Es un gozo saludarle amiga, amigo oyente. Gracias por su sintonía. Sea bienvenida, bienvenido a nuestro estudio bíblico. Estamos considerando lo que enseña la Biblia acerca del dinero y las posesiones en la serie titulada: Dinero y Posesiones a la luz de lo Eterno. Luego de la pausa musical estará con nosotros David Logacho para hablarnos acerca del verdadero dueño de todo lo que existe no sólo en el mundo sino en el universo.
Doy gracias al Señor por la oportunidad de compartir este tiempo con Usted amable oyente. Al mirar la parábola del mayordomo injusto, se hace muy evidente que la manera como manejamos la propiedad de Dios en el tiempo presente tiene gran impacto en la eternidad. La ley de la cosecha eterna es más veraz que las leyes físicas. No os engañéis: Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. El hecho que nuestro Amo está ausente es tanto un desafío como una oportunidad para probar que somos dignos de ser promovidos a mayores responsabilidades. Los mayordomos necios son ociosos, pero los mayordomos sabios son diligentes y altamente motivados. Conocen a su Amo lo suficientemente bien como para saber que habrá consecuencias eternas de lo que hagan con los bienes que le pertenecen a él sean buenas o malas. Como mayordomos, nuestro trabajo es discernir lo que el dueño de los bienes quiere que hagamos con ellos y que cumplamos su voluntad. Además como mayordomos debería tenernos sin cuidado lo que otros piensen de la manera como estamos ejerciendo la mayordomía. Lo único que nos debe interesar es lo que Dios, el dueño de los bienes piensa de la manera como estamos ejerciendo la mayordomía. De todo esto, tal vez lo más difícil, no de comprender, ni tampoco de aceptar, sino de poner en práctica es que todo lo que pensamos que es nuestro en realidad no lo es sino que pertenece a Dios. Eso es lo que expresamente declaran las Escrituras. Permítame citar algunos textos en los que fundamento esta declaración. Deuteronomio 10:14 dice: He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella.
Note lo que dice Levítico 25:23 La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo.
Ahora fíjese lo que dice 1 Crónicas 29:11-12 Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos.
Dios dice lo siguiente en Job 41:11 ¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya?
Todo lo que hay debajo del cielo es mío.
Textos como estos, con la idea inequívoca que Dios es el dueño de todo lo que existe, son muchos. No existe un solo texto, ni siquiera una insinuación en el sentido que Dios hubiera cedido a alguien el derecho de propiedad de cualquier cosa por mínima que sea, en el mundo y fuera de él. Ni siquiera nosotros mismos como creyentes, nos pertenecemos a nosotros mismos. 1 Corintios 6:19-20 dice: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
Los creyentes pertenecemos doblemente a Dios. Porque él nos creó y luego nos compró. Una vez un niño construyó un hermoso barquito de madera. Una tarde lluviosa quiso poner a prueba su hermoso barquito, y lo puso en la corriente de agua en la calle. Lamentablemente, la corriente arrastró a su barquito y desapareció de su vista. Desconsolado volvió a su casa. Sin embargo, algún tiempo después, su corazón dio un vuelco al ver a su barquito en la vitrina de una tienda de antigüedades. Entró aprisa a la tienda y habló con el dueño. Le dijo: Ese barquito es mío, lo hice con mis propias manos. El dueño de la tienda le respondió: Eso no lo discuto, pero yo pagué un precio para comprar ese barquito. Ahora yo soy su dueño. Si lo quieres, tienes que pagar el precio y podrás comprarlo. El niño lo entendió y preguntó el precio del barquito. Sabía que no tenía ese dinero, pero hizo prometer al dueño que no venda a nadie ese barquito hasta que él junte el dinero para poder comprarlo. Salió de la tienda dispuesto a hacer todo lo que pueda para juntar el dinero necesario para comprar el barquito. Hizo trabajos en su casa, ahorró lo que sus papás le daban para gastar en la escuela y en algún momento llegó a tener el dinero para comprar el barquito. Gozoso fue a la tienda de antigüedades, hizo el pago y salió con su barquito en brazos. Mientras caminaba por la calle, acariciando su barquito iba diciendo: Te quiero tanto, porque eres doblemente mío, te hice y te compré. Así es Dios con nosotros los creyentes. Nos hizo y nos compró. No podemos de ninguna manera decir que nos pertenecemos a nosotros mismos y que podemos hacer con nuestra vida lo que queramos. Pero hay más. Dios no sólo es dueño de todo lo que existe, sino que Él determina qué porción de sus bienes confía a sus mayordomos para que lo administren. Muchos textos hablan justamente de esto. Para muestra, basta un botón. Considere lo que dice Deuteronomio 8:18 Sino acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.
