nos da un mandato a cumplir, nos da un ejemplo a seguir. El supremo ejemplo a seguir para todo creyente, es por supuesto la persona de Cristo. 1ª Juan 2:6 dice: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» Cristo es nuestro ejemplo. Será muy interesante, mirar como él obedeció al Padre, sin variación, sin demora y sin reclamo. En el estudio bíblico de hoy, nos concentraremos únicamente en la obediencia sin variación de Cristo al Padre.

Siendo que Jesucristo es nuestro supremo ejemplo de obediencia a Dios, es clave que observemos cuan fielmente obedeció a Dios. Cuando digo fielmente, me estoy refiriendo a su obediencia sin ninguna variación. Pero para ver si Jesucristo obedeció a Dios sin variación alguna, debemos primero saber cuáles fueron las instrucciones que Jesucristo recibió del Padre. El propósito de Dios en su enunciado más general era redimir al hombre pecador del castigo por el pecado. El castigo para el pecador es la muerte. Ezequiel 18:4 dice: «He aquí que todas las almas son mías, como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá» El castigo establecido por Dios para el hombre pecador es la muerte, esa eterna separación entre el hombre y Dios en un lugar de tormento llamado infierno. Romanos 6:23 dice: «Porque la paga del pecado es muerte…» Dentro de este propósito, Dios diseñó un plan. El plan contemplaba enviar a su Hijo Jesucristo a la tierra para morir en una cruz, llevando sobre sí el castigo eterno por nuestros pecados. 1ª Pedro 1:18-20 dice: «sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros» El plan de Dios también contemplaba la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para demostrar que el Padre había aceptado el sacrificio de Cristo por los pecados y también para garantizar nuestra propia resurrección de los muertos. El plan de Dios para nosotros es que seamos santos y obedientes, así como lo es el santo y obediente Señor Jesucristo. 1ª Pedro 2:21-23 dice: «Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» Cristo nos dejó un ejemplo no solo de padecimiento sino también de manera de vivir, de obedecer a Dios, para que sigáis sus pisadas dice el texto. Por medio de la obediencia perfecta, sin variación, de Cristo, el propósito divino se cumplió al pie de la letra. Jesús fue enviado a la tierra para redimir a los hombres y mujeres de la condenación del pecado. Gálatas 4:4-5 dice: «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos» Por la obediencia de Jesús al venir voluntariamente a este mundo, el hombre pecador pudo lograr lo que jamás pudo haber logrado por su propia cuenta, la remisión de sus pecados y la inclusión en la familia de Dios como un hijo capaz de gozar de todos los derechos y privilegios de un hijo adulto. Por medio de la obediencia, el Hijo de Dios se ofreció a sí mismo como el único sacrificio posible por nuestros pecados. Romanos 8:3 dice: «Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, condenó al pecado en la carne» La obediencia de Jesús, logró lo que la ley jamás pudo lograr. Por la obediencia de Jesús, la cruz del Calvario llegó a ser el instrumento de su muerte y el lugar donde él lavó nuestros pecados. 2ª Corintios 5:21 dice: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» La obediencia de Cristo, logró lo que nuestra propia justicia jamás pudo haber logrado. Por la obediencia de Jesucristo, Dios levantó a su Hijo de la tumba e hizo de su resurrección una garantía de que nosotros también resucitaremos. Juan 14:19 dice: «Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. La obediencia logró lo que los milagros no pueden lograr. Por medio de la obediencia de Cristo, Dios hizo posible que nosotros seamos conformados a la imagen de Cristo, para ser puestos aparte o santificados para él. Tito 2:14 dice: «quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí un pueblo propio, celosos de buenas obras» La obediencia, logró lo que las buenas obras no pudieron jamás alcanzar. Así por el estilo, en cada cosa que el Padre dio a su Hijo para hacer, el hijo cumplió a cabalidad, a la perfección y por medio de su obediencia, el Padre pudo llevar a feliz culminación su propósito redentor establecido en la eternidad pasada. Por esto Cristo pudo decir las palabras de Juan 14:31: «Mas para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago» Sí, el cumplió a la perfección todo lo que el Padre le mando, dejándonos un claro ejemplo a seguir para nosotros. Cuando estaba agonizando sobre la Cruz, él pronunció las gloriosas palabras: Consumado es. Dando así a entender que había cumplido con absolutamente todo lo que el Padre le había dado para hacer y que lo que él hizo es suficiente para el perdón de todos los pecados de cualquier pecador. Sí, mi hermano y amigo, Cristo por su obediencia perfecta permitió que el Padre pueda redimir al pecador. Ya no hay nada más por hacer, ya todo lo hizo Cristo al venir a este mundo, al morir en una cruz de vergüenza y al resucitar al tercer día. Lo único que Ud. tiene que hacer es aceptar a Cristo como su Salvador personal, sabiendo que el derramó su preciosa sangre para limpiar su pecado. Cristo Jesús es entonces digno de ser imitado por todos los que queremos obedecer a Dios. Su obediencia fue perfecta, sin la más mínima variación con respecto a lo que el Padre le pidió hacer. Igual tiene que ser entre nosotros y Dios. Obediencia a medias es desobediencia total. En el Antiguo Testamento ha quedado registrado un caso sin precedentes de obediencia parcial. Se trata de Saúl, el conflictivo rey de Israel. Saúl recibió una orden de parte de Dios. Su orden era ir a Amalec y destruir todo lo que tenía, sin importar si eran vidas de hombres, mujeres, niños, o animales. Saúl fue, pero perdonó la vida del rey, lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron. Obedeció, sí, pero en parte. No fue una obediencia a Dios sin variación, como la obediencia de Jesucristo. ¿Cuál fue la respuesta o la reacción de Dios ante la obediencia parcial de Saúl? 1ª Samuel 15:22-23 dice: «Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y las víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado pata que no seas rey» Qué tragedia. La obediencia parcial de Saúl le costó el reinado. Si obedecemos a Dios parcialmente, o desobedecemos a Dios que es lo mismo, Ud. y yo no perderemos un reinado, pero sí perderemos el gozo en nuestra vida cristiana, los galardones en el cielo y acarrearemos sobre nosotros la disciplina de un Dios para quien la rebelión es como pecado de adivinación. Qué Dios nos guíe a obedecerle sin variación siguiendo el ejemplo de Jesucristo.

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