Tener las prioridades en orden correcto

Damos gracias a Dios por la oportunidad que nos da de compartir este tiempo con Usted. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy dentro de la serie titulada: La Vida Auténticamente Cristiana. En esta ocasión, David Logacho nos mostrará que tener las prioridades en orden correcto es otra característica de la vida auténticamente cristiana.

El General Grant era reconocido por sus fuertes convicciones espirituales. Un día cuando estaba de visita en París, el presidente de la República de Francia le invitó a asistir a una carrera de autos que se celebraba en un día domingo.

Aun a sabiendas que si rehusaba una invitación del presidente de Francia sería considerado como un desaire hacia el pueblo Francés, sin embargo, de una forma muy política declinó la invitación diciendo: Hacer algo así en domingo, no está de acuerdo con la costumbre de mi país, o con el espíritu de mi religión. Iré a la casa de Dios.

¿Cómo es que un hombre tan importante como el General Grant pudo actuar de esta manera? La razón es porque el General Grant tenía sus prioridades en orden.

Tener las prioridades en orden es otra característica de la vida auténticamente cristiana. Cuando hablamos de prioridades nos estamos refiriendo a aquello que es más importante en nuestras vidas.

¿Qué es lo más importante para Usted en la vida? Pues esa es su prioridad. La Biblia nos provee de principios importantes para determinar las prioridades en la vida cristiana.

A manera de introducción, permítame leer lo que dice 1ª Tesalonicenses 5:23 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”

Al hablar del ser del creyente, es decir de lo que el creyente realmente es, el apóstol Pablo menciona primero el espíritu, luego el alma y al final el cuerpo. El orden no es fortuito. El espíritu es más importante que el alma y el alma es más importante que el cuerpo. La primera prioridad tiene el espíritu.

Interesante es reconocer que el hombre tiene la tendencia a revertir el orden de las prioridades poniendo en primer lugar el cuerpo, o lo material. Para el mundo incrédulo y desgraciadamente para no pocos creyentes, lo material es más importante que lo espiritual. Por eso es que gastan todo su tiempo y esfuerzo en edificar su imperio, y descuidan absolutamente su estado espiritual.

Las prioridades están invertidas. De modo que, para todo creyente, la primera prioridad debería ser lo espiritual. Con esto estamos diciendo la comunión personal con Dios a través de su palabra y la oración.

Esto es en esencia lo que hallamos en Mateo 6:33 donde dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”

El contexto de este versículo muestra que los incrédulos buscan afanosamente las cosas materiales: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o que vestiremos? Pero de los creyentes se espera algo totalmente diferente. De los creyentes se espera que busquen primeramente, note, primeramente, el reino de Dios y su justicia. Cuando ello suceda, todo lo demás será añadido.

La primera prioridad en la vida de todo creyente debe por tanto ser Dios. Dentro de esto está la comunión con él por medio de su palabra y la oración. Está también el servicio a Dios en cualquier área para la cual él mismo nos ha capacitado mediante los dones espirituales que nos han sido dados.

Si yo le preguntara: ¿Quién tiene el primer lugar en su vida, o cual es la primera prioridad en su vida? ¿Cuál sería su respuesta? Con toda seguridad me respondería: Dios.

Entonces convendría una segunda pregunta: Si Dios tiene la primera prioridad en su vida, ¿Cuánto tiempo al día gasta en oír, leer, estudiar, meditar y memorizar su palabra? ¿Cuánto tiempo al día gasta en orar? ¿Cuánto tiempo al día gasta en hacer algo que tiene que ver con su obra? ¿Cómo podemos afirmar que Dios tiene la primera prioridad en nuestra vida, cuando le dedicamos solamente un par de horas de tiempo los domingos a la mañana y aún eso a regañadientes?.

Fácil es decir: Dios es lo más importante en mi vida. Pero la veracidad de esa declaración, o la autenticidad de esa declaración está dada por el tiempo que gastamos en las cosas de Dios, en comparación con el tiempo que gastamos en nosotros mismos.

Después de Dios, la segunda prioridad para un hombre casado o una mujer casada es su familia. Dentro de esto está el procurar el bienestar espiritual y material del cónyuge y los hijos. Nadie por ejemplo, está calificado para ser anciano o pastor, si no tiene su familia en orden.

Fíjese lo que dice en 1ª Timoteo 3:4-5 hablando de los requisitos para los que aspiran a ser pastores o ancianos. Dice así: “que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)”.

Si el hombre no pone en orden su propia casa no puede aspirar a ser anciano o pastor en una iglesia local.

