Qué gozo saludarle amable oyente. Soy David Logacho, dándole la bienvenida al estudio bíblico de hoy. Nuestro tema de estudio es el evangelio según Juan. En esta oportunidad, veremos al Señor Jesús revelando verdades maravillosas acerca del Espíritu Santo.
Abramos nuestras Biblias en Juan 14:15-21. Lo que estamos por estudiar aconteció mientras el Señor Jesús y sus discípulos estaban cenando, la noche misma que el Señor Jesús iba a ser entregado a traición por uno de sus discípulos, Judas Iscariote. Para entonces Judas Iscariote ya había salido del recinto, seguramente para ocuparse de los detalles de la entrega con los principales sacerdotes. Las palabras que el Señor Jesús dirigió a sus discípulos fueron palabras de ánimo por su inminente partida, palabras de promesa en cuanto a que un día iban a estar con él en la casa del Padre, palabras de instrucción, en cuando a la manera como llegar a la casa del Padre. Hay sólo un camino. Ese camino es la persona del Señor Jesús, quien se identificó a sí mismo como el camino, y la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre aparte de él. Les instruyó también en cuando a la oración. Todo lo que sus discípulos pidan al Padre en el nombre del Hijo, será hecho por el Hijo, para que el Padre sea glorificado. Es en este punto cuando el Señor Jesús reveló a sus discípulos verdades de trascendencia eterna en cuanto al Espíritu Santo. El pasaje que estamos estudiando comienza y termina con la misma idea. Juan 14:15 dice: Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Ahora ponga atención a lo que dice Juan 14:21. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.
Dos ideas importantes aparecen en estos dos versículos. La primera es el amor. Amor tiene que ver con sacrificio en beneficio de la persona amada, sin esperar nada a cambio, o sin ningún interés. Así es como nos ama el Señor Jesús. La segunda es la obediencia. Obediencia tiene que ver con hacer lo que se nos pide tal como se nos pide, el momento que se nos pide y con una buena actitud. Amor y obediencia están indivisiblemente unidos. No pueden existir por separado. El Señor Jesús dice por tanto: Si me amáis, entonces guardad mis mandamientos, o en otras palabras: Obedeced lo que ordeno. Es fácil llenarse de emoción hasta las lágrimas y declarar que amamos al Señor Jesús, pero la veracidad de esta declaración se mide por nuestra obediencia a lo que el Señor Jesús nos pide hacer. Es triste reconocerlo, pero cuántas veces nos hemos llenado la boca cantando que amamos al Señor en los cultos dominicales, y tan pronto salimos del templo, desobedecemos algo que el Señor nos ha ordenado y de esa manera queda demostrado que en realidad no amamos al Señor Jesús. Por eso el Señor Jesús dijo: El que tiene mis mandamientos y los guarda, o si los obedece, ése es el que me ama. Pero no deje pasar por alto algo más que dijo el Señor Jesús en cuanto a esto: Y el que me ama, será amado de mi Padre y yo le amaré, y me manifestaré a él. Precioso, ¿No le parece? Con todo esto en mente, tenemos que examinar ahora, lo que Juan dice en medio de estos dos versículos que ya hemos considerado. Observe lo que dice Juan 14:16-20. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
Joh 14:17 el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
Joh 14:18 No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.
Joh 14:19 Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.
Joh 14:20 En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.
Todos sabemos que no es fácil obedecer al Señor Jesús, pero si él nos ha pedido hacerlo, es porque primeramente nos ha capacitado para cumplir con lo que nos ordena. ¿De qué manera nos ha capacitado? Pues mediante la obra del Espíritu Santo. Sin la intervención del Espíritu Santo es imposible que podamos amar al Señor Jesús y demostrarlo por medio de nuestra obediencia. A estas alturas de la vida y ministerio del Señor Jesús en este mundo, todavía no había muerto, todavía no había resucitado, todavía no había ascendido a la gloria de su Padre, de modo que el Espíritu Santo todavía no estaba realizando la obra que más adelante iba a hacer, después que sucedan estas cosas. Esta es la razón por la cual el Señor Jesús habla en tiempo futuro cuando dice: Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre. En respuesta al ruego del Hijo, el Padre va a dar otro Consolador. La palabra otro, significa uno de la misma esencia o de la misma calidad. La palabra Consolador, significa uno que es llamado al lado, con el propósito de aconsejar, de fortalecer, de exhortar, de consolar, de interceder, de animar, de enseñar. Cuando uno mira el ministerio del Señor Jesús hacia sus discípulos encuentra que el Señor Jesús fue la persona que siempre estuvo al lado de ellos para aconsejar, para fortalecer, para exhortar, para consolar, para interceder, para animar y para enseñar. En otras palabras, el otro Consolador, el Espíritu Santo es la persona que va a tomar el lugar del Señor Jesús para hacer todo lo que el Señor Jesús hacía con sus discípulos, pero