Reciba cordiales saludos amiga, amigo oyente. Soy David Araya dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Estamos estudiando el Evangelio según Mateo en la serie titulada: Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. En esta ocasión, David Logacho nos guiará en el estudio de la última parte del Sermón del Monte. Allí tenemos un impactante contraste entre un constructor sabio y un constructor necio.
Gracias David por la introducción, y gracias a usted amable oyente por su sintonía. Qué bendición que es para mí saber que usted nos acompaña a través de su receptor. En nuestro estudio del Evangelio según Mateo, hemos pasado un buen tiempo en ese majestuoso discurso pronunciado por el Señor Jesús y conocido como el Sermón del Monte. Hoy nos corresponde estudiar la última parte de esta obra de arte. Que tal si por tanto, los que tienen una Biblia a la mano, la abren en Mateo 7:24-29. En este pasaje bíblico tenemos la aplicación del Sermón del Monte y el Epílogo del Sermón del Monte. Vayamos a lo primero. Como todo buen predicador, Jesús sabe que debe concluir su mensaje con una aplicación práctica para sus oyentes. Un mensaje que no apela a algo práctico en la vida de los oyentes, es comparable a una excelente jugada de fútbol pero que no termina con el balón en las redes. Le falta el gol. De modo que Jesús termina el Sermón del Monte con una excelente aplicación práctica. Permítame leer el texto en Mateo 7:24-27. La Biblia dice: Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
Note que Jesús está apelando a la voluntad de sus oyentes. Sus oyentes ya tenían la información en su mente, ya sabían lo que Dios esperaba de ellos. Lo que faltaba era que de una vez por todas se decidan a poner en práctica lo que Jesús había dicho. La palabra de Dios, amable oyente, no debe ser solamente alimentación para el intelecto. Además de alimentar el intelecto, la palabra de Dios debe mover a la acción, debe afectar la voluntad de los que la leen. Qué triste que la mayoría de los que oyen, leen y estudian la palabra de Dios, llega a ser, lo que la Biblia llama, oidores olvidadizos. Note lo que dice Santiago 1:22 Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.
Un oidor olvidadizo es aquel que oye la palabra, pero no hace lo que dice la palabra. Esto es una forma de auto engaño. Es como si alguien se mirara ante un espejo y notara que su cara está sucia y no hiciera nada al respecto. Jesús por tanto está desafiando a sus oyentes a que hagan práctico el mensaje escuchado. El desafío se expresa mediante una parábola muy hermosa. Cualquiera que oye lo que Jesús ha dicho y lo hace, es comparable a un constructor prudente. Este constructor prudente edifica su casa sobre la roca. Todo buen constructor sabe que la firmeza del terreno donde se edifica una casa determina la estabilidad de esa casa. Si el terreno es firme como la roca, la casa será estable, pero si el terreno es endeble, la casa será inestable. El constructor prudente de la parábola edifica su casa sobre un terreno tan firme como la roca. En algún momento se abate sobre esa casa un vendaval tan fuerte que la casa es golpeada violentamente con lluvia, ríos y vientos, pero como la casa está fundada sobre la roca, es muy estable y no se cae. Pero por contraste, cualquiera que oye lo que Jesús ha dicho y no lo hace, es comparable a un hombre insensato. Este hombre insensato edifica su casa sobre la arena. El adjetivo insensato, morós en griego, denota primariamente alguien que es obtuso, o lento, por cuanto está relacionado con una raíz que significa ser tonto, y por ende significa alguien que es estúpido, o ignorante, o como se ha traducido aquí, insensato. Su insensatez se pone de manifiesto cuando edifica su casa sobre la arena. Por un tiempo la casa se ve bonita y firme, pero en algún momento se abate sobre esa casa un terrible vendaval. La casa es golpeada con lluvia, ríos y vientos. Como la casa estaba fundada sobre la arena, es inestable y al ser golpeada por el vendaval, cae y es grande su ruina. Varias son las cosas que sobresalen en esta parábola. Una persona que vive de acuerdo con los principios de la palabra de Dios es considerada por el mundo como un necio, pero Dios en su palabra dice que es prudente o sabio. Por contraste, una persona que vive ignorando lo que dice Dios en su palabra, es considerada por el mundo como una persona prudente o sabia, pero Dios dice en su palabra que es una persona necia. De modo que, amable oyente, ¿qué prefiere? ¿Ser catalogado como insensato por el mundo pero sabio por Dios? ¿O ser catalogado como sabio por el mundo pero necio por Dios? Lo que decide el asunto es lo que usted hará en cuanto a lo que Dios dice en su palabra. Si usted oye y hace lo