El suicidio

Es motivo de gran gozo darle la bienvenida, amiga, amigo oyente. Proseguimos estudiando las características de la vida auténticamente cristiana y en esta ocasión, David Logacho nos hablará acerca del suicidio.

Miguel, nombre ficticio con el propósito de no revelar su identidad, siendo apenas un niño fue testigo de las irreconciliables diferencias entre sus padres, las cuales ocasionaron un doloroso divorcio.

Junto con sus hermanos tuvo que crecer bajo la mirada adusta de la mujer que llegó a ser su madrastra. A su tierna edad sufrió el maltrato físico y psicológico tanto de su padre como de su madrastra.

Siendo un adolescente comprendió que la vida le había jugado una mala pasada y comenzó a abrigar la idea de quitarse la vida. Alguien le había dicho que la muerte era simplemente como quedarse dormido.

Eso era justamente lo que más deseaba, porque sólo cuando estaba dormido lograba dejar a un lado los sinsabores de la vida. Desesperado por hallar descanso para su alma, tomó un rifle, lo puso en su sien derecha y apretó el gatillo.

Por esas razones que solo Dios sabe, el proyectil no destrozó el cerebro, pero produjo daños irreparables. Miguel conservó la vida, pero al elevado precio de perder la vista. Si antes tenía problemas, después de su intento de suicidio, esos problemas se multiplicaron.

Felizmente, con el tiempo, Miguel llegó a conocer al único que puede volver a unir los pedazos de una vida destrozada. Hoy, a pesar de su discapacidad, Miguel disfruta de consuelo y descanso en los brazos amorosos de su Salvador. Esta historia se repite vez tras vez con variedad de matices a lo largo y ancho del mundo.

La Organización Mundial de la Salud, publicó hace tiempo una estadística, según la cual, cada año se producen en el mundo alrededor de cinco millones de intentos de suicidio y solamente el 10%, es decir 500.000, logran su objetivo. Esto significa que cuatro millones y medio de personas en el mundo quedan con algún tipo de discapacidad, cada año, como consecuencia de un fallido intento de suicidio.

¡Qué trágico panorama! El suicidio, o lo que es lo mismo el quitarse violenta y voluntariamente la vida, no es característica de la vida auténticamente cristiana. ¿Por qué? Pues por varias razones.

Primero, porque Dios es soberano sobre la vida de todo ser humano. Romanos 14:7-8 dice: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.”

El hombre no debe intentar usurpar el papel de Dios para tomar en su mano su propia vida.

Segundo, porque el cuerpo humano del creyente no es de su propiedad, sino que pertenece a Dios. Dios es dueño de nuestros cuerpos. 1ª Corintios 6:19 dice: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”

El cuerpo es la morada temporal de un creyente. El cuerpo es algo que el creyente ha recibido de Dios. En realidad, el creyente es solamente un mayordomo de su cuerpo. Como tal, el creyente es responsable ante Dios por el buen uso y cuidado de su cuerpo.

Es como cuando se alquila una casa o un departamento. Uno vive allí, pero no puede decir que esa casa o departamento es de uno. Además, uno debe cuidar lo mejor que se pueda ese bien inmueble que no es de uno. Bien ha dicho alguien: Lo que no es de uno se debe cuidar mejor que lo que es de uno.

Es una norma básica de respeto a lo que es ajeno. Sería inaudito que un inquilino derribe paredes por allí, abra ventanas por allá, coloque puertas por acá. Eso no se puede hacer en algo que no es de uno. Peor todavía, sería inadmisible que un inquilino, destruya la casa o el departamento con un taco de dinamita.

Bueno, igual es con el cuerpo del creyente. Somos, por decirlo así, sólo inquilinos de ese cuerpo, aunque no tenemos que pagar ningún alquiler. El dueño de nuestros cuerpos es Dios. Por tanto debemos cuidar ese cuerpo. Debemos alimentarlo lo mejor posible, debemos mantenerlo limpio, debemos procurar que esté sano a pesar del paso del tiempo, debemos permitir que descanse, debemos vestirlo con modestia. Es parte de la mayordomía del cuerpo.

Lejos debería estar de nosotros el atentar de cualquier manera contra nuestros cuerpos. Es por eso que el suicidio simplemente no debe tener cabida en la vida auténticamente cristiana. Cierto es que en la Biblia aparecen casos de personas que se suicidaron, tal el caso de Saúl, de Ahitofel, de Zimri, de Sansón y de Judas Iscariote, pero estos casos no son un ejemplo a seguir sino un ejemplo a evitar.

Tercero, porque la voluntad de Dios es que el hombre no levante su mano contra la vida del prójimo. Esta es la esencia del sexto mandamiento. Éxodo 20:13 dice: “No matarás”

Si Dios ordena respetar la vida del prójimo, cuánto más deberíamos respetar nuestra propia vida. El suicidio por tanto ignora el mandato de Dios de no matar.