Mayordomía consiste en vivir a la luz de estas verdades. Consiste en vivir con la conciencia plena de que somos simplemente administradores, no propietarios. Somos los que estamos al cuidado de los bienes que Dios nos ha confiado mientras estamos en este mundo por un breve tiempo. La manera como manejamos el dinero y las posesiones manifiesta a quien realmente reconocemos como el dueño de ellas, Dios o nosotros. Si realmente reconocemos que Dios es el dueño de todo lo que nos ha dado para administrar, no le parece que lo sensato sería hacer a Dios constantemente la pregunta: ¿Qué quieres que yo haga con tu dinero y tus posesiones? Y no nos deberíamos sorprender cuando Dios nos guíe a entregar mucho del dinero o posesiones que nos ha confiado, a la iglesia o a misioneros, o a ministerios cristianos, o a personas que están en necesidad. Total, todo es de él, y él tiene derecho de hacer lo que él quiera con lo que es suyo. Esto por supuesto no significa que vamos a repartir todo lo que Dios nos ha confiado de sus bienes. El ascetismo no tiene ningún fundamento bíblico. Dios entiende perfectamente que como cualquier mayordomo, necesitamos recursos económicos para satisfacer las necesidades básicas de la vida. No hay nada de malo por tanto en que Dios en su gracia para nosotros como sus mayordomos nos permita tener una bonita casa, un hermoso auto, un salario decente, inclusive algunos elementos que lo único que hacen, es rodearnos de comodidad. No debemos avergonzarnos si el Amo nos trata de esa manera. Lo malo estaría en usar todos los bienes de nuestro amo en adquirir la bonita casa, el hermoso auto, el salario decente y los elementos que nos dan comodidad, descuidando absolutamente la obra del Señor. Esto es abuso de confianza hacia Dios quien es el legítimo dueño de todo. Pero esto es lo que hacemos con mucha frecuencia. Es algo absolutamente contrario a la enseñaza bíblica en cuanto a la mayordomía. Así que, amable oyente, Dios es dueño de todo lo que existe, independientemente de si lo reconocemos o no. Pero la vida se hace más fácil, o más clara cuando con plena conciencia lo aceptamos como un hecho. El asunto entonces no es si en teoría sostenemos que Dios es dueño de todo, sino si en la práctica, de una manera deliberada hemos transferido el derecho de propiedad de todo lo que pensábamos que era nuestro, tanto nuestra vida misma como los bienes que el Señor nos ha confiado. Cuando asimilamos el hecho que somos solamente mayordomos, no propietarios, cambia totalmente la perspectiva sobre todas las cosas en general. De pronto ya no nos encontraremos preguntándonos: ¿Cuánto de nuestro dinero daremos al Señor por nuestra propia voluntad? Sino que nos encontraremos diciendo al Señor: Siendo que todo lo que tengo es tuyo, Señor, ¿Cómo te gustaría que lo invierta el día de hoy? Viendo la mayordomía como lo mira Dios, ya no nos preocuparemos si debemos darle el 10% o el 20% o el 50% o hasta el 100%, sino que nos veremos a nosotros mismos simplemente como los canales de distribución de los bienes de Dios. Cuando miremos la mayordomía como Dios la ve, ya no nos preocuparemos en demasía por las tragedias que de un solo tajo nos privan de cosas. Si los dueños de lo ajeno, por ejemplo, se llevaran mi auto, entre comillas, no me habrán robado a mí, sino a Dios y Dios se ocupará de ellos. No tendría por qué perder la cabeza. Yo no era dueño de mi auto. ¿Ve el punto?
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