En consecuencia, el hogar es más importante que el ministerio en una iglesia local. Poner en orden la casa tiene que ver con que todos los miembros del hogar cumplan con las funciones asignadas por Dios en su palabra.

El esposo amando sacrificialmente a su esposa y proveyendo para satisfacer las necesidades espirituales y materiales de ella y los hijos.

La esposa sometiéndose amorosamente al esposo, los hijos obedeciendo fielmente a sus padres. Así es una casa en orden.

Pero si el esposo no trabaja y vive del trabajo de la esposa. Si el esposo es negligente con su función de ser cabeza del hogar. Si la esposa es quien manda en la casa. Si los hijos hacen lo que les venga en gana, entonces esa casa no está en orden y eso descalifica al hombre para que ocupe el oficio de anciano o diácono en una iglesia local.

Qué triste es ver que este principio es pasado por alto tantas veces, cuando los ancianos o pastores son establecidos en las iglesias locales por su preparación bíblica, o su habilidad para predicar, o su capacidad para relacionarse con otros, o su antigüedad, a pesar que sus hogares, en lugar de ser un pedazo de cielo en el mundo son un pedazo de infierno en el mundo.

Después de Dios, la segunda prioridad es el hogar. ¿Cuánto tiempo al día está dedicando exclusivamente a su familia? No me refiero solamente al tiempo que pasa trabajando para ganar el dinero necesario para atender las necesidades de su familia.

Me refiero al tiempo que se sienta con su esposa y sus hijos a conversar, a planificar, a distraerse.

Mientras salía a la carrera a su trabajo, un padre fue interceptado por su tierno hijo con una pregunta inesperada: Papá: ¿Cuánto te pagan por hora de trabajo? El padre se sintió incómodo y dijo: ¿Para qué quieres saber? ¿No ves que ya me atraso al trabajo? Pero el hijo seguía insistiendo: ¿Cuánto te pagan por hora de trabajo? Para no hacerse más tarde, el padre contestó: Veinte dólares ¿Estás satisfecho? El hijo dijo entonces: ¿Me podrías prestar diez dólares? El padre muy molesto respondió: ¿Y qué vas a hacer con diez dólares? Atravesó la puerta y la cerró de un golpe dejando atónito a su tierno hijo. En su trabajo, el padre se sintió arrepentido de haber tratado así a su hijo. Al regresar a casa ya era de noche. Fue a la habitación donde su hijo estaba por quedarse dormido y le dijo: Perdóname por haber sido brusco contigo esta mañana. Dime una cosa ¿Para qué querías que te preste diez dólares? Entre sollozos el niño dijo: Desde hace tiempo he estado ahorrando y ahora tengo diez dólares. Si tú me dieras diez dólares, podría comprar una hora de tu tiempo para que mañana juegues conmigo en el parque.

¿Qué le parece? Y aquí quisiera hacer una reflexión dirigida a mis colegas ancianos o pastores principalmente. La vida de servicio al Señor en el ministerio es una vida llena de compromisos. Todo es urgente. Todos demandan atención inmediata. Si entendiéramos que después de Dios la segunda prioridad es el hogar, no seríamos negligentes con nuestra familia por atender los asuntos propios del ministerio.

No sacrifiquemos a nuestras familias en el altar del ministerio. Dediquemos tiempo a nuestras familias. Muchas veces tendremos que rechazar oportunidades de servio o invitaciones a ministrar con la palabra de Dios, por el solo hecho de pasar tiempo con nuestras familias. No será una pérdida, será una inversión, con réditos maravillosos para el ministerio.

La primera prioridad es Dios, la segunda prioridad es la familia. Después viene todo lo demás según cada caso en particular. El trabajo, los negocios, el ministerio en la iglesia, la distracción, el descanso y cualquier otra cosa.

Quizá alguien estará pensando. ¿Y qué pasa si yo sigo viviendo con mis prioridades invertidas? Bueno, el Señor Jesucristo trató este asunto en una parábola.

Se trata de un hombre rico cuyos campos habían producido mucho fruto. Al ver tanta opulencia dijo: ¿Qué haré, porque no tengo donde guardar mis frutos? Él mismo se respondió a su pregunta y dijo: esto haré, derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Mientras divagaba en su mente de esta manera, vino la voz de Dios diciendo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? El hombre rico murió esa misma noche y todo el fruto de su trabajo ¿de quién será? La respuesta es: De cualquier persona menos del hombre rico que gastó su vida en acumular riqueza. El hombre rico tenía sus prioridades invertidas y salió de este mundo sin estar listo para presentarse ante su Creador.

Es peligroso vivir con las prioridades invertidas. Otra de las características de la vida auténticamente cristiana es tener las prioridades en orden.

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