El hijo perdido

Cordiales saludos, amiga, amigo oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. El poderoso mensaje que predicaba el Señor Jesús resultaba cautivante para la gente despreciada por la sociedad judía, como los publicanos, rameras, pecadores en general. Esto no fue bien visto por los hipócritas fariseos y escribas, quienes se creían justos delante de Dios por las supuestas buenas obras que hacían. Fue por ese motivo que con desprecio se refirieron al Señor Jesús diciendo: Este a los pecadores recibe y con ellos come. Eran como el proverbial perro del hortelano que no come ni deja comer. El Señor Jesús entonces les relató tres hermosas parábolas. La primera fue la de la oveja perdida. En esta parábola se ilustra el gran amor del Hijo hacia el pecador. La segunda fue la de la moneda perdida. En esta parábola se ilustra el gran amor del Espíritu Santo buscando incesantemente al pecador para salvarle. La segunda fue la del hijo perdido. En esta parábola se ilustra el gran amor del Padre perdonando al pecador. En el estudio bíblico de hoy, vamos a considerar justamente esta maravillosa parábola.

Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Lucas 15:11-32. La Biblia dice: También dijo: Un hombre tenía dos hijos;

Luk 15:12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
Luk 15:13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
Luk 15:14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
Luk 15:15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
Luk 15:16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
Luk 15:17 Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
Luk 15:18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Luk 15:19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
Luk 15:20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
Luk 15:21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Luk 15:22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
Luk 15:23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;
Luk 15:24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Luk 15:25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;
Luk 15:26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Luk 15:27 El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.
Luk 15:28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.
Luk 15:29 Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
Luk 15:30 Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
Luk 15:31 El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
Luk 15:32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
Los paralelos que tenemos en esta parábola son de la siguiente manera. El hombre, padre de familia, representa a Dios el Padre. El hijo mayor representa a los fariseos y escribas que se creían justos por sus propias obras. El hijo menor, representa a los publicanos y pecadores. La parábola ilustra el gran amor de Dios el Padre, al pecador. Lo primero que tenemos es el padre ofendido. De una forma por demás atrevida el hijo se dirige a su padre y le dice: Dame la parte de los bienes que me corresponde. Lo que está pidiendo es la herencia que le corresponde. La herencia normalmente se entrega cuando el padre muere, de manera que en el fondo, el hijo menor estaba diciendo a su padre: No estoy dispuesto a esperar hasta que te mueras, dame ahora mismo mi parte de la herencia. Seguramente con dolor en su corazón, el padre cumplió con el pedido de su hijo menor. Tal vez hizo cálculos de todo lo que poseía y lo dividió entre tres. Al hijo menor debe haberle dado una tercera parte y al hijo mayor las dos terceras partes, porque el hijo mayor tenía el derecho de la primogenitura, lo cual le permitía recibir el doble de sus hermanos. Así es el pecador, es como alguien fuera de sí, haciendo cosas que están totalmente en contra de lo que es correcto, pero que a él le parece lo más natural. En segundo lugar tenemos la vida perdida del hijo menor. Dice la parábola que no muchos días después, el hijo menor juntó todo y lo primero que hizo fue alejarse de su padre, a una provincia apartada. El pecador es también así, está separado, lejos del Padre celestial, haciendo su vida en la provincia apartada. Cómo habrá sufrido el padre al saber que su hijo estaba tan lejos. Pero no sólo eso, sino que además vemos en la parábola que el hijo menor se dedicó a una vida licenciosa derrochando todo lo que recibió de su padre, sin haberse esforzado por ganarlo, viviendo perdidamente en todo tipo de vicios. Así es el pecador. Desperdicia en vicios lo más precioso que Dios el Padre le ha dado, la vida. En tercer lugar tenemos la ruina del hijo menor. La parábola muestra que el hijo menor se quedó sin recursos económicos