Doy gracias a Dios por la oportunidad de compartir este tiempo con usted amable oyente. Bienvenida, bienvenido al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el libro de Colosenses en la serie titulada: La supremacía de Cristo. Robert Ripley, el famoso coleccionista de records mundiales, nos habla de la carta de amor más larga y más sencilla del mundo. Su autor fue un pintor parisino, cuyo nombre era Marcel de Leclure, y la escribió a su amada Magdalene de Villalore en 1875. La carta contenía una sola frase: Te amo, escrita a mano y repetida la asombrosa cantidad de 1,875,000 veces, es decir, mil veces el año del calendario. Lo curioso es que para escribir la carta, Marcel contrató un secretario, pero no le ordenó que escriba 1,875,000 veces la frase: Te amo, sino que le fue dictando palabra por palabra las 1,875,000 veces que el secretario escribió la carta. Decía que no quería perder el candor de pronunciar con su boca esas dos palabras: Te amo. Nunca se ha manifestado un amor con tan gran derroche de tiempo y esfuerzo. En el estudio bíblico de hoy veremos que todo esposo creyente debe amar a su esposa.
Si tiene una Biblia a la mano, ábrala en Colosenses 3 versículo 19. Recordemos que el apóstol Pablo exhortó a los creyentes de Colosas a que la palabra de Cristo more en abundancia en ellos. Siempre que la palabra de Cristo mora en abundancia en una persona, se manifiesta externamente de alguna manera. Hemos visto ya que algunas maneras de manifestación son: Haciendo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio del Señor Jesús y aplicando los principios bíblicos a la familia. Dentro de esto, hemos visto ya que las mujeres casadas deben someterse a sus maridos como conviene al Señor. ¿Cuál será la manera de manifestar que la palabra de Cristo mora en abundancia en los maridos? Colosenses 3:19 dice a este respecto: Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Como vemos, Pablo ha quitado la mirada de las esposas creyentes y la ha colocado sobre los esposos creyentes. En este versículo encontramos un mandato, expresado positivamente y expresado negativamente. La expresión positiva del mandato es: Amad a vuestras mujeres. Existen varias cosas que es necesario tomar en cuenta en este mandato. Amar a nuestras esposas es una orden, amable oyente. Cuando tenemos una orden de por medio, sólo tenemos dos alternativas. Obedecer y cosechar el fruto de la obediencia o desobedecer y cosechar el fruto de la desobediencia. No existen más alternativas. Una orden a amar tal vez suene un poco extraño para muchos oyentes, porque han estado acostumbrados a pensar que el amor es algo que nace en la persona. Usted sabe, si me nace amar entonces amo, pero si no me nace amar, entonces no amo. Se piensa que el amor es algo emocional que se origina en las entrañas del ser. Si no se conmueven las entrañas, entonces no hay amor. Conozco muchos matrimonios que hoy por hoy están al borde del divorcio y una de las razones para ello es que, según ellos, ya no les nace amar. Ya no sienten la emoción que antes sentían el uno por el otro. Quizá ella ha sido tan maltratada por él, tan humillada, tan herida, que en su corazón hay odio en lugar de amor. O quizá él ha sido tan despreciado, tan engañado por ella, que en su corazón ya no hay amor hacia ella. Pero el amor del cual nos habla Pablo en ese pasaje bíblico es mucho más que sólo una emoción. Es en realidad un acto de la voluntad. Por eso tenemos el mandamiento: Amad a vuestras mujeres, es decir el creyente voluntariamente decide amar o no amar. No nos engañemos pensando que el amor tiene que surgir espontáneamente de dentro de nosotros. No. Nosotros somos quienes decidimos lo que vamos a amar. Si usted quiere, puede llegar a amar lo que sea, porque el amor está gobernado por la voluntad no por las emociones. Además de esto, el amor del cual estamos hablando no depende de las cualidades de la persona amada. Algunos esposos dicen con un dejo de lamento: Ah… si