con una ventaja adicional. El Señor Jesús estuvo sólo por un poquito de tiempo junto a sus discípulos, en cambio, el otro Consolador, el Espíritu Santo va a estar para siempre con sus discípulos. Esto debe haber sido fuente de gran consuelo para los discípulos. El Señor Jesús prosigue afirmando que el Espíritu Santo también es el Espíritu de verdad. En este sentido el Espíritu Santo es quien revela a la Verdad encarnada, es decir al Señor Jesús, quien es la Verdad y también a la Verdad, escrita, la palabra de Dios. Sin la obra del Espíritu Santo es imposible conocer al Señor Jesús y es imposible conocer la palabra de Dios. El mundo no puede recibir al Espíritu de verdad, porque no le ve. Jamás el mundo va a recibir algo que no ve, porque en el mundo no existe lugar para la fe. Hablando del Espíritu de verdad, el mundo diría: Muéstrame y lo creeré. Ver para creer. Pero en el plano espiritual, es necesario creer para ver. El mundo no puede recibir al Espíritu de verdad, porque no le conoce. Conocer se debe entender en el sentido de tener una relación muy íntima. El mundo no está interesado en este tipo de relación con el Espíritu de verdad. Pero, por contraste, en cambio, los discípulos del Señor Jesús conocen, o tienen una relación de intimidad con el Espíritu de verdad, porque mora con ellos y dentro de no mucho tiempo, estará en ellos, o dentro de ellos. Esto se cumplió cuando el Espíritu Santo descendió sobre los que estaban reunidos en el aposento alto en el día de Pentecostés, como lo relata la primera parte de Hechos capítulo 2. Sobre esta base, el Señor Jesús hace una profunda reflexión. Su ida a la cruz y posteriormente a la gloria de su Padre, ocasionaría que sus discípulos queden como huérfanos, es decir, privados de padres quienes les críe, les cuide, les enseñe, les anime y todo lo demás. Pero no será así, porque el Señor no dejará huérfanos a sus discípulos, porque tan pronto llegue a la gloria de su Padre, pedirá a su Padre y su Padre enviará el otro Consolador, el Espíritu Santo, quien hará todo lo que hacía el Señor Jesús con ellos, de modo que sus discípulos se sientan apoyados para siempre. Dentro de poco, el Señor Jesús iba a dejar este mundo y el mundo no le verá más. Esto se cumplió cuando el Señor Jesús, una vez resucitado fue ascendido a la gloria de su Padre. A partir de ese momento el mundo dejó de ver al Señor Jesús, porque el mundo está acostumbrado a dar por cierto, solamente lo que puede ver con sus ojos físicos, pero en cambio, los discípulos y todos los que creemos en él, podemos seguir viéndolo con los ojos de la fe. Lo que vemos puede ser algo borroso, como cuando vemos algo que está detrás de un velo, pero va a llegar el momento cuando le veamos cara a cara. Para el mundo, el Señor Jesús es como un cuento de hadas, entretenido, pero irreal, pero para los que somos de él, el Señor Jesús es real, es grandioso, es majestuoso, es lo que nos motiva a continuar viviendo. Acto seguido el Señor Jesús pronunció esas memorables palabras: Porque yo vivo, vosotros también viviréis. Esto resulta de la inquebrantable unión que existe entre el Señor Jesús y los que creemos en él. Todo lo que es él somos nosotros. Él murió, nosotros también morimos con él. Él resucitó, nosotros también resucitamos con él. Él vive, nosotros también vivimos. Esto es grandioso amigo oyente. Los creyentes vivimos para siempre porque nuestro Salvador, el Señor Jesús vive para siempre. ¿Significará esto que los creyentes nunca vamos a morir físicamente? Pues algunos sí. Me refiero a los creyentes que estén vivos cuando el Señor Jesús venga a arrebatar a su iglesia. Estos creyentes no van a morir físicamente, sino que van a ser transformados, en un abrir y cerrar de ojos para ser arrebatados de este mundo para encontrarse con el Señor Jesús en las nubes. Pero los creyentes que mueran antes del arrebatamiento, experimentarán la muerte física, pero esto es solamente una especie de mudanza, porque estos creyentes desocuparán sus cuerpos en los cuales vivían en este mundo, y pasarán a vivir en el hogar celestial con el Padre. En este sentido, los creyentes nunca mueren y se cumple la palabra del Señor Jesús cuando dijo: Porque yo vivo, vosotros también viviréis. El Señor Jesús termina esta parte afirmando que cuando venga el otro Consolador, el Espíritu Santo, los creyentes conocerán que el Señor Jesús está en su Padre y los creyentes estamos en el Señor Jesús. Esto es una convicción que solamente los creyentes podemos tener, gracias a la obra maravillosa del Espíritu Santo en nuestra vida. Si ha recibido a Cristo como Salvador, amable oyente, usted tiene al Espíritu Santo morando en su vida. Es la persona que le ayuda a obedecer al Señor Jesús, como resultado de su amor a él. Pero si todavía no ha recibido al Señor Jesús, usted está muerto espiritualmente y si muere físicamente en esas condiciones, recibirá castigo eterno por su pecado. No juegue con su futuro. Hoy mismo reciba a Cristo como su Salvador.
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