porque todo lo malgastó en ese estilo de vida disipado que adoptó. El dinero se acabó y llegó un momento en que el hijo menor no tenía ni para comer. El hambre hizo que el hijo menor pierda lo poco de dignidad que le quedaba y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de esa provincia apartada, quien tenía una hacienda. Seguramente pidió trabajo, pero el único trabajo disponible era algo que cualquier judío no lo aceptaría jamás. Apacentar cerdos. Los judíos no podían ni siquiera acercarse a los cerdos, peor apacentarlos, porque eran animales inmundos, pero al hijo menor no le quedaba otra oportunidad. Tragándose su orgullo comenzó a cuidar los cerdos. Era tan grande el hambre que tenía, que deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Más bajo no podía descender en su ruina. El hijo menor había tocado fondo. En cuarto lugar, tenemos el arrepentimiento del hijo menor. Dice la parábola que volviendo en sí, habló consigo mismo diciendo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Así es con el pecador. El Espíritu Santo entra en acción y el pecador despierta y toma conciencia de su lamentable situación. En quinto lugar, tenemos la confesión del hijo menor. Dice la parábola que el hijo menor se aconsejó a sí mismo y dijo: Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Me imagino yo que inclusive el hijo menor debe haber escrito su discurso, para leerlo cuando su padre le reciba. El pecador también necesita confesar a Dios que es pecador, y esto abrirá la puerta para hallar perdón de Dios. En sexto lugar, encontramos el regreso del hijo menor. Vemos en la parábola que se levantó, dejó a los cerdos, al hambre y a su vida de pecado atrás y se dirigió a la casa de su padre. El pecador también debe tomar la decisión personal de recibir a Cristo como su Salvador. En séptimo lugar viene el clímax de la parábola. ¿Cómo recibirá el padre a su hijo menor que le había hecho tanto mal, pero se había arrepentido, había confesado su pecado y había vuelto a él? Dice el texto que aún cuando el hijo menor estaba lejos, le vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó. Qué maravilloso padre. Desde que su hijo se fue en su loca aventura, el padre debe haber estado mirando a la distancia por si acaso regrese su hijo. Cuando lo vio, salió a la carrera, a pesar de su edad y al encontrarse con su hijo, no le importó que su hijo estaba arruinado, flaco, sucio, mal oliente, en harapos. Nada de esto le importó sino que se echó sobre su cuello y le besó. No hubo reproche o reclamo, sino solamente muestras de simpatía. Así es como recibe el Padre celestial a todo pecador que arrepentido se acerca a él por medio del Señor Jesucristo. Tan pronto el hijo menor recuperó su aliento, comenzó a recitar el discurso que había preparado. Mirando a los ojos de su padre le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero solamente llegó hasta allí. El Padre no permitió que su hijo menor siga diciendo lo que pensaba decir. Interrumpiéndole dijo a los siervos: Sacad el mejor vestido y vestidle y poned anillo en su mano y calzado en sus pies. El vestido simboliza el honor, el anillo simboliza autoridad, el calzado simboliza restauración. Los jornaleros no usaban calzado, pero los hijos sí. El hijo menor había sido restaurado. Pero el padre no se quedó en eso, sino que ordenó que se sacrifique el becerro gordo, el becerro reservado para ocasiones especiales, para comerlo y hacer fiesta. La razón del padre para tanto gozo era porque su hijo, en un sentido estaba muerto, y ha revivido, se había perdido pero había sido hallado. Así es como el Padre celestial trata a todo pecador que arrepentido se acerca a él. Pero ¿dónde entra el hijo mayor? Pues cuando vio todo el gozo que había en la casa del padre por el regreso del hijo, en lugar de alegrarse se enojó contra su padre y le recriminó diciendo: Tantos años te he servido, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos, pero cuando vino este, tu hijo, note el desprecio hacia su hermano menor, ni siquiera le trató como hermano, quien ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar el becerro gordo. El hijo mayor representa a los hipócritas fariseos y escribas que estaban molestos porque los publicanos y pecadores se acercaban al Señor Jesús. El padre se limitó a decir lo mucho que había recibido ya el hijo mayor pero que el gozo que había se justificaba plenamente porque su hijo menor era como si se hubiera muerto y hubiera revivido, por cuanto se había perdido pero fue hallado. Así termina esta parábola. Si su vida se parece en algo a la del hijo menor, venga hoy mismo al Padre por medio de recibir a Cristo como Salvador. Será muy bien recibido.

Deja una respuesta