Cuarto, porque Dios nos ha prometido no probarnos más allá de lo que podemos resistir. Ponga atención a lo que dice 1ª Corintios 10:13 “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”

Cuando este texto habla de tentación, perfectamente se puede entender esta palabra en su sentido de prueba. Siendo así, la promesa es que Dios no nos enviará jamás ninguna prueba que no sea humana. Dios es tan fiel con nosotros que no nos dejará ser probados más de lo que podemos resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida para que podamos soportar.

Es decir que Dios nos mete en el horno de la prueba, pero su mano está firme sobre el termostato para regular la temperatura del horno. Dios jamás moverá ese termostato más allá de lo que podemos resistir, y así evitará que nos quememos.

Pero cuando un creyente opta por el suicidio, está diciendo: Esto que estoy padeciendo está más allá de lo que puedo soportar. Dios ha faltado a su promesa, por eso mejor busco por mi mismo un alivio a mi angustia. Es como dar a Dios un empujón y decir: Quítate de aquí, que yo me hago cargo. Esto es terrible amable oyente.

Quinto, por la tragedia en la quedan sumergidos los deudos de la persona que se suicida. En un sentido, el suicidio es una medida en extremo egoísta. Intenta buscar alivio para el drama del suicida pero ignora totalmente el drama que sobrevendrá sobre los familiares del suicida. Claro que en su delirio, el suicida piensa que nadie le quiere, que a nadie le importa, y hasta piensa que su muerte traerá felicidad a mucha gente.

Pero esto es pura ilusión. Cuando alguien se suicida, siempre deja unos cuantas personas sumidas en el más profundo dolor y en el más profundo abismo de falta de respuestas congruentes: Por más que se intente una explicación, los deudos del suicida no podrán entender como fue posible que algo así sucediera. No se puede explicar lo inexplicable.

Sexto, porque ignora el poder de Dios para fortalecernos en medio de la debilidad. El apóstol Pablo estaba padeciendo algo que él mismo lo comparó como a un aguijón en su carne. Acerca de esto, Pablo rogó tres veces al Señor que lo quite de él. La respuesta del Señor fue siempre la misma: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.

La conclusión de Pablo fue: De buena gana me gloriaré en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Bien se ha dicho que no hay problema que sea lo suficientemente grave que Dios no lo pueda resolver. Pero cuando una persona escoge suicidarse a causa de cualquier problema que tenga, en el fondo está diciendo: Dios no puede resolver este problema que tengo, por eso será mejor que me quite la vida.

Cuidado con pensar así, amigo oyente. No olvide que las pruebas, son en realidad oportunidades diseñadas por Dios para mostrar su poder en nuestras vidas. Si no tuviéramos dificultades en la vida no habría oportunidad de ver actuar a un Dios poderoso sosteniéndonos en medio de esas dificultades.

Estas son las razones por las cuales el suicidio no debería ser jamás una opción para un creyente. La vida auténticamente cristiana se caracteriza por un respeto a la vida, tanto del prójimo como la propia.

Termino con esta ilustración que me anima mucho cuando estoy enfrentando esos momentos difíciles de la vida.

En una aldea remota, había un hombre cuya única responsabilidad era llevar agua del río hacia un estanque en la aldea. Para hacer su trabajo, este hombre utilizaba dos cubetas, atadas a los extremos de una vara, de modo que pudiera llevarlas en equilibrio sobre sus hombros. Una de las cubetas tenía un pequeño agujero, por el cual se derramaba un delgado hilillo de agua. Cierto día, el hombre notó que la cubeta con el agujero estaba muy afligida. Se acercó a ella y le dijo: Veo que estás triste, ¿hay algo que pueda hacer por ti? La cubeta dijo: Estoy afligida porque en cada viaje para acarrear el agua del río, yo llego al estanque sólo con la mitad. El resto se derrama por ese odioso agujero que tengo. El hombre le miró con compasión y tomándola en sus brazos le dijo: Ven conmigo, que quiero mostrarte algo. Le llevó por el sendero que conducía al río y le dijo. ¿Qué ves a un lado del sendero? La cubeta dijo: Tierra seca y árida. Ahora ¿qué ves a otro lado del sendero? La cubeta dijo: Pasto verde y unas hermosas flores. Pues bien, dijo el hombre, el lado del sendero que tiene pasto verde y hermosas flores es el lado que recibe el agua que en cada viaje sale de ti. La cubeta dibujó una sonrisa en su cara y comprendió que no había razón para seguir estando afligida.

El defecto que tenía era para un buen propósito. Así es también en la vida. Los defectos que nos causan aflicción, siempre tienen un buen propósito. Puede ser que no lo veamos a simple vista, pero está allí. No piense jamás que los sinsabores de la vida deben empujarnos a un suicidio.

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