que Dios dice en su palabra será catalogado como sabio por Dios y no importa que el mundo piense que es un necio. Pero si usted oye y no hace lo que Dios dice en su palabra será catalogado como necio por Dios a pesar que el mundo le considere como sabio. Todo esto, amable oyente tiene dos aplicaciones. Por un lado para los que ya somos creyentes. En un sentido tenemos dos opciones. Vivir como a nosotros nos plazca o vivir conforme a lo que Dios dice en su palabra. Vivir como nos plazca nos producirá una satisfacción pasajera, como la casa edificada sobre la arena, pero cuando venga el vendaval de la dificultad, de la prueba, se terminará la satisfacción y sólo quedará una vida en ruinas. Pero vivir conforme a lo que Dios dice en su palabra, nos producirá satisfacción permanente. No importa si vienen o no vienen las adversidades de la vida. Si se abate el vendaval de la prueba, estaremos firmes por cuanto estamos edificados sobre una roca inamovible. No se deje deslumbrar amigo oyente por todo lo que este mundo ofrece, al punto de descuidar las cosas de valor eterno. ¿Qué saca gastando la vida en cosas que cuando se muera van a quedar en este mundo? ¿No le parece que lo sensato es gastar la vida en las cosas de valor eterno? De esta manera, ni la muerte podrá privarle de la satisfacción de haber hecho tesoros en los cielos. Cuanta tristeza me da el ver a tantos creyentes entregados a la loca carrera por acumular riqueza en este mundo, descuidando en absoluto lo que tiene trascendencia a la eternidad. Me refiero a creyentes que están tan ocupados en sus negocios, en sus trabajos, en lograr sus metas, que no tienen tiempo para leer la Biblia, para estudiar la Biblia, para memorizar la Biblia y para meditar en la Biblia. Creyentes que no tiene tiempo para congregarse en una iglesia, creyentes que no tienen tiempo para orar y para ocuparse en la obra del Señor. Creyentes así son como aquel hombre que edificó su casa sobre la arena y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa y se cayó, y fue grande su ruina. No sacrifique lo eterno en el altar de la comodidad temporal, amable oyente. Pero la parábola de Jesús también tiene su aplicación para los que no son creyentes. El constructor es el hombre pecador. Su casa es su propia vida. La lluvia, los ríos y los vientos son el juicio que Dios ha determinado para el pecador. El hombre que edifica su casa sobre la roca, es aquel que reconociendo su condición de pecador y reconociendo que está en peligro de condenación eterna, recibe a Cristo Jesús como su Salvador personal. La Biblia dice que Cristo es la roca inconmovible. Todo aquel que recibe a Cristo como Salvador ha edificado su casa sobre la roca. Cuando venga el juicio de Dios, esta casa permanecerá firme porque está fundamentada sobre la roca. Pero el hombre que edifica su casa sobre la arena es aquel que voluntariamente ignora que es un pecador y por tanto ignora que está en peligro de condenación eterna y rehúsa recibir a Cristo como Salvador. Piensa que mientras obtenga dinero, salud y amor en este mundo va a estar satisfecho para siempre. No se da cuenta que está edificando su casa sobre la arena y que algún día se abatirá el juicio de Dios y golpeará con violencia contra su casa y la casa se caerá y será grande su ruina. Esto es equivalente a la condenación eterna en el infierno. Si usted no tiene a Cristo como su Salvador amable oyente, tenga mucho cuidado porque todo lo que está construyendo está en peligro de caerse. Mejor comience a construir sobre la roca y comprobará que su casa jamás se caerá. Para ello, le invito a que este mismo instante hable con Dios y dígale que reconoce que usted es un pecador. Dígale que reconoce que está en peligro de ir al infierno a causa de su pecado, dígale que reconoce que Jesús murió por usted y que resucitó de entre los muertos y dígale que desea recibir a Jesús como su personal Salvador. Si lo hace con fe, usted habrá construido su casa sobre la roca y el juicio de Dios pasará sobre si casa sin que se caiga. No espere más. Hoy mismo decídase a recibir a Cristo como su Salvador. Volviendo al Sermón del Monte, lo último que encontramos es el epílogo. Permítame leer Mateo 7:28-29. La Biblia dice: Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Cuando Jesús terminó su discurso, la gente se quedó con la boca abierta. La gente estaba admirada de la doctrina o de la enseñanza de Jesús. Jamás habían oído algo igual. La gente había oído enseñanza de los escribas, pero era una enseñanza sin autoridad. Pero Jesús enseñaba como quien tiene autoridad. Mi oración amable oyente es que la enseñanza vertida en el Sermón del Monte sea puesta en práctica en su vida.
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