mi esposa no fuera rebelde, si mi esposa cocinara mejor, si mi esposa tuviera la casa más ordenada, si mi esposa no gastara todo mi dinero, si mi esposa se arreglara un poco mejor, como le amaría, pero como no hace nada de esto, le odio o me es indiferente. La indiferencia es peor que el odio. Este es el concepto que tiene el mundo sobre el amor. Es un amor que depende de las cualidades de la persona amada. Si haces esto o aquello te amo, si no lo haces no te amo. Pablo dice en cambio: maridos amen a sus mujeres, no importa si ellas son buenas o malas. En el libro de Efesios se nos da un poco más de luz acerca de la calidad de amor que un esposo debe manifestar a su esposa. Efesios 5:25 dice: Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
La manera de amar de un esposo a su esposa es así como Cristo amó a la iglesia. ¿De qué forma amó Cristo a la iglesia? Pues dando todo, su propia vida. A Cristo no le importó darse totalmente por seres indignos, pecadores corruptos como éramos usted y yo, Él nos amó y se entregó íntegramente. Igual deberíamos hacer nosotros maridos amando a nuestras esposas. Tenemos que darnos íntegramente por ellas, sin mirar los defectos o virtudes de ellas, sólo buscando el interés de ellas, sin ningún tipo de egoísmo. Así que, amigo oyente, si usted es casado, el mandato expresado positivamente es: Amad a vuestras mujeres. Consideremos ahora el mandato expresado negativamente. Colosenses 3:19 dice: “Y no seáis ásperos con ellas” La palabra griega que se ha traducido como “ásperos” literalmente significa amargos o amargados. El esposo es el elemento del matrimonio que pone sabor a la relación matrimonial. El esposo puede hacer que la relación sea dulce, por medio de amar a su esposa o que la relación sea amarga por medio de tratar mal a su esposa. 1 Pedro 3:7 dice lo siguiente a este respecto: Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo
En este texto bíblico tenemos en esencia lo que significa no ser ásperos con nuestras esposas. Lo primero es vivir con ellas sabiamente. Esto tiene que ver con la consideración que debemos tener a nuestras esposas. Un esposo que desea vivir con su esposa sabiamente se interesará por conocer lo mejor que pueda a su esposa. Lo que a ella le gusta, lo que le disgusta, lo que le anima, lo que le desanima. Un esposo desconsiderado o ignorante de las necesidades de la esposa, muchas veces involuntariamente ofenderá a su esposa y causará amargura o aspereza en la relación. En segundo lugar los esposos debemos actuar caballerosamente con las esposas. Pedro dice: dando honor a la mujer como a vaso más frágil. Esposos, nuestras esposas son como una delicada flor que Dios ha traído a nuestro lado para deleite y satisfacción. Qué triste que muchos esposos miran a sus esposas como las esclavas de la casa, las que están para obedecer órdenes, las que hacen el trabajo pesado del hogar y no reciben sueldo. Peor aún, otros esposos piensan que sus esposas son un contrincante para una pelea de box, a quien se puede agredir físicamente a golpes de puño y puntapiés. No creo que haya algo más denigrante en un matrimonio que un esposo que se atreva a agredir físicamente a su esposa. Para algunos es muestra de machismo, para Dios es brutalidad en el más amplio sentido de la palabra, porque la Biblia dice que debemos tratar a nuestras esposas como vaso más frágil. Finalmente, no ser áspero con nuestras esposas implica una comunión íntima con ellas en todo orden: Espiritual, emocional y físico. Pedro dice que debemos tratarlas como a coherederas de la gracia de la vida. La manera como tratamos a nuestras esposas, inclusive tiene repercusiones teológicas, porque el maltrato a una esposa estorba las oraciones del esposo. ¿Cómo muestran los esposos que la palabra de Cristo mora en abundancia en sus vidas? Pues, amando a sus esposas y no siendo ásperos con ellas. Que Dios nos ayude a vivirlo en la